¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónHaga la prueba. Camine por el Abasto, Once y Congreso, tres esenciales en el trajín de los porteños, y consulte en qué barrio se encuentra. Cuadras de impresionantes edificios, de los más lindos de la ciudad, la Casa de los Lirios, el Palacio de Aguas Corrientes o la Confitería El Molino, o bares que hunden sus raíces en la mitología tanguera, como el Café de los Angelitos. O de una plaza, 1 de Mayo, donde hubo un cementerio que, en algún lado, contiene los restos de la esposa del Almirante Brown. Manzanas que alumbraron la literatura contemporánea nacional, en Bartolomé Mitre al 2000, en la casa de Macedonio Fernández, y parieron el rock argentino, en el baño del Bar La Perla de Jujuy y Pueyrredón; antes ese café, escondite del mismo Macedonio y el virginal Jorge Luis Borges. Calles donde María Moreno torcería al periodismo haciéndolo literatura en sus célebres crónicas desde el banco de la Plaza Miserere. Plaza que fue de Alsina, Alem, Palacios y Perón. Ninguno de los desprevenidos consultados acertará, ni siquiera los que concurren a la misteriosa Casa de la Palmera de Riobamba al 100. Porque no existen como barrios Abasto, Once y Congreso. Existe Balvanera, el populoso, el multiracial, el que encendió la poesía de Raúl González Tuñón, Enrique Santos Discépolo, Julio Cortázar y Federico Moura. El cercano oeste que es oráculo y cifra de Buenos Aires.
Semejante pasado estaba muy distante, en una noche lejana, durante las Invasiones Británicas. En tiempos que era el Matadero del Oeste y vecindad de Antonio González Varela, quien parece tenía varios actos compasivos, “miserere”, al costado del Camino Real -actual avenida Rivadavia- se reunieron los huestes de Liniers en 1806 y fueron derrotadas en 1807. Antonio había donado varias tierras a los franciscanos, quienes el primero de abril de 1833 erigen la Parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, aunque hay indicios que existía desde fines del siglo anterior. Oficialmente se toma como fecha de celebración de Balvanera, quien retoma la devoción por la Virgen de Valvanera de Logroño instaurada a partir de la vida ejemplar de un bandido redimido, Nuño Oñez. Curioso antecedente para un barrio bravo, de santos pecadores, que apenas rondaba las dos mil almas en 1840. El panorama de chacras y arboledas se olvidaría rápidamente con el humo del Ferrocarril del Oeste, que no solamente impulsaria a transformar en 1882 en Plaza 11 de Septiembre -que recuerda (sic) la secesionismo porteño de 1852, con el monumental Mausoleo a Bernardino Rivadavia de Rogelio Yrurtia de los treinta- al Viejo Mercado del Oeste, sino levantaría uno de los principales nodos de transportes de Buenos Aires. Trenes, subtes y colectivos conforman hoy este hervidero humano con la sombra del edificio terminal construído entre 1896 y 1907, que en verdad pretendía albergar en la punta a la poderosa Bolsa de Cereales.
El Dios Mercurio, aquel de los viajeros, el comercio, la elocuencia y de los ladrones, contempla a los humanos desde las alturas de la esquina de Mitre y Pueyrredón. Algo de sus rasgos transmutan en Balvanera.
A mediados del siglo XIX dos instituciones educativas llegan a Balvanera para transformarse en modelos de la educación. El Colegio del Salvador, en el regreso de los jesuitas durante el rosismo, y el Colegio San José, que fundado en 1858, será tomado como paradigma por el naciente Estado. Más tarde se inauguaría el Colegio Lasalle, dando a Balvanera su perfil ligado a la formación escolar, que la instalación de la Facultad de Medicina -luego de Ciencias Económicas- y el Hospital de Clínicas, reforzarían en la identidad estudiantil. En simultáneo al crecimiento de la población surgen los dos principales hospitales, el Hospital Español (1877) y el Hospital Ramos Mejía (1883).
