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Historia de los barrios porteños. Chacarita, ¿por qué sos tan cool?

Uno de los barrios porteños que más cambios ha sufrido en los últimos quince años, debido a la fiebre especulativa e inmobiliaria, sin embargo persiste en traernos historias de tres siglos. Chaca nos espera, con el cigarrillo encendido en la mano de Carlos Gardel, sin auto-tune.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Chacarita

Los chacaritenses de alma son porteños orgullosos de su historia. Saben que detrás de ellos está la marca necrofílica que los acompaña, el imponente cementerio de la Chacarita, el más importante de Buenos Aires con sus notables huéspedes, desde Carlos Gardel a Alfonsina Storni, pero que ellos transmutaron ese signo en vida con sus manos, erigiendo barrios obreros y humanistas como Los Andes, y dando la bienvenida al paso de miles, Chacarita un paso neurálgico de transportes de la Ciudad, cuna del sistema tranviario. Ellos parieron una de las murgas más célebres, la mítica Los pecosos de Chacarita, y uno de los clubes más populares, Chacarita Juniors, con el espíritu vecinal de los socialistas del novecientos. El mismo halo fraternal que se observa en la estación art-decó Federico Lacroze, que en sus frisos une el Litoral y la Mesopotamia. O que hizo compartir un mismo camposanto, separado por unas callecitas nomás, pioneros alemanes e ingleses, rivales en dos guerras mundiales, vecinos argentinos para siempre. Como en aquel cuento de Julio Cortázar, como aquel cajón de la inscripción ultraterrena “Adán Buenosayres”, Chacarita no remite a la pesada carga de la muerte sino “a la materia leve del poema” que nunca concluye.

Chacarita Gardel

En 1608, en tiempos del progresista gobernador Hernandarias, los jesuitas recibieron, por compra o donación, una decena de “suertes principales”, es decir, lotes nacidos en el primer reparto colonial, en lo que se conocía Partido de Monte Grande. Cada una de ellas tenía una legua de fondo y formaron parte de una inmensa posesión en las zonas más altas del suelo porteño, que llegaba desde los límites de Palermo hasta la actual localidad de Ramos Mejía. Entre estas donaciones se destaca la del 28 de junio de 1645 hecha por Nicolás Carvajal, con el poder firmado por el mismísimo Juan de Garay, a la Compañía de Jesús, fecha en que se celebra al barrio de Chacarita. En esas alejados parajes los padres construyeron civilizadores el casco de la Chacrita y la primitiva iglesia, que llegó a tomar la forma de amplia factoría agrícola bordeada por durazneros y quintas de vascos. Tierras conocidas en un comienzo como Chacarita de los Jesuitas o de los Padres, retomando el nombre quechua “tierra de cultivo”, chácara, chacra. Dos siglos después otro pueblo originario, los querandíes, antiguos pobladores de estas tierras, subsistirían pidiendo limosnas a los viajeros a las sombra del imponente establecimiento religioso finalmente demolido en 1899.

Pandemia que hizo Chacarita, males municipales de todas los épocas

Habían pasado dos siglos desde que los virreyes designados eran esperados en los caserones por el saliente y se celebraban fastuosas fiestas, en un entorno verde virginal regado por los brazos del arroyo Maldonado -que si crecía, permitía ir a remo hasta Palermo-. Santiago de Liniers en Chacarita reagruparía fuerzas en 1806 ante el invasor británico, ya expropiadas y abandonadas a los jesuitas en 1766 estas más de cien hectáreas; hoy  hecho de la argentinidad recordado en un mojón de la avenida Forest. El presidente Rivadavia estimularía fracasadamente el establecimiento de inmigrantes irlandeses y alemanes, en el barrio Chorroarín, el antecedente del crecimiento aluvional argentino,  y el gobernador Rosas esclavizaría en estos alfalfares y hornos ladrilleros a decenas de indígenas capturados en su Campaña del Desierto.  

