“Los crioyos vamos quedando/ como la guinda de la caña” retrataba Celedonio Flores en los veinte sobre un barrio que cambiaba en el porvenir del moderno Frigorífico Municipal. En su momento de esplendor, el veinte por ciento del comercio cárnico del país transcurría en Mataderos, el sitio que Florencio Escardó señalaba como “el de más significado geológico de Buenos Aires que el resto de la ciudad” El barrio del cuchillo, el poncho y la guitarra, el barrio paridor del Torito Justo Suárez, Tito Bessone, Geno Díaz, Alberto Breccia y Black Amaya, que en sus siete kilómetros cuadrados es un mojón lindero del arrabal y la pampa, de las orquestas de Roberto Firpo y el Mercado de Hacienda. Y aunque el Negro Flores, el gomía de Carlos Gardel y Rosita Quiroga, lamentaba “el progreso altanero”, nunca olvidarán estas cuadras las cabezas de ganado avanzando por el adoquín de avenida de los Corrales ni las casitas de zinc aledañas, con infaltables banderitas celestes y blancas, ni los carros verdes y negros cargados de medias reses. Las autoridades municipales quisieron denominarlo Nueva Chicago, tilinguería mediante que nunca acaba parece, y los vecinos impusieron el legítimo Mataderos, sinonimia del mundo del trabajo. Feliz Celedonio admite acodado en el estaño del Bar Cedrón, o cambiando versos con los payadores del Bar Oviedo, “vos sos un nido de hornero/que no arrasó el vendaval”. Desde la vera del reloj de la avenida Lisandro de la Torre, el Resero cabalga en los confines de los tiempos.
Hacia 1884 una tremenda inundación convirtió en un pantano los Viejos Corrales de Parque Patricios -actualmente Parque- y las autoridades nacionales, y las flamantes municipales, se abocaron a encontrar un nuevo solar destinado a los mataderos. El espectáculo de vísceras y sangre que desbordó las previsiones efectuadas en 1865, inauguración de los Viejos Corrales, y que llegó hasta Flores, Barracas y Monserrat. Así que Torcuato de Alvear, primer intendente porteño, comenzó la búsqueda de un nuevo sitio en 1885, fijando la mirada en el viejo camino a Cañuelas, miles de hectáreas que habían pertenecido a Bernardo Terrero y Joaquín Rivadavia en los años de la Independencia, en ambos lados del arroyo Cildáñez. El intendente siguiente, Francisco Seeber, dictó una ordenanza en 1888 otorgando a la firma Boeer & Cía la construcción del nuevo matadero, inspirado en los norteamericanos de Chicago, y en terrenos “cercanos a la estación Liniers, en el cauce de un arroyo”, dejando el antecedente para que nombren Mercado de Liniers el centro de venta y consignación ganadera de Mataderos. Algunos dicen que fue una sugerencia de Julio Argentino Roca trasladar a esta ubicación el centro de abasto, allí las chacras de Martín Farías y Nicanor Maldonado. Según Teresita Mariaca y Luis Cortese tampoco debe obviarse los altos intereses inmobiliarios que dispararon la elección municipal, “Veinte años atrás, pocos hubieran asegurado a un propietario que en tiempo no lejano su terreno multiplicaría extraordinariamente su valor: la más incrédula sonrisa habría merecido aquella extraña profecía… hemos de ver vender por ciento lo que hasta hace poco se adquiría por uno”, refería el diario La Nación en 1910 del gran negocio de rematadores como Massini o Bravo, Barros & Cia. Que, la última, fundada básicamente para lotear terrenos en las calles que van abriendo la municipalidad como Murguiondo, pasó de un “escritorio” a una firma que comercializó 71 millones de pesos.
Tierra de Mucanga
Finalmente el 14 de abril de 1889 se puso la piedra fundamental de los futuros corrales, día del barrio, y fecha porteña para el Gaucho Argentino, cuando lo único que existía cercano era la casilla de madera que José Michellini usufructuaba de fonda y almacén. En la pluma de Juan José de Soiza Reilly en los diez, un panorama del Mataderos fundacional, “hace treinta años quien haya conocido los campos desnudos, malolientes, pantanosos, que se extendían como sábanas verdes ante los Mataderos de Liniers, creyó sin duda que allí también estaba Finisterre. Allí comenzaba el reino de los monstruos. No había nada más. Era la Nada”. El Mercado de Hacienda se inauguraría recién el 1 de mayo de 1901 -hubo una inauguración fallida el 21 de marzo de 1900 pero un desborde del Cildáñez cubrió la Nueva Chicago argentina- debido a los innumerables problemas que afrontó la obra, hoy mole rosada en las avenidas Lisandro de los Torre y Corrales, por los terrenos bajos y anegables, la resistencia de los trabajadores que vivían en Parque de los Patricios, apiñados a los Viejos Corrales, y los cálculos que sobrepasaron los 6 millones iniciales, debiendo el intendente Bullrich girar 500 mil pesos oro extras. Mientras tanto fueron los inmigrantes que se animaron pioneros a trasladarse a estas agrestes periferias, un ambiente menos inhumano que los conventillos céntricos seguramente, acompañados por los tranvías -a caballo- que empezaban a recorrer las calles nacidas de los apresurados loteos, muchas que recordaban los pagos de los gauchos y reseros que venían con la hacienda, Tandil, Pilar, Tapalqué, Lobos, Merlo, Chascomús, San Pedro, Monte, Bragado y Saladillo. También existió un desvío del ferrocarril que partía de Haedo hasta la Estación Villa Madero, o Estación Mataderos, entre 1903 y 1977.
Por aquellos años aún la matanza de animales se realizaba en los playones empedrados y su sangre corría hacia el arroyo, un tema sanitario que se corregiría con la profesionalización de la actividad cárnica con el Frigorífico Municipal (1931), luego llamado Lisandro de la Torre. A su vez desaparecieron los enfermos pulmonares que esperaban beber la sangre de los animales, la cura a la tuberculosis del 1900 retratada en la novela “Lázaro” de Elías Castelnuovo, y los mucangueros, aquellos muchachos de familias pobrísimas, quienes hacían unas monedas vendiendo las partes desechadas de vacas, cerdos y ovejas. Varios vendían la grasa legal o ilegalmente a las fábricas de jabones que florecieron, una Jabones Federal, en las épocas que la banda de Baigorría imponía respeto, entrando el cine Jorge Newbery de la avenida Tellier -Lisandro de la Torre- por más que el dueño colocara carteles solicitando que no ingresen con los pies descalzos, llenos de sangre. Entre los mucangueros surgiría el máximo ídolo deportivo del barrio, el boxeador Justo Suárez, el Torito de Mataderos. Un plazoleta en la calle Cosquín y un busto de Francisco Crescenzo, en la esquina de Bar El Cedrón, recuerdan a este extraordinario deportista inmortalizado por Julio Cortázar en 1956.
Suena una guitarra y un bandoneón
Junto al 9 de Julio en avenida Larrázabal, dos bares notables cuenta este barrio, el Cedrón, que se inicia en 1908 con la familia Carrara, antro de tangueros y jugadores de billar a punta de taco y facón, y el Bar Oviedo, frente el Mercado de Hacienda, que en los diez era propiedad de Fernando Ghio. Este concejal socialista lo transformó en el Bar de los Payadores y el Bar de los Mucangueros, porque allí un día a la semana los educaba y alimentaba. Ghío será crucial en el barrio impulsando la Parroquia San Vicente de Paul (1913), donde se realizaban reuniones sociales, tertulias literarias y estimulaban la educación de los niños, en medio del Barrio Naón -en honor a una de las primeras familias asentadas en 1886- o el pudiente “barrio de los empresarios de la carne”. Además promotor que “El Resero” de Emilio Sarguinet, antes en la vereda del Palais de Glace, se emplace el 25 de mayo de 1934 en la entrada de Mercado de Hacienda, en el solar que estaba proyectado para una estatua desde 1900.
En 1911 un grupo de jóvenes del barrio forman un club de fútbol con el nombre “Unidos de Nueva Chicago”, hoy Club Atlético Nueva Chicago. Un año después, gracias a una donación de los vecinos, comenzarían las obras del Hospital Juan F. Salaberry en la avenida Provincias Unidas -hoy Alberdi-, inaugurado el 4 de septiembre de 1915, y en honor al hacendado que sus herederos cedieron el terreno propio -hoy Plaza Salaberry, el hospital fue demolido en los setenta y trasladado al Hospital Santojanni, ex hospital de enfermedades pulmonares. A propósito, sobre la avenida General Paz, el Mirador Salaberry (1858) sigue sin la protección patrimonial adecuada. En la senda de Ghio, en los cuarenta se inauguraría el popular microbarrio Los Perales, luego llamado Manuel Dorrego, y que posee una amplia plaza-paseo en su homenaje. Con cinco plazas y 21 plazoletas, Mataderos sea de los de mayor cantidad de espacios verdes en Buenos Aires. Asimismo guarda la memoria de las luchas populares de distintas épocas, en la toma del frigorífico y la barricadas eregidas por vecinos en 1959, o la recordada acción solidaria del Padre Mugica -asesinado en 1974, a la salida de una iglesia en Villa Luro-, a favor de las villas de emergencia vecinas.
“Con el tiempo, el barrio se fue transformando por obra del progreso. Se despoblaron los galpones de los saladeros y ya no se veían perros husmeando desperdicios”, no quedan más tampoco tantos frigoríficos ni curtiembres, con sus olores característicos que embebían el Oeste, ante los reiterados anuncios de traslado del Mercado de Hacienda. Menos los innumerables cafés tradicionales, cines y teatros, sobreviviendo el Cine El Plata de la avenida Alberdi, aún lejos del nodo cultural pretendido por los vecinos que rescataron el “Gran Rex de los 50” del piquete. Fiebres inmobilarias avanzan imparables en las miles de hectáreas que dejaría el centro de abasto ganadero, colindantes con un Polideportivo de destino incierto. Y allí están resilientes la Feria de Mataderos y los churrascos asados en la Recova, al igual que cuando los boliches expendían ginebra a los parroquianos, y la carrera de embolsados hacía el feliz domingo. Por allá un cantor surero, trovador de las pampas bonaerenses a lo José Larralde, anima a los visitantes de fin de semana. Por acá, el tanguero Negro Flores nos recibe en Mataderos, “Hoy ser crioyo es una hazaña/porque nos vienen augando”.