¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónMientras Don Pedro de Mendoza decidía establecer la fortificación-puerto de Santa María del Buen Aire, ninguna ciudad, sus huestes famélicas vagaron por las cercanías del actual barrio de Constitución, tierra de querandíes. Cuarenta años después, el único fundador de Buenos Aires, Juan de Garay, pasó raudo hacia la Costa Atlántica, rumbo a Mar del Plata. Así se convirtió en el primer turista veraniego el vizcaíno, que enfiló con sus soldados paraguayos por mismo camino de la Ruta 2, y apostó en el descampado que ahora conocemos como Plaza Constitución. Barrio que surge a la sombra de un mercado a contramano, en la actual plaza, y la victoriana Estación del Ferrocarril del Sud, actual Línea Roca, entre carretas, mateos, paisanos y proletariado, en movimiento, de todas las épocas.
Constitución fue escenario de tres grandes enfrentamientos civiles en dos siglos y testigo mudo de la fiebre transformadora de los intendentes porteños, que la partieron en cuatro en los últimos cincuenta años, “la autopista y los ensanches terminaron de darle un clima de ruina y desolación…un mero lugar de tránsito”, se entristecía Juan José Sebrelli. “La nostalgia es también el “no me olvides””, recalcó el filósofo en 1982, que conoció de niño el bullicio de los inmigrantes sefaradíes en la antigua Lima, las matinée interminables de los cines por Bernardo de Yrigoyen, y las dignas casitas por Pedro Echagüe. Y sin embargo, Constitución persiste en confabular y cobija la construcción y la plaza más antiguas porteñas, una casa de 1880 por Carlos Calvo, pasajes misteriosos y un edificio mágico, en forma de Arco de Triunfo, en la avenida Entre Ríos. Y, en cierta cuadra de la avenida Garay, dice un tal Jorge Luis Borges, existe “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, un Aleph, que contiene todos los puntos del Universo.
Hasta mediados del siglo XIX lo que estaba en los alrededores del Zanjón de Granados, un arroyo que partía de la plaza Constitución, era un descampado repleto de pajonales, sauces, pumas, yaguaretés y perdices. Poco se había extendido la ciudad chata urbe al Sur a los antiguos campos anegadizos de Balcarce y Langdon; no sin razón llamado Potrero, hoy los terrenos que ocupa el ferrocarril. Recién en 1769 cuando se decide dividir el ejido en parroquias, se comienza a poblar la zona de la Concepción, por la iglesia que se fundó en 1733, y templo que persiste en las esquinas de Tacuarí y avenida Independencia, con las reformas del siglo XX. Del otro lado del zanjón, Sor María Antonia de Paz y Figueroa, luego de caminar 1200 kilómetros desde su Santiago del Estero natal, a pie y descalza, misionando en Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Córdoba, arriba a Buenos Aires en 1779 con la intención de fundar una Casa de Ejercicios Espirituales. Y pese a las resistencias del Virrey Vértiz, la monja representaba a los ahora herejes jesuitas, incluso fue apedreada en el atrio de la Iglesia de la Piedad, consigue los terrenos en las actuales avenidas Independencia, entre Lima y Salta. Y el santuario que se empezó a construir en 1795, que tuvo a Camila O´ Gorman (1848) en sus días previos al fusilamiento y protegió la vida de un desfalleciente Bartolomé Mitre (1852) defensor de la separatista Buenos Aires, permanece en pie como la edificación más antigua porteña, hecha con adobe y madera del Paraguay.
