¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“¿Cuántos besos de fuego/das y te han dado?” preguntaba a sus calles y gentes vecinas el gran poeta de Flores, Baldomero Fernández Moreno, el autor de la cumbre de la poesía nacional, “Setenta balcones y ninguna flor” Que tendría Flores también a su gran novelista, Roberto Arlt, quien bosquejaría en el célebre aguafuerte de los veinte desde la calle Méndez de Andes, “La gente vivía otra vida más interesante que la actual. Quiero decir con ello que eran menos egoístas, menos cínicos, menos implacables. Justo o equivocado, se tenía de la vida y de sus desdoblamientos un criterio más ilusorio, más romántico” Semejantes voces argentinas vivieron y sintieron en un barrio que de pago y curato eclesiástico de la Colonia, pasó a cuartel de la Independencia, luego fue el orgulloso pueblo federal y clave en la Organización Nacional, y, a toda máquina de trenes, tranvías y colectivos, uno de los barrios más populosos y comerciales de Buenos Aires, barrio del Papa Francisco al mundo.
“La ciudad se transforma, dice alegre la gente./También lo digo yo. Mi tono es diferente”, nos advierte Don Baldomero de este presente con escasos vestigios de las quintas soñadas de Manuel Mujica Láinez, los zaguanes de las chicas de Oliverio Girondo, menos el bosque de eucaliptos de Arlt de la calle Bacacay, o el imponente Palacio Miraflores, nodo de la vida social del oeste porteño, en la primera parte del siglo pasado. Apenas la Casa Marcó del Pont, junto a la estación, y otra edificación tricentenaria cercana al borde de los rieles en la calle Fray Cayetano Rodríguez, nos devuelven vientos, olas de nuestra identidad, de los molinos que siguen girando.
Para un viajero del tiempo resultaría extraña la realidad grela de cemento y ruido de Flores. Un poco más de cien años atrás podría observar aún restos de las señoriales mansiones y casaquintas, como La Mayosa, con las plantas del principal vivero de finisecular, Policarpo Coulin, el Palacio Miraflores de los Ortiz Basualdo, o el petit-hotel de los Carabassa. Alrededor, una clase media trabajadora que edificaba casa chorizos y barrios obreros por Yerbal, rodeadas de tipas y pájaros.
Aquellos encumbrados apellidos habían arribado buscando tranquilidad y naturaleza un poco más de medio siglo atrás, a compartir con los 5 mil antiguos habitantes -casi el 10% de la población de Buenos Aires-, la mayoría chacareros y campesinos, cuando la Compañía de Fierro libraba a vapor el servicio a La Floresta, espacio de ocio y esparcimiento de los porteños separatistas de 1852. Y un poco más atrás, cuando aún estaba la Catedral de Francisco Senillosa, en los cimientos de la actual Basílica de San José de Flores (1882), poco más que chacras y huertas apiñadas al Camino Real, en tiempos que se llamaba Camino Facundo Quiroga, en la época punzó de Don Juan Manuel de Rosas. Gobernador bonaerense que colaboró con medidas y dinero a la primera iglesia, que cumplía la edificación prevista por el curato del 31 de mayo de 1806 -fecha de celebración del barrio-, y con las primeras instituciones educativas de Flores, abiertas mixtas insólitamente cuando a las mujeres se las relegaba a las tareas domésticas. Esta viajero miraría una instantánea de ese camino despejado en Flores, fuente de comercio y riquezas desde el Virreinato, rumbo al Alto Perú, rumbo de los ejércitos patriotas de Manuel Belgrano y José de San Martín, llanura verde y promisoria, con bañados, durazneros y labradores de lado a lado; y sacaría sus propias conclusiones de la avenida que apenas deja entrever el sol con el ruido subterráneo.
Más se asombraría Mateo Leal, el primer propietario de estas tierras, dueño de casi 1800 hectáreas que iban de Caballito a Floresta actuales, que en 1609 las adquiere del Gobernador Hernandarias. Figura oscura del Cabildo de Buenos Aires, traficante de esclavos este capitán español, desaparece misteriosamente veinte años después, dejando una próspera industria ladrillera, cuyos productos terminarían en las principales edificaciones céntricas como el Antiguo Fuerte, hoy Casa Rosada. Hacia 1776 entra en acción Juan Diego Flores, un progresista estanciero, hijo de las viejas familias porteñas, que no solamente compra estas tierras, que empezaban a cotizarse por los huertas trabajadas por negros libertos y criollos, abastecedoras de la ciudad, sino que adopta a Ramón. Fue Ramón Flores, con el consejo del administrador Antonio Millán, que empezó la parcelación de la inmensa propiedad hacia 1800 con un moderno criterio urbanístico, y que reconoció el Virrey Sobremonte en 1806.
En las trazas de Millán de 1825 ya se observan las cuadras y la plaza -uno de los lotes propiedad de Juan José Paso, justo enfrente de la iglesia, en diagonal-, denominada por algún funcionario Juan Martín de Pueyrredón -quizá recordando que su monumento tardó casi diez en erigirse hasta que lo inauguró el presidente Yrigoyen en 1920…-, pero el habla popular denominaría por siempre de San José de Flores, tal cual empezaron a llamar estos parajes que crecían hacia el norte pero nada hacia el sur. Salvo el cementerio, fruto de diversas epidemias de viruela y fiebre amarilla, que fue trasladado dos veces hasta su actual ubicación en el llamado Bajo Flores (1867), al final de la avenida Varela. Colinda con los estadios del Deportivo Español y San Lorenzo de Almagro (sic), barrios populares como el Varela-Bonorino, y enclaves populosos vulnerables. Allí están los restos de la familia Flores y Millán, quienes imaginaron un pueblo que marcaría un límite de Buenos Aires, ayer y hoy.
