Caminar por las calles de Coghlan, entre los árboles de Tronador y Melián, por el pasaje Prometeo a la plaza Curuzú Cuatiá, la única calle porteña que remite a la mitología, y cobijarse en sus variadas especies de tipas y jacarandás, que oxigenan a la ciudad junto 431.326 árboles hermanos, representa una potente bocanada de aire fresco. Ante una ciudad que avanza encerrada en cemento, Coghlan muestra de botón de pánico con el megaproyecto que sofoca al magnífico Palacio Roccatagliata, el caminable 1.3 km cuadrado de este barrio encierra una riqueza ecológica y cultural notable. Por estas cuadrso miró a los ojos de la tristeza infinita ciudadana el pintor Spilimbergo. Athos Palma daba en su casa de Melián la clave de la enseñanza musical argentina. Por allá cantaban abrazados el tango y el folklore con Roberto “Polaco” Goyeneche y Horacio “Potro” Guarany, quien vivió en dos casas contiguas por Manuel Ugarte a principios de los setenta, el muy visitado por los artistas “Templo del Vino”. Hasta que la intolerancia política hizo estallar el auto del folklorista en la puerta. Como diría otro vecino que dio melodía a Coghlan, Julián Centeya, y un pasaporte del barrio que no se la cree de señorito inglés, “Tengo un corazón que me arde como pabilo de luz de aceite, alumbrando constantemente, un paisaje de pieza, allá en mi infancia. Creo en mi padre que no está. En la cálida ternura de una muchacha que reparte conmigo un ángulo… Vengo siempre de alguna parte y no voy a ninguna. Leo a Borges y no creo en las mellizas Legrand”.
Lo que sería Coghlan era parte del indómito Belgrano al norte, zona de desniveles y tupida vegetación, casi sin presencia humana, y con los infaltables hornos de ladrillo, paisaje de buena parte del siglo XIX, en cada rincón de Buenos Aires. Su primer dueño fue Cristóbal de Altamirano, por reparto de Juan de Garay en 1580. Comparte el barrio algunos mitos que lejos de la realidad se encuentran. A pesar del estilo inglés de algunas mansiones, aunque predomina más bien el eclecticismo del novecientos, el Palacio Roccatagliata un buen exponente, los primeros pobladores, que se sumaron a las escuálidas familias de Tomás Lambruschini y José Sanguinetti, dueños de extensas quintas de verduras ubicadas sobre las actuales Congreso, las vías, Washington y Tamborini, fueron en su inmensa mayoría vascos franceses. No ingleses. Tampoco que fuera de determinante para su crecimiento la histórica Estación Coghlan -la primera que tuvo biblioteca en 1967-, ya que como claramente sostienen Alfredo Noceti y Emilio Bence, la intención de la Compañía Nacional de los Ferrocarriles Pobladores, más que tender vías hacia Rosario, constituía en hacer un pingüe negocio inmobiliario; amparados en los negociados del Unicato del presidente Juárez Celman, y que derivaron en la Crisis de 1890.
Con nombre irlandés, no inglés
La historia oficial dirá que la fecha del barrio es el 1 de febrero, cuando en 1891 se inaugura la humilde parada ferroviaria, aunque el tren tardaría meses en llegar. Lo que fue inmediato fue el loteo de tierras, la fiebre urbana en Flores, Belgrano y Saavedra despuntaba, y los primeros compradores fueron Simón Casaubón, Francisco Vidal, Ramón Antelo, José Antelo y Pablo Brousson. Los trabajadores ingleses del ferrocarril vendrían después a establecer sus caserones con blasones; algo que imitarían, con o sin linaje, inmigrantes y criollos. De quien es claro el barrio, también de los escasos que recuerdan un personaje histórico, Villa Devoto o Boedo los otros, es en su homenaje a John Coghlan.
Este ingeniero irlandés, que no vivió en su barrio, fue crucial en el desarrollo de las aguas corrientes y la extensión ferroviaria, además de la topografía de Buenos Aires. Como directivo del Ferrocarril Central a Campana estuvo involucrado en el proyecto del recorrido a Rosario, por lo que un año después de su muerte en Londres se decidió recodarlo con una estación que fue un barrio. La ventilación cloacal de 35 metros de altura, aún en pie por la calle Washington, sin uso, un monumento involuntario a la labor progresista de Don Juan Coghlan.
El hospital Pirovano, inspirado en un modelo inglés aunque finalizado en las líneas italianizantes de la arquitectura hospitalaria del primeras décadas del siglo pasado, construído sobre terrenos donados por religiosos, librado al público en 1895, fue de los primeros nosocomios que recibía el nombre de un padre fundador de la medicina argentina, el por entonces recientemente fallecido Ignacio Pirovano. En sus pabellones, durante décadas utilizadas de hospital de salud mental, Alejandra Pizarnik escribió los últimos poemas.
De Versalles a los condominios de Miami
Hacia 1900 dominaba el magnífico Palacio Roccatagliata, en las actuales Balbín y Roosvelt, una serie de impresionantes mansiones con villas, cisnes, lagos artificiales y plantas exóticas, como la Villa Vicentina del doctor Molinari -actuales Núñez y Roque Pérez- y la Villa Clotilde sobre Congreso, propiedad de la familia Giovanetti, propietaria de teatros. Sobre Melián existía un puente levadizo que daba la imagen de una jardín versallesco fabuloso e interminable. Pero la clase media también crecía a ritmo acelerado, con el impulso de las cuadras aledañas al hospital, y Don Casaubón abre el primer despacho de bebidas en Monroe, mientras los vecinos de su bolsillo adoquinan Estomba. La avenida Monroe sería el corazón comercial y social de los coghelenses a partir de 1907.
En 1928 los franciscanos inauguran la neorromántica Parroquia de Santa María de los Ángeles en tiempos que el Sportivo Coghlan disputaba importantes torneos, enfrentándose de local contra los poderosos en ciernes Boca y River. Hasta bien entrados los veinte conservó el barrio algo del aspecto semirural, pese a que podía tener un toque de exotismo con la presencia del insólito escritor libanés Emin Arslan y su turbante yendo a la lechería de Bonifacio Sánchez en Guanacache -hoy avenida Roosvelt- El gran cambio ocurriría en la década siguiente con la instalación de fábricas, una de ellas, la primera de Nestlé en Argentina en la calle Núñez.