Más allá de la verdad geográfica, Av. Avellaneda y F.G. Lorca (ex Cucha-Cucha), existe una verdad de una base de datos encadenada con nuestra infancia y adolescencia que parece que fue ayer.Nací en Palermo y a los seis años nos mudamos al, desde mi humilde punto de vista, mejor barrio de la Capital Federal: casa gigante a una cuadra de la fabulosa Plaza Irlanda.No le encuentro explicación y no entiendo por qué y cuándo se diluyeron a través de los años costumbres que nos hacían más simples y más felices.Ferro, el club del barrio, sede de todas nuestras travesuras y también la génesis de los primeros encuentros y experiencias con el sexo opuesto. Los Carnavales, padres, hermanos, tíos, primos, todos jugando en la calle y sin un solo problema. Las fogatas de San Juan, donde poníamos papas y batatas en las brasas y era una responsabilidad individual juntar las maderas. Caballito Juniors donde nos trenzábamos en partidos furiosos de papi cuando éramos adolescentes, pero también cuando ya éramos grandes. Ateneo, el boliche arriba de la pizzería El Ombú, nuestro segundo hogar, donde sábado y domingo era nuestro lugar de reunión y levante. La plaza Irlanda, la más linda y estadio particular de fútbol los fines de semana. Volver de madrugada y que nuestro único miedo sea que un perro nos ladre en medio del silencio.¿Dónde está todo eso? ¿Adónde se fue a vivir nuestra felicidad sin despedirse? Ahora, ya grandes y aún en mi único y querido barrio, solo nos queda recordar con melancolía que en un tiempo Caballito era el centro de todo.
Escribo sobre música solo porque así me lo solicitó el Editor. Él sabrá...
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