Porque basta cruzar la avenida San Pedrito, diría Ezequiel Martínez Estrada, y sentir fenecer el hormigón, los molinos que parecen volver a girar, campos sin tranqueras de un pueblo a dos leguas de Plaza de Mayo, y retorna algo del Flores escenario de las refriegas y guerras civiles desde 1828 a 1880. Allí combatieron unitarios y federales, mientras Rosas deliberaba con Quiroga en la quinta de los Terrero, luego los nacionales de Hilario Lagos sitiaron a los separatistas porteños en 1852 -editando el primer diario de Flores, “El Federal Argentino”- y, más tarde, columnas de rifleros desfilarían camino a los cruentos enfrentamientos en Constitución y Barracas. Curiosamente la sanidad fue una resultante de estos conflictos entre hermanos y los primeros hospitales de campaña se establecieron en los alrededores de la plaza. Recién en 1901 se inauguraría el Hospital Vecinal de Flores, hoy Hospital doctor Teodoro Álvarez, a menos de quince años de la incorporación el ejido urbano del pueblo. Pasarían otros tres lustros para fundar el otro gran nosocomio barrial, el Hospital Parmenio Piñeiro, que con un sentido inclusivo se inauguró en una de las zonas más desfavorecidas económica y socialmente. Y que no recuerda a ningún facultativo sino al benefactor Piñeiro, un rico rentista fallecido en 1907, quien donó una inmensa fortuna al Estado Argentino, que entre su colección fabulosa de la mansión en avenida Corrientes 633, incluía lo que sería años más tarde el bello Parque Centenario. Otro modelo de millonario consustanciado con el país, al igual que Francisco Santojanni, cuya tumba está en el Cementerio de Flores, y donó a su muerte los terrenos en los cuales funciona el hospital central que lleva su nombre en Liniers.
El despuntar del nuevo siglo, y la llegada en oleadas de inmigrantes, españoles e italianos, pero también judíos y armenios, concentrados en torno a la avenida Avellaneda, que ahora conviven con peruanos y coreanos, transformó el aire patricio señorial, que fijó sus ojos en Belgrano, y confirió este vertiginoso presente urbano. Flores sin prosapia industrial, distinto a otros barrios porteños, cuenta más bien con un fuerte linaje comercial que se liga a aquella veintena de pulperías en la Revolución de Mayo. Ya para la primera década del XX las sastrerías y zapaterías del barrio extendían su fama, como la Tienda del Sastre de Pedro Dubini y los tamangos, botines, “Del Pueblo” de Isidro Lacoste. Y sin embargo, a este espiral exponencial de comercios y pequeños vendedores, Flores no admite shopping. “En realidad. Flores se escapó siempre a la “Buenos Aires europea”” afirma Leticia Maronese. Quien se interne por las calles arboladas y se maraville de las casas tan eclécticas, tan criollas, tan milongueras, de las laterales a la avenida Rivadavia, por Yerbal o Falcón, comprenderá por qué en los ochenta el Ángel Gris de Alejandro Dolina, ese Ángel Ser Porteño, pudo renacer a través de esos pórticos de bronce, con la magia y el encanto de los momentos imposibles de borrar o robar.
Alan Pauls, Edgardo Cozarinsky, María Moreno, Jorge Consiglio y continúan los escritores que engordaron el imaginario de la Calle Real al Oeste, a la manera de los Cortázar y Oscar Hermes Villordo, inspirados multicolor sin mobiliarios amarillentos, en medio de la avenida Rivadavia. En rigor, Flores posee un metrobus de dos cuadras (sic), que obstaculiza la mirada de los últimos locales centenarios y casas residenciales, a metros de la plaza enrejada, y la cercana galería, con sus espectaculares murales de Juan Carlos Castagnino, Enrique Policastro y Demetrio Urruchúa, restaurados en 2018. El de Urruchúa homenajea al poeta de Flores, Fernández Moreno, con la cinta dedicada a “la música, la libertad, el dibujo, el trabajo y la educación” Lemas de Flores, cuartel, fe y esperanza comunitaria porteña.
Baldomero que desde su casona de Bilbao y Rivera Indarte se anticipó a la transformación arrasadora de este jardín, hoy de los barrios con menos metros verdes de la ciudad de Buenos Aires pese a su rico pasado de chacras, mansiones, jardines y molinos de viento, y que en los dos mil demolió criminal la casa tricentenaria de los Millán en la avenida Alberdi, “Las hojas de los árboles, ahora de un sucio gualdo/surgen en todas partes. Melancolía, frío./A lo lejos la torre del palacio Basualdo./La torre de Basualdo. Y mañana el vacío” Queremos tanto a Roberto Arlt, un porteño inmemorial, el vecino del Flores del cross a la mandíbula, “Pero nos queda el orgullo de haber progresado, eso sí, pero la felicidad no existe. Se la llevó el diablo”
Fuentes: Cunietti-Ferrando, A. San José de Flores. Buenos Aires: Concejo Deliberante. 1995; Maronese, L. Contreras, L. Flores 200 años. Barrio y Cementerio. Buenos Aires: CPPHCCBA. Ministerio de Cultura GCBA. 2007; Llanes, R. M. San José de Flores. Recuerdos. Buenos Aires: Cuadernos Municipalidad. 1964.
Imágenes: Buenos Aires.gob
Fecha de Publicación: 31/05/2023
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