Un poco más allá estaba el famoso Hueco de los Sauces, la Plaza Garay de hoy, que fue de los primeros espacios imaginados como plaza pública. Allí un agotado y acabado Juan Manuel de Rosas firmaría manuscrita la renuncia, cancelado tras la Batalla de Caseros, y emprendería el exilio inglés, sin retorno. Seguramente mientras el otrora poderoso Restaurador de las Leyes cabalgaba a su ocaso irremediable, con tristeza, habrá observado el paisanaje alrededor de las carretas, que venían cargados de los campos de Chascomús, o las curtiembres de Barracas, por la Calle Larga (avenida Monte de Oca) Un relámpago en la retina de Rosas habrá sido la imagen suya de 1820. Esa misma Buenos Aires que lo echaba y lapidaba ahora en 1852, antes salió a vivarlo frente a sus gauchos colorados del Monte, por la calle del Buen Orden (Lima), en los márgenes de la Quinta de Loria. Poca de esta historia de vencidos queda en Constitución, que celebra su día desde 2002 en la fecha del natalicio de Juan Bautista Alberdi, 29 de agosto, nuestro autor intelectual de la Constitución Nacional. Aunque lo de Constitución, sostienen los avezados historiadores, que aparece con ese nombre recién en planos de 1858, se refiere más bien a la Constitución segregacionista porteña de 1854.
“Siendo de urgente necesidad impedir, sin demora, la entrada a las plazas interiores de la ciudad, de las carretas procedentes de la campaña, ya por los notorios peligros que ofrecen en las calles, tanto por su volumen como por el excesivo número de bestias que las conducen…-reafirmando que por decreto del- 1 de julio de 1822 se establezcan dos mercados al Oeste y al Sud de la Ciudad”, sellaba el 18 de agosto de 1853 el gobernador de Buenos Aires, Pastor Obligado. Y como nacía Plaza Miserere como concentración del tráfico comercial, e impulsaría el barrio de Balvanera, quedaba establecido el Mercado del Sud. O sea que una fecha más factible para Constitución sería aquella del 18 de agosto. Pero demoraría un par de años para que se levanten las paredes, y continuaban los vecinos de los barrios del Sur quejándose de las carretas, amontadas en cuánto Huecos –plazas- clavaban los frenos. Recién cuando un señor Modollel ofreció los terrenos aledaños para ampliar el proyecto, con el interés de valorizar sus propiedades colindantes, se activó el mercado. Y el Concejo Deliberante, pese a los polémicas y recusaciones de arreglos, algunas del mismísimo Sarmiento, realizó la adquisición que posibilitó el Mercado del Sud del Bajo, a partir del 1 de enero de 1857.
Que empezó exitosamente, con 7000 carretas en 1858, en un espacio de 70 mil varas para 900 vehículos, y que pobló el anterior pajonal de carreros, gauchos, chinas y sonidos de guitarras, los primeros vecinos de Constitución. Todo cambiaría en 1862, un breve auge de una iniciativa a contramano de la Edad del Vapor. El señor Eduardo Lumb, de la flamante concesión del Camino de Hierro al Sud, reclamó que, por contrato rubricado en el Concejo Deliberante, el terreno que ocupaba el mercado, la actual plaza, pertenecía a la nueva estación de ferrocarril. Un pedido contrario a la misma legislación porteña que impedía avanzar en terrenos destinados a mercados o plazas. Para subsanar el conflicto se ofreció terrenos fiscales y el 7 de marzo de 1864 se iniciaron las obras cuyo “día no se borrará fácilmente ni del corazón ni de la memoria del pueblo argentino”, acotaría la prensa. Con un almuerzo para 400 invitados, entre ellos el presidente Mitre, se colocó la piedra fundamental de la estación, con las banderas inglesas y argentinas a los costados –Lumb vendió su compañía poco antes a los británicos por 25 mil libras- Así la estación fue el actor que dinamizó finalmente la urbanización del barrio, edificio histórico que en 1887 adquirió el estilo victoriano, a la vez que liquidó paulatinamente la actividad del mercado. Las viejas paredes de barro empezaron a quedar desactualizadas con la falta de uso, ya directamente las mercancías se descargaban de los trenes a las carreras en la terminal, y solamente en 1880 volvería a contar de movimiento, pero como cantón de los sediciosos porteños –y bonaerenses- que rechazaban la federalización de la Reina del Plata en 1880. En el puente de acceso a la estación Constitución se desarrolló uno de los combates más violentos, ya que los rifleros separatistas –varios inmigrantes italianos- mantuvieron a raya a los nacionales del general Levalle; al punto que debió éste poner una locomotora en reversa para escapar del fuego a mansalva.
