“Padre, yo en la colimba me masturbaba mucho/ Fuiste un calentón, ¿ahora te seguís pajeando?” era una línea inventada de un diálogo entre confesor y confesado, pluma de Enrique Symms en la influyente revista El Porteño, 1985, dentro de una crónica sobre la reacción de la iglesia ante la “subversión porno-marxista” En tapa de la revista Sex Humor, que vendía miles por quincena, una enorme banana/consolador montada por Carlos Perciavalle, 1987. En el mismo año, en el programa “Veinte Mujeres”, en la plácida mediatarde, ATC, la sexóloga María Luisa Lerer explicando las bondades de la masturbación femenina y, contando luego, que una empleada de limpieza del canal agradeció sus palabras porque se sentía la “rara de la familia” Ni hablar de las escenas de alto voltaje erótico de las telenovelas ni de las películas de cine argentino que conocieron el soft porno en versión light. El sexo estaba en boca de todos. Heterosexuales, claro. Hubo “Puerto Pollensa”, hubo “Adiós, Roberto”, y las disidencias a las normas sexuales debieron igual esperar al cambio de milenio. Y sin embargo el Destape en los Ochenta vino a mover la estantería de la sociedad que olía a naftalina y cirio. La gran cama nacional no sería la misma. “¿Todavía no lo hiciste?” era un mordaz cuestionario sexual de la revista under Cerdos & Peces, 1988, que marcaba claramente que los varones estaban más atados al mandato patriarcal, y aconsejaba a las lectoras, visionariamente, “te ha tocado el rol protagónico de este tiempo, avanza sobre el hombre tachándole fantasías de tu propia lista”
Al igual que ocurrió con el destape español, luego de la dictadura de Franco, en Argentina la represión de la dictadura dejó un malla pesada de taras y muros. Cabe aclarar que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional hizo honor a su nombre, y emprendió un demente reacomodamiento de una sociedad que había probado las reformas sociales de los cincuenta, y los bordes de la liberación de los sesenta. Desde antes se incubó el Retorno al Orden que asociaba liberación de los cuerpos con subversión, la Década Infame, el régimen peronista y el Onganiato fueron antecedentes de andamiajes autoritarios hacia las relaciones íntimas, aunque los militares de los setenta llegaron al límite en su paroxismo delirante.
“Vivimos en el país más moralista del mundo. Aquí se puede ser ladrón, estafador, mentiroso, calumniador, hipócrita y hasta homicida. Todo se puede. ¡Todo! Menos mostrar el traste. Porque ahí la cosa se pone seria” era la crítica de Rolando Hanglin en 1982, en sintonía con María Elena Walsh que denunciaba un país amordazado e infantilizado en la célebre carta de 1979. El objetivo de la dictadura fue subordinar todas las expresiones culturales a los ejes de la familia, el orden y la tradición, una interpretación ultramontana del cristianismo, y en la anuencia de la Iglesia y ligas católicas de padres, madres, familias y afines. Dio el resultado que se vivió una de las censuras más atroces que se recuerden en Occidente porque el lema de los censores, en palabras del nefasto Paulino Tato, era “defender a la que gente que no sabe hacerlo” Desde cuentos infantiles a películas oscarizadas caía en las garras del genocidio cultural, y un dato del manto opresor, de 5 millones de novelas y poesías publicadas en 1976 se pasó a un millón en 1980. En la revista católica Esquiú de 1981 se pedía a las autoridades que, ante la mínima intencionalidad sexual en la tevé, se luche con la misma que fuerza que aniquiló a los “subversivos de la metralleta”. Un jefe policial afirmó en unas jornadas en la Universidad de Buenos Aires que la “homosexualidad era una enfermedad congénita” (sic) y que había que “espantar a los homosexuales para que no perturben a la gente decente”, cita de María Seoane. Esta culpa y dolor montada por el Estado Terrorista tendría consecuencias.
El saldo en 1983 era una sociedad metida sobre sí misma, enredada en la paranoia y la neurosis patológica, que rompió definitivamente los puentes imperfectos de una liberación sexual en comunidad, sueño de los sesenta, y buscó en el individualismo el placer, e incluso, a veces contradictoriamente, valorizando el “tener una familia” como refugio, aquel volver al barrio, el club, la madre. Un culto hedonista y nostalgioso que tendría secuelas no tanto inmediatas sino en la década siguiente y proyecta su pesada herencia en las actuales generaciones. Pero en los 80, entonces, Destape.
¿Por qué molesta que hablemos de sexo?
