¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónComo tantos barrios porteños, escondidos a descubrir, el desprevenido que se cruce por la puerta de la mítica pizzería el Fortín de Lope de Vega y Álvarez Jonte, favorita de futbolistas y artistas, o patee las cuadras en las cuales Roberto Arlt pergenió la primera novela contemporánea argentina, “El juguete rabioso” de 1926, quizá sea mal orientando. Incluso vecinos próximos a la bella iglesia San Pedro Apóstol de Bermúdez al 2000, con sus ornamentos valencianos y testigo de la colonia siquiátrica modelo Open Door, afirmarán que usted pisa Floresta o Villa Luro. No, llegó a Monte Castro. Usted camina por los senderos donde partió el primer ejército criollo, apenas proclamada la Revolución de Mayo, o el general San Martín tomó el mando rumbo a la Gloria. Emplazamiento estratégico desde la Colonia por su altura, los abuelos dicen que en un día despejado se visualiza el Obelisco en sus esquinas y que sufren del viento más que ningún porteño, Monte Castro tiene una rica historia que ningún mago, ni funcionario poco avezado, ni especulador inmobiliario que pretende versallizar un barrio de trabajo y puerta abierta, puede hacer desaparecer.
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Durante más de cuatro siglos estos terrenos, que pertenecían a la inmensidad de La Matanza, carecieron de interés. Fueron en un principio tres estancias cedidas por Juan de Garay al Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, y que luego de separarse de sus propietarios originales alrededor de 1680, llegarían a principios del siglo XVIII a manos de Pedro Fernández de Castro y Velasco. Del español, uno de los más importantes señores del Virreinato, ferviente benefactor de los franciscanos, toma su nombre el barrio de Monte Castro; y la fecha de celebración, debido a que escritura este inmenso lote el 14 de Mayo de 1703. Inmenso con 800 hectáreas que llegaban la actual Mataderos, contenía notables afluentes como el Arroyo Maldonado hacia Liniers y Floresta, y, de hecho, un camino propio, el camino de Monte Castro, que sería la avenida Segurola, hoy vía a Villa Real y Villa Devoto. Este trazado conducía a una gran estancia, en la manzana de las calles San Blas, Moliere, Camarones y Virgilio de Villa Luro, según un estudio del Centro de Arqueología Urbana, rodeada de espesos montes de árboles frutales -la madera del durazno esencial para los fuegos hogareños- e innumerables chacras aledañas. Algunos historiadores hablan del paso del Virrey Sobremonte en la huída de los británicos en 1806 pero no existe documentación fehaciente. Sí se sabe por testimonios, incluso en la prensa que registró la terrible epidemia de viruela que azotó Monte Castro en 1820, que la explotación agrícola y ganadera intensiva durante el siglo XIX fueron las característica de estos parajes camperos. Y con pocas edificaciones salvo una Capilla y escuela rural de 1875, obras realizadas por las Hermanas del Divino Salvador, antecesoras de la actual Iglesia San Cayetano de Liniers.
Una compromiso con la educación que pervive con más de diez escuelas en el acotado radio de tres kilómetros cuadrados de Monte Castro, con algunos ejemplo notables como al escuela -Provincia de Misiones- que fue donada por un vecino, gracias al premio obtenido en un concurso de la revista Caras y Caretas en 1901. El otro mojón por la instrucción pública desde abajo es el colegio público -ahora el reluciente edificio art decó de Álvarez Jonte al 4600- que los hermanos Ponce de León y los vecinos donaron porque los chicos debían en 1894 cruzar zanjones, arroyos y mucho barro. Hoy es la orgullosa Escuela Nro. 3 “Monte Castro”.
El cambio de siglo encuentra al barrio en pleno crecimiento con el arribo de los primeros tranvías, la línea uno, y los inmigrantes que trabajarían en históricas empresas argentinas como Laboratorio Parke Davis, Georgalos y Heladeras Saccol. El espíritu comunitario prendió fuerte en el diseño barrial, con veredas anchas y frondosas, y varios pasajes, vasocomunicantes de sociedad civil. Uno de los más conocidos es el Albania de dos cuadras de largo, en honor a los albaneses que se afincaron en la Primera Guerra Mundial, y a los cuales el gobierno italiano ayudó a construir las 44 pequeñas casas. Era aún la etapa donde en los fondos de las últimas chacras, a punto de desaparecer, se cocinaban los ladrillos, que serían prohibidos sus hornos en 1930. Varios abuelos de Monte Castro recuerdan que, en ocasiones, se regalaban entre vecinos para concluir la casita propia.
Era la época de los empleados ingleses de Obras Sanitarias y ferrocarriles que deciden fundar un club en 1913 con el nombre de All Boys -aunque el común lo asocia con Floresta-. El estadio inaugurado en 1959 es un coqueto recinto deportivo de la calle Mercedes al 1900.
Si bien el crecimiento social y comercial resultó vertiginoso por sus avenidas, algunos servicios demoraron en llegar, y recién en 1949 contó con el Hospital denominado Vélez Sársfield. Lo que tuvo pionero el barrio fueron dos instituciones de salud pública de avanzada. El citado Open Door, colonia siquiátrica de puertas abiertas que funcionó de 1924 hasta su traslado a La Plata en 1958, y cuyo muro permanece por la calle Lascano, al igual que la parquización que origina la actual plaza Monseñor Lafitte. Algunos de sus chalet fueron reciclados en el minibarrio San Pedro.
Otra se inició en una nueva donación, ahora de Manuel Rocca en los veinte, que empezó siendo un centro-escuela para familias con tuberculosis, y en los setenta, se reconvirtió en el Hospital Central de Rehabilitación, modelo en su género en el tratamientos de discapacidades. Menos orgullo sería para Don Manuel el ominoso Correccional y Cárcel de Menores Rocca de Segurola, hace tiempo desafectado, y que había sido proyectado de colegio de varones internos.
A comienzos de los cuarenta aún el barrio mantenía cierto aire de chacra salvaje que se resistía a archivarse en el baúl de los recuerdos. Arturo Cancela, autor teatral y periodista de fino ingenio, comentaba en ese entonces que en la avenida Lope de Vega “pululaban los gatos de albañal” y que debía la municipalidad declarar la festividad de la “gatomaquia”, en honor al poeta español que también hizo divertidos versos con los felinos. Y que el problema la calle Cervantes, distante a cuatro cuadras, eran los canes salvajes, o “El Coloquio de los perros”, una humorada ejemplar del genial escritor del “Quijote”. Estos entornos preurbanos irían transformándose definitivamente con la explosión comercial de Álvarez Jonte durante el peronismo y la apertura de importantes cines en la senda del Febo inaugurado en 1929. Azucena Maizani, Mercedes Simone, Olinda Bazán, Libertad Lamarque, la Compañía de Blanca Podestá y Aníbal Troilo pasaron por sus salas, cobijadas en una impactante estructura de hormigón armado, que cerraron a fines de los cincuenta para dar paso a un banco. En 1945 abría el Cine San Pedro, que exhibió una atractiva programación teatral, cerrado en los noventa, y que los vecinos lograron la reapertura en los dos mil.
Pese al paso del tiempo y la modernidad transformadora en metrobus, amparado tal vez en la protección de sus pasajes, o en la ausencia de avenidas de alto tránsito y subterráneos, hacen mantener a Monte Castro bajo un ritmo inmemorial, tal cual se respira en la calesita techada de Don José, o en el Bar Notable Olimpo de Arregui al 5700. Quien pise sus veredas de aire fresco, de estancia a la mediatarde, reconocerá la pausa de la siesta, aún los días de semana. Magia real a un poco más de 12 kilómetros del Obelisco. Que hace en las esquinas de Monte Castro que uno vea la punta de sus sueños.
Fuentes: Cunietti-Ferrando, A. J. Monte Castro, de la chacra al barrio. Buenos Aires: Casa Pardo. 1970; “La Chacra de Castro” en iaa.fadu.uba.ar; Corradi, H. Guía Antigua del Oeste Porteño. Buenos Aires: Cuadernos de Buenos Aires XXX. 1969
Imagen: FB Monte Castro / Buenos Aires.gob
Fecha de Publicación: 14/05/2023
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