La gran transformación de Chacarita daría al guadañazo en 1871. La terrible fiebre amarilla, que pese a las cifras oficiales aseguran mató a un tercio de la población porteña de menos de 200 mil, hizo que el desbordado -y peligroso- Cementerio del Sud, en la actual Parque Patricios, se mueva hacia al oeste, en principio, al solar que ocupa el actual barrio Los Andes. El ténebre “Tren de los Muertos”, por la actual avenida Corrientes, y tirado por la fundacional locomotora Porteña, madre del sistema ferroviario argentino, transformó decisivamente la zona que entonces solamente remitía a la bucólica postal campera que registraban los estudiantes del Colegio Nacional, luego inmortalizada por Miguel Cané en “Juvenilia” “Porque Buenos Aires no pudo mirar a la cara esa Muerte”, versificaba el joven criollista Jorge Luis Borges, terminó edificando un santuario necrofílico gigantesco de diez hectáreas, amurallado y con un pórtico diseño de Mario Buschiazzo, que posee 10 mil bóvedas privadas, 105 panteones -donde descansan ilustres como Aníbal Troilo, Luis Sandrini, Quinquela Martín, Gilda, Alberto Olmedo, Gustavo Cerati y tantos otros-, 94 mil sepulturas y 350 mil nichos. Poetas y escritores como Roberto Arlt y Alejandra Pizarnik solían recorrer sus calles tranquilas y verdes, con hojas de mil colores, buscando inspiración y paz.

Concretada la federalización porteña de 1880, Chacarita una de las mayores batallas de ese guerra civil, donde el presidente Avellaneda dirigió personalmente las operaciones, crece con el afianzamiento del emporio de transportes, bajo el esfuerzo de las compañías de Tramway de Federico Lacroze. Así se daría poco a poco la  fisonomía urbana histórica al barrio, comercial y residencial de casas humildes de un sola planta, desplazando la vida rural. Que sin embargo dominó hasta bien entrado el siglo XX y, sin mediar, la aparición de joyas arquitectónicas como el desaparecido Cine Los Andes, y el neo-tudor Teatro Regio de la avenida Córdoba, salvado de la demolición por los vecinos. “Los monumentos y lugares históricos se conservan casi por descuido. En cuanto estorban al progreso edilicio caen bajo la piqueta municipal, habituada a derribar toda suerte de reliquias” advertía un periodista en el diario La Razón en ¡1946!  Entre las pocas mansiones decimonónicas porteñas, testigos del salto urbano, se conserva la de la familia Comastri en Chacarita. Agustín Comastri un rico agroindustrial italiano venido en 1860, y cuyo palacio-mirador actualmente es protegido por la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 34 de la calle Loyola.

Cuando Chacarita era futuro

La construcción es de 1870, y resulta esencial porque en ella durmieron los presidentes Roca y Pellegrini, fue visitada por Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem, y allí se escondió Hipólito Yrigoyen, tras el fracaso de la Revolución de 1893. Aclaremos que el Comastri no es el “único mirador en pie de Buenos Aires”, punto alto privilegiado para vigilar las montoneras -y el contrabando-, ya que en Mataderos se encuentra otro más antiguo, el Mirador Salaberry, y a metros de la Plaza de Mayo, más viejo aún, los Altos de Elorriaga.