Arrancaba una nota en la revista Cerdos & Peces, número 32, mediados de los ochenta, que iría en una lengua parodia de Cortázar, hablando de falos, clítoris y otras yerbas. Todo lo que no se podía en noviembre de 1983 se pudo a partir del 10 de diciembre de 1983. Y a la velocidad que dejaron de emitirse comunicados desde la Casa Rosada, volaron ropas -femeninas- de las tapas de revistas y audiovisuales. Hitachi, a quien habían censurado una publicidad con chicas en tanga, el día después de la asunción del presidente Alfonsín emitió un aviso que encendía la temperatura de la televisores, aún la mayoría en blanco y negro. Los argentinos que vivieron la sexualidad en blanco y negro, en lo que estaba bien, el matrimonio, las relaciones siempre casados, el hombre activo y la mujer sumisa, y lo que estaba mal, el sexo extramatrimonial, la infidelidad, el deseo femenino; de pronto tuvieron su mariposa technicolor. Entonces se podía leer a la venerable Doña Petrona C. de Gandulfo, en la revista Libre, 1984, que a sus 84 años podía dar una receta para que “los hombres se pongan fogosos” O, en el colmo de la saturación mediática, la ingenua Jacinta Pichimahuida, o sea Cristina Lemercier, aparece desnuda en la revista Hombre. De la nada a 24 publicaciones eróticas en 1984,tiraje de 1.2 millón mensual, en la estimación de Natalia Milanesio. Un millón de espectadores en la primera semana de “Atrapadas” (1984) de Aníbal Di Salvo, el mayor éxito del sexploitation vernáculo. El best seller erótico de Ana María Shua, “Los amores de Laurita” (1984) -¿cómo olvidar la versión cinematográfica de 1988 y la escena del bidet?- Era una Revolución de Alcobas, quizá parecida a las que se vivió Buenos Aires en los locos y cabareteros veinte, capital del placer bajo las sucias tratas de las redes de prostitución.
En la editorial de la revista Adultos, inclinada más a la novedosa sexología, casi un invento de los 80 para los argentinos, se resumía el ambiente de la nueva política del goce, “Para hablar de lo que nunca hablamos. Para permitirnos lo que nunca nos permitimos. Para dejar de creer que el sexo es algo feo y entender de una buena vez que es algo lindo. para escuchar a los mejores especialistas del mundo en la materia. Para, y especialmente en materia sexual, dejar de ser ese bien bautizado por María Elena Walsh, país jardín de infantes. Aparece hoy Adultos. Esperamos serlos juntos”
En la revoluciones se necesitan romper huevos y el destape argentino no fue ajeno al viejo axioma. Por un lado estuvo la crítica moderada de cierto progresismo, espantada por el “avance de la pornografía”, un edil del Partido Intransigente quiso censurar las revistas eróticas en los quioscos -de aquella voladas son las bolsitas negras, triste metonimia del sexo como basura-, y que, como bien resumía el periodista y gestor Jorge Gumier Maier en 1985 con las primeras oleadas verdes, “los reclamos de las mujeres, aunque lleguen a ser reconocidos por nuestra izquierda machista, son algo menor, inoportuno, que distrae de las grandes tareas masculinas: la insurrección del proletariado, la lucha contra el FMI o la guerra”. También había un inquietante paralelismo entre el destape del sexo y el destape del horror de las asesinados por la dictadura, cuerpos desnudos en los reflectores más cuerpos mutilados en las fosas comunes, en prime time, y que causaba escozor en los sectores más democráticos -una misma moneda que aún falta estudiar. De todos modos sería la iglesia, y los sectores conservadores, muchos asociados a la dictadura interrumpida, quienes encabezarían los reclamos por la porno-marxismo que contaminaba las mentes de los jóvenes y no tanto. En 1986 obtienen el nada desdeñable logro de llenar la Plaza de Mayo en Defensa de la Familia y contra “el divorcio que conduce a la drogadicción, la violencia, la pornografía y la delincuencia precoz”. En el medio se discutía la ley de matrimonio civil, y que permitía el divorcio vincular, la Argentina uno de los últimos países occidentales con esta herramienta civil.
Al Destape apareció un ContraDestape. Y tuvo una virulencia que impulsaba a la Liga de la Decencia (sic) a condenar y escrachar periodistas que utilizaban el término “pareja”, que asociaban al “aparearse de los animales” Eran los “estoicos soldados del pudor” para el revista Sex Humor. Incluso los obispos del Interior hablaban de que se estaban violando los derechