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Pasaje Rivarola: simetría en plena Buenos Aires

En pleno macrocentro porteño se esconde una calle distinta a las demás. El pasaje Rivarola está construido en espejo: cada edificio refleja al que tiene enfrente. Te contamos su historia.

Si algo distingue a Buenos Aires (y a los porteños, a decir verdad) es su heterogeneidad. No hay dos rincones iguales, las construcciones mezclan estilos, alturas, tamaños, fachadas y antigüedad. Pero existe un pequeño oasis en medio de ese caos donde reinan la simetría, la calma y la homogeneidad: el pasaje Rivarola.

Se trata de 100 metros que parecen haber aterrizado en la locura de la urbe provenientes de algún otro tiempo o espacio. En el pasaje Dr. Rodolfo Rivarola, las propiedades están espejadas entre sí: los edificios enfrentados son exactamente iguales. Esta singular calle se encuentra en pleno macrocentro porteño, en el barrio de San Nicolás, y une Juan Domingo Perón y Bartolomé Mitre. 

El pasaje Rivarola está compuesto por ocho edificios antiguos, enmarcados por cuatro cúpulas. Al tratarse de una calle angosta, el efecto espejo resulta aún más impactante. La inspiración para crear esta elegante cuadra vino de París, donde es habitual encontrar un tejido urbano homogéneo.

Los edificios poseen cinco pisos y están construidos siguiendo los lineamientos de la arquitectura francesa del siglo XIX. En esta prevalece un estilo racionalista o moderno, que se enfoca en el uso funcional del espacio y de la distribución de los elementos.

‎La historia de la calle en espejo

El pasaje Rivarola comenzó a construirse en 1924 en terrenos pertenecientes a la compañía de seguros La Rural. Fue la empresa la que llevó adelante el trazado de la calle y encargó el diseño de las edificaciones, que tenían como objetivo ser utilizadas únicamente para departamentos en alquiler. Este hecho se vincula con la Ley de Propiedad Horizontal que estuvo vigente hasta 1948, que establecía que los inmuebles construidos solo podían destinarse a inversiones para obtener rentas a cambio.

El estudio a cargo del diseño del pasaje fue el de los arquitectos Petersen, Thiele y Cruz, quienes tuvieron el detalle de dejar sus nombres grabados en la fachada de todos los edificios que componen la cuadra, para que nadie se olvidara jamás de su obra. La construcción, por su parte, fue realizada por la empresa alemana Geopé (Compañía General de Obras Públicas SA), que también fue responsable de otras edificaciones de la Ciudad, como el estadio de Boca Juniors, el Obelisco, el Correo Central y el Colegio Nacional de Buenos Aires.

El pasaje La Rural fue finalizado en 1926 y, 30 años después, el decreto N° 13.929 estableció cambiar su nombre a Dr. Rodolfo Rivarola, en honor al centenario del nacimiento de este abogado, docente, filósofo y juez argentino.

En la década de los 90, la zona en la que se ubican este pasaje y el de La Piedad (localizado a dos cuadras de distancia) fue declarada como Área de Protección Histórica (APH).

Un remanso de paz en medio del ruido

Además de lo particular de su arquitectura, otro de los factores que distingue al pasaje Rivarola de otras calles del centro de Buenos Aires es su inmensa calma. Dado que no hay tránsito de vehículos (a menos que estén autorizados) y que no está permitido estacionar allí, la tranquilidad y la paz suman un componente muy valioso a la calidad de vida de los vecinos.

Por este motivo, eligen vivir allí reconocidas figuras, como exmiembros del Congreso, músicos y artistas del Teatro Colón. Estas características únicas que ofrece el pasaje también lo hacen una opción atractiva para los turistas que llegan a la Ciudad desde distintas partes del mundo, quienes incluyen esta inusual calle en sus recorridos, junto con la Avenida de Mayo, el Palacio Barolo y el mencionado pasaje La Piedad.

Buenos Aires es una ciudad llena de estas joyas que, si andamos distraídos, se nos pueden pasar por alto. 

 

ImagenPablo R. Bedrossian

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