Quien daría el disparo final al mercado sería uno de los intendentes que más transformaron, Torcuato de Alvear (1883-1888). Su gran ambición fue la demolición de la aldea a pos de la ciudad moderna de millones, y mientras habría avenidas y plazas y derribaba edificios coloniales, se empeñó en erigir a la Plaza Constitución de plaza europea. Carlos Thays (1885) diseñaría entonces un lago artificial de 1500 m2 y puentecillos, que sobrevivirían hasta 1929. Las dos estatuas icónicas del espacio verde, una a Juan José Castelli y la otra a Alberdi, legisladores, patriotas y mentes criollas, se levantarían en 1910 y 1964. También fue el gestor Alvear de la Gran Rocalla, un esperpento que costó 100 mil pesos, y que en treinta años solamente afeó el barrio, siendo derribada en 1914 con el inicio de las obras de subterráneos –reiniciados en 1934-. Curiosamente el monumento al jurista que imaginó la Ley Fundamental, que los argentinos deberían respetar en hermandad, se inauguró en la misma plaza que dos años vivió la zozobra de grupos militares que cuestionaban armados el orden democrático. Azules y colorados con ametralladoras automáticas, tanques y artillería se mediarían entre Avellaneda, Parque Lezama y Plaza Constitución, disparando sin respetar a la indefensa población civil.
Las primeras décadas del siglo pasado enlazaron la huella del hombre del Interior recién llegado a la gran ciudad, peyorativamente llamado por los porteños “payuca”, y que daría una fisonomía muy particular a Constitución, con sus fondas y hoteles, definitivamente criollas. “El antiguo cepo” o “El tren mixto” fueron los alojamientos transitorios preferidos de los paisanos que venían a Buenos Aires. Y el barrio siguió conservando ese enclave de paso, poco atenuado por una inmigración que no asentó en sus calles salvo los comerciantes judíos por Lima. Que no ostentó en sus cuadras conventillos ni teatros ni cafés y, en cambio, boliches a toda hora. En los cuarenta explotaría con los ferrocarriles –y micros- conectando los destinos turísticos sin distinción de clases, origen de los mieleros –los recién casados de las clases populares que por primera vez accedían a un viaje de bodas-, en la era dorada peronista. Década bisagra que acentuaría la percepción de Constitución de sitio de paso, casi un no lugar, en la mentalidad incluso de los porteños.
Paradójico. Constitución es también barrio de varias instituciones fundamentales de la memoria, la Cinemateca Argentina –ex talleres del Diario Crítica- o la Academia Porteña del Lunfardo. El paso del progreso, llámase avenidas más anchas del mundo o transbordadores, fue desfigurando el lazo vecinal, que aún se puede reconstruir en la Iglesia del Inmaculado de María (1923), la belleza del neogótico que obligó el rediseño de la autopista en los setenta. Pero desaparecieron, al partirse en cuatro Constitución con la avenida 9 de Julio y la autopista 25 de Mayo, los varios mercados de abasto, el principal el Mercado Proveedor del Sur, entre San Juan y Bernardo de Yrigoyen, o la mitológica residencia de Hipólito Yrigoyen en Brasil al mil, el único presidente argentino que vivió en el sur porteño. Sin embargo, el casi millón de personas que lo transitan al día, las más de 42 líneas de colectivos, trenes y subte, obreros, empleados y paseantes, cuentapropistas variopintos, en el orillo, retrotraen la pinta de los carreros, baqueanos y chinas, que enfilan al horizonte. Mejor.
Fuentes: Maroni, J.J. El barrio de Constitución. Buenos Aires: Cuadernos de Buenos Aires VI. 1969; Scenna, M. A. Historia porteña del barrio de Constitución en revista Todo es Historia Nro. 62 Junio 1972. Buenos Aires; Constitución. La puerta de salida al Sur. El Observador Porteño. Año 2 Nro.10. Buenos Aires: DGMPyH-MinCulturaCABA. 2018
Imagen: Turismo Buenos Aires
Fecha de Publicación: 29/08/2022
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