¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Jueves 08 De Junio
Al igual que los copos de nieve, cada iceberg es único. Nada te sacará más rápido del camarote del crucero que te lleva a la Antártida, como cuando empezás a escuchar a todos gritar al ver la primera montaña de hielo flotando en el mar.
Salir al balcón del buque o a la cubierta lleva indefectiblemente a inspirar hondo ese aire antártico, tan limpio que quema las fosas nasales y nos enfría la mente. Ver el navío operar sin esfuerzo, pasando un témpano tras otro es realmente sorprendente, único. Allí están a la deriva, navegando en busca de su lento fin, numerosos tamaños, formas y tonos imperecederos de blanco y azul helado. Cada uno tiene, sorprendentemente, con una calidad escultórica que nos muestra a Dios como su artista.
En esta parte del mundo los cruceros parten de Ushuaia, en la Tierra del Fuego, en el Fin del Mundo. La navegación es de dos días hasta vislumbrar el primer bloque de hielo antártico que abandona su nido. Días a pleno, días sin noches, la ansiedad es tan grande que no importa dormir poco.
A poco de partir de la isla se traspasa el famoso Pasaje Drake como lo denominaron los anglosajones. Allí convergen los enérgicos océanos Atlántico y Pacífico. Un tramo marítimo de alborotadoras aguas, de difícil navegación. Este mar tiene una historia que pocos saben. En 1526 un navegante español al mando de la San Lesmes, accidentalmente se topó con este paso al Sur del Cabo de Hornos, atravesándolo por primera vez en la historia de la navegación mundial. Cincuenta y dos años después de esa hazaña, el Golden Hind, un galeón pirata al mando de Sir Francis Drake, con el conocimiento claro del paso, lo atravesó. Y por esa habilidad de comunicación que tienen los ingleses, hoy nadie recuerda al español que lo descubrió primero. Cuando un crucero actual lo cruza, no se puede menos que pensar en la valentía de esos navegantes, con esas naos de madera, sin giroscopios para estabilizarse, sin agua caliente o alimentos frescos. Ese afán expedicionario que los motivaba a desafiar los elementos y arriesgar sus vidas a cambio de hallar lo inexplorado.
Al llegar a la península Antártica se percibe que no hay nada familiar a nuestro hábitat allí afuera. No hay autos, luces, ciudades, casas, hoteles, ruido. Sólo las focas Leopardo descansan perezosamente sobre témpanos de hielo, también algunos pingüinos Adelia nadando sin miedo. Se está tan lejos de la civilización como se puede llegar, rodeado de 360 grados de hielo marino, macizos nevados y aguas turquesas. Nunca verás algo así.
Resulta difícil narrar la preciosidad de ese lugar. El primer pensamiento que viene a la mente del viajero es lo humillante que resulta. Es muy diferente a todo lo conocido por más que hayas viajado mucho, un lugar donde las vistas y los horizontes son extremadamente vastos, no se encuentra muy seguido.
Los días en el barco pasan de manera desigual porque no hay distracciones que te saquen del momento presente. El paisaje y el clima cambian constantemente, por lo que siempre es nuevo y emocionante. Y, por supuesto, la vida salvaje es la atracción sobresaliente. Se observan ballenas, pingüinos, focas Cangrejeras y de Weddell, elefantes marinos. También albatros, cormoranes antárticos y varias especies de petreles. No hay tiempo para dormir. Hay demasiado para ver y sentir.
Los humanos descubrimos la Antártida hace menos de 200 años. A esos primeros expedicionarios, los siguieron científicos y ahora turistas. Durante el verano, aproximadamente 4000 científicos trabajan en las 66 bases antárticas. En invierno, ese número se reduce a alrededor de 1000 voluntades en todo el continente. La luz del sol es prácticamente inexistente durante esa estación, y las temperaturas pueden llegar a los -77 °C.
A diferencia de la mayoría de los lugares que han sido conquistados, divididos y en muchos casos diezmados ambientalmente, el séptimo continente permanece relativamente intacto, aunque el cambio climático es una preocupación real y creciente.
Después de experimentar la Antártida, queda claro que un viaje a este Desierto Blanco no son unas vacaciones, sino un éxodo en el sentido amplio de la palabra. Seguramente si comentás con alguien que ya haya hecho el viaje te dirán “la Antártida te cambiará”. Bien, esa frase sólo tendrá sentido cuando lo cumplas.
En esta parte donde el globo terráqueo se aplasta, el mundo material deja de existir. Rara vez tendrás esa experiencia como esa. La realidad, simplemente, se convierte en una dilatada perfección que vemos ante nosotros y, de repente, a través de la biósfera, la comprensión de nosotros mismos y del mundo en que vivimos, se profundiza.
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Fecha de Publicación: 22/03/2020
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