“Hay una novedosa noria automática. Mientras construía el edificio para instalarla, pedía a Inglaterra el motor-Don Agustín Comastri, también un solidario vecino, quien donó parte del cementerio de Chacarita ante el desastre sanitario durante la presidencia de Sarmiento- y las calderas y cavó un pozo de 20 metros de profundidad y 4 metros de embocadura. Hasta los campos sembrados en medio de canales, llegaba el agua. Entre los perales se plantó un viñedo de uva moscatel, de cepas bajas. Había plantas ya viejas y era sorprendente el tamaño y la calidad de las uvas que se obtenían. Los perales producían 2000 canastas de peras, que se vendían a un “patacón” cada una y la viña producía 350 bordalesas de vino de primer orden que se vendía a 1500 pesos cada una. La bodega tiene 1000 metros cuadrados de superficie, con dos sótanos adecuados, que tienen 100 metros cuadrados” describía el periódico “El Industrial” en 1883 desde el Palacio Comastri. Admiraba el cronista un complejo industrial que se extendía casi setenta hectáreas, por las actuales Fitz Roy, Aguirre y Bonpland, y que se perdía en Belgrano y La Paternal. Imperio que acabaría en una de las cíclicas crisis especulativas argentinas, ésta de 1890, pero que dejaría el impulso del mundo del trabajo a las futuras fábricas señeras del industrialismo nacional, La Manufacturera Algodonera  Argentina, en la calle Santos Dumont, y Mosaicos Catteneo Hnos., en la calle Charlone, que proveyó de notables y coloridas piezas para varias estaciones de subte. El mundialmente famoso Museo Anconetani del Acordeón de la calle Guevara 492, y el Museo Fotográfico Simik, de la avenida Córdoba, algunos recuerdos del futuro del barrio de Chacarita, que hizo teatro sainetero Alberto Vacarezza, y Agustín Magaldi cantó el tango como ninguno.

Cementerio Chacarita

¡Dale nomás, dale que va!

Hasta fin de los noventa aún quedaban algunos retazos del barrio con el muro que “erizaba la piel”, sentía Borges de sus paseos con artistas y novias imposibles, y frente, el Bar Rodney pervivió símbolo del rock argentino que sigue girando. Para Chacarita, la púa se clavó en la desmemoria, raro en una zona denominada con pompas Distrito Audiovisual desde 2011, con varias productoras y estudios de renombre. Extraño debido a que si uno observa con atención esas tiras entre milenios brillará el paisaje urbano que desapareció en los últimos tres lustros. ¡Dale nomás, dale que va!

Desplazando a Recoleta, con cotizaciones del metro cuadrado a veces superiores a su primo barrio-cementerio del norte, Chacarita afronta un futuro incierto, a duras penas sobreviviendo a la huella siempre porteña de plazas sin rejas -no lineales-, casas bajas, árboles frondosos y gente trabajadora comiendo de parado moscato, muzza y fainá en Imperio -en la fecha precio turista, olvídese-. Ya no existen más los populosos puestos de sándwich de milanesa, los mejores del país según nuestros abuelos, a la salida del subte B, que tantos noches sació al cómico Carlitos Balá. Ahora imperan las delicatessen gourmet diminutas y los vermuth inodoros.

Las Damas cancelaron a las Costureritas de Evaristo Carriego, todo se palermiza, “Chacalermogiales” (sic), lo llaman ordinarias las sirenas internacionales y nacionales desatadas en los palos de radares corporativos. No es el Palermo, ni la Chacarita, que tanto amó y nos legó Borges en arte, y así, con él, sentirnos orgullosos de ser míticos. Volvemos a la palabra  del escritor argentino más renombrado en el mundo, subrayo argentino, que nos dio una identidad que ni siquiera desde el Mirador Comastri parece hoy notarse para al comensal de platos neumáticos japoneses o mexicanos, “Chacarita:/he oído tu palabra de caducidad y en ella no creo,/porque tu misma convicción de tragedia es acto/de vida/y porque la plenitud de una sola rosa es más que/tus mármoles”. Los ignorantes nos han igualao, lloran abrazados Georgie Borges y Mordisquito Discépolo, Evita y Victoria.

 

Fuentes: Del Pino, D. La Chacarita de los Colegiales. Cuadernos de Buenos Aires: MCBA.1971; Abós, A. Al pie de la letra. Buenos Aires: Alfaguara. 2011; “Chacarita: por qué es el barrio elegido entre los más cool del mundo y el único que no baja el precio de sus propiedades” en lanacion.com.ar; buenosaireshistoria.org

Imágenes: Turismo Buenos Aires / Buenos Aires Ciudad

Fecha de Publicación: 28/06/2023

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