Con una gran masa inmigratoria a principios del siglo XX, de los barrios con mayor presencia de italianos, judíos y sirios, no perdía la fama de malevos y guapos, guitarreros y cantores, como había sido en la época de los caudillos Alsina y Alem. Para ese entonces Balvanera era la zona más densamente poblada de Latinoamérica, junto a la vecina San Cristóbal. Vería eregirse el Congreso Nacional, el Mercado Spinetto, el Palacio de Aguas Corrientes en la previa del Centenario, como aparece en las novelas de Manuel Gálvez y Elías Castelnuovo, y más adelante los edificios imponentes, entre ellos, el bello Teatro Empire, la Torre Saint, el rascacielo de Perón al 2600 con una fuerte simbología egipcia, el Edificio de la Caja de Pensiones, el Alfa y Omega de Callao; o el Abasto, el primer edificio de cemento armado a la vista del país hecho por el mismo arquitecto de la cancha de Boca, Víctor Sulcic, y que devino de mercado abastecedor en shopping en los noventa. Mismas arcadas, imitación de las basílicas romanas, que antes, cuando eran un proyecto e irradiaba vida social en Chanta Cuatro o el Café de Noy, descubrieron una voz de Zorzal que iba a representarnos en el mundo: Carlos Gardel. Tango que me hiciste tanto bien y que también serían compuestos e interpretados en idish en los teatros IFT y Hebraica. En lo que luego fue nodo de distruibuidoras cinematográficas y sede definitiva del histórico colegio Joaquín V. González, hasta los treinta, por las calles Junín y Ayacucho, florecía la prostitución y la trata de blancas de la temible mafia Zwi Migdal.
Avanzando el siglo avenida Corrientes adquiriría cartas de una de las principales arterias comerciales, competía con la coqueta Santa Fe con las modernistas galerías Imperial y Del Siglo, gemas de la arquitectura de los setenta norteamericana, aunque sufría con los dislates de la transformación salvaje, que arruinaron bellos frentes diseñados por Virgilio Colombo. Un proceso de materialismo vertiginoso que captura Ernesto Sábato en “Sobre Héroes y Tumbas” (1961), ambientada en Balvanera en algunos capítulos.
Para los ochenta las sucesivas crisis económicas van deteriorando la pujante actividad económica de Balvanera, aunque la apertura de importación aparejó la fuerte renovación en aspectos insospechados. Y la nueva cultura de los coreanos, que se suma a la presencia creciente de dominicanos, peruanos, venezolanos, y en la última década, senegaleses. Nuevos olores y sabores, nuevas lenguas y sentidos, trastocan el paladar local. Durante esa década el Centro Cultural Rojas de la UBA y el circuito alrededor, el bar Remember, La Academia y las discos Halley y Ave Porco, cambiaron sin prejuicios las artes y el under con desparpajo y duendes en tacones.
Entre las pérdidas irreparables barriales recordamos una cita de León Tenenbaum, el gran cronista, que en 1982, antes que sea ese hueco vacío y triste de Bartolomé Mitre al 2100, pudo espiar lo que fue la casa de Macedonio Fernández, quien vivió e imaginó la novela eterna de Buenos Aires en ese solar durante casi toda su vida, “como sencilla casa de patios que era, sin vestíbulo, los fue sin antesalas ni ceremoniales esperas. Cuando se franqueaba la puerta ya se estaba adentro, en la amistad. Y dentro estuvieron, entre otros muchos amigos de la casa, Juan B. Justo -el Club Socialista, incediado por los simpatizantes peronistas en 1953, quedaba a la vuelta-, José Ingenieros, Leopoldo Lugones y Jorge Borges -padre-, acompañado por Leonor Acevedo”, cita el dentista devenido en paladín de la identidad urbana con su cámara lúcida. Y más adelante, lo conocido, los martinfierristas que acudían en masa, un Borges cachorro, a bañarse de la inmensa sabiduría de quien se presentaba “Artista de Buenos Aires”. Pérdidas que se lloran, y se reclaman, como las 86 vidas asesinadas en la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina en 1994, el mayor atentado terrorista en Buenos Aires; y que se reconstruyó el edificio para 1999 en Pasteur al 600.
Ya en el nuevo milenio los hechos trágicos envolvieron a Balvanera. Cromañón, con 194 víctimas fatales durante un recital de rock, el incendio del textil de Lavalle, que insumió más de treinta horas apagar, y el desastre ferroviario en la Estación de Once, 52 personas fallecidas, el tercero en la historia nacional. Mientras en los mágicos Pasajes Zelaya, Andalucía o Discépolo sigue yirando la vida de este barrio de fábula y mitos, en el recuerdo de esas gentes y vidas que encendieron la llama de la porteñidad. Esa perenne postal porteña, guapa y amistosa, a la cual Borges ubicaba, “en una noche lejana y en Balvanera”.
Fuentes: Tenembaum, L. Buenos Aires. Un museo al aire libre. Buenos Aires: Fundación Banco de Boston. 1983; Ibáñez Padilla, A. Una reina en el barrio de Congreso. Buenos Aires: Cuadernos de la Municipalidad XXXV MCBA. 1970, Balvanera. El cercano oeste en revista El Observador Porteño. Año 2 Nro. 12. Diciembre 2018.
Imagen: Turismo Buenos Aires
Fecha de Publicación: 01/04/2023
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