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Historia de los barrios porteños. Palermo, la fundación mítica de Buenos Aires

Existe un barrio que conjuga multiversos de Buenos Aires. Es Palermo no solamente de los barrios más extensos, en la mente y en el territorio porteño, sino que posee leyendas del futuro que llegó hace rato.

Ya desde el mismo inicio, Palermo se hunde en los pantanales de la memoria, con una existencia que se me hace cuento. Jardín de las delicias de poetas, locos, locos y náufragos.  A no saber a ciencia cierta por qué se llama cómo se llama, pasando por la disputa de la cuna del Tango, a los límites imprecisos que el habla cotidiana imprime; el barrio habita distintos horizontes. Uno son los de Domingo Faustino Sarmiento, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, otros son los de Juan Manuel de Rosas, William Morris y Enrique Santos Discépolo. Tampoco a primera vista parece concordante en un extremo cercano al río, con un moderno aeroparque y un club de pescadores estilo Tudor,  y cercano, el antro de las máximas pasiones históricas argentinas, el turf. O que de un lado se erijan de las mansiones más suntuosas, en el llamado Barrio Parque, que hasta tuvo una pista techada de carreras de automóviles, y viajando imaginariamente hacia el hoy entubado arroyo Maldonado, el temible malevo barrio Tierra del Fuego y, con el aluvión de la inmigración posterior, los últimos italianos que juraron fidelidad a la monarquía peninsular en 1946. O que convivan casas de gansos y patos. “El barrio fue siempre naipe de dos palos, moneda de dos caras”, retrataría Borges a Palermo, en el recuerdo infantil del paso de los tahúres y compadritos más allá de la pesada reja paterna de Serrano, hoy Borges al 2300. Rumiando la explosión inmobiliaria y comercial de los Palermos, en plural, en infinito, el espíritu aventurero hallará que todas “las calles de Buenos Aires/ ya son la entraña de mi alma”.

Con respecto al nombre surgen dudas, con un iniciador único en el embrollo, el Restaurador de las Leyes Don Juan Manuel de Rosas. Tan orgulloso estaba de la propiedad que adquirió en 1836 o 1838, y que llevó una década instalar la famosa residencia en ala sudeste en las actuales avenidas Libertador y Sarmiento, que alcanzaba las 541 hectáreas, con jardínes, lagos y zoológico incluído; que firmaba Rosas la documentación con el infaltable Palermo de San Benito. No Buenos Aires. Aunque a veces invertía el orden para mayor confusión de los historiadores, que se metían además con las palabras de la hija Manuelita, que bajo el Aromo del Perdón -a los perseguidos y condenados de su padre-, difundía una versión de una anciana venida con Pedro de Mendoza, que extrañaba Sicilia, así nombra uno de los arroyos Palermo; y de una incontrastrable iglesia de los negros consagrada a San Benito, cercana al matadero de la Recoleta. Nada recordaba de las primeras divisiones concretas hechas por Juan de Garay a la familia Saravia, una de cuyas hijas casaría con un italiano parte del primer Cabildo -Sicilia conformaba el imperio español-, de nombre Juan Domínguez…de Palermo. Tampoco que los primeros habitantes del Monte Grande porteño fueron guaraníes y nómades querandíes. Varios de estos descendientes nativos más de dos siglos después colaboraron en el arduo trabajo de nivelación y reforestación de la época de Rosas, que daría el entorno verde que conocemos a Palermo, en dirección al río. Consta en documentos del 1600 que a la zona se la conocía como “lo de Palermo”, que en 1808 se ofició el nombre como Partido -junto a San José de Flores y Belgrano serán los pueblos-barrios que impulsaron el desarrolló urbano-, y en 1821 el gobierno de Buenos Aires designa el primer alcalde.

 

“Cada generación vendrá a mezclar verdades”

El por qué del día del barrio está ligado al acérrimo opositor a Rosas, Sarmiento; ambos coincidentes en su aquerencia con esta poco hospitalaria región de pantanos y lagunas. Fue su acción decidida en la prensa y en el gobierno que promovió la muy discutida sanción de la Ley N° 658 de creación del Parque Tres de Febrero -sugestión de Vicente Fidel López, en recuerdo de la batalla de Caseros, y cuyo padre, letrista del Himno Argentino, cantaba loas en esos jardínes a Don Juan Manuel-, el 25 de junio de 1874. Desde hacía unos años funcionaba el Colegio Militar en lo que fue la residencia principal de Rosas, tomando también las edificaciones cercanas como la primitiva casa primera de Rosas; contigua a lo que sería el famoso Café de Hansen para la historia del Tango. De todos modos en ese momento lucían un lamentable estado de abandono la frondosa vegetación de los paseos y jardínes, agravados por las periódicas inundaciones, que desbordaban hasta la actual avenida Santa Fe. Sería el 11 de septiembre de 1875 inaugurado con grandes pompas el Parque, con sus característicos portones -lamentablemente demolidos en 1917, iniciáticos del sistema de transporte público moderno con el primer tranvía eléctrico (1897),  aunque similares al portón aún existente en el Ecoparque-, las famosas “escobas de Sarmiento”, las palmeras que importó el prócer, y un diseño semejante a las grandes capitales europeas, perfeccionado luego en el genio de Carlos Thays. Aún preservan aroma fresco las palabras del presidente Avellaneda, “Cada generación vendrá a mezclar verdades, sueños, pasiones, al movimiento de hojas de sus árboles, hasta la naturaleza y el hombre, con sus estrechos enlaces y sus afinidades íntimas, desciendan igualmente bajo el eterno reposo”, cerraba del primer pulmón de la ciudad, asociado desde siempre al descanso, el ocio y el deporte al aire libre. En 1888 el intendente Antonio Crespo completaría la obra con el Zoológico y el Jardín Botánico, éste que fue construído sobre un antiguo polvorín, y que conserva, dicen, alguno de túneles de los tiempos del rojo punzó. Para Borges el Botánico sería un “astillero silencioso de árboles”. En 1914 la inauguración del Rosedal daría de los paseos más característicos a las familias y turistas. Se estima que dos millones y medio de personas disfrutan anualmente del verde de los Bosques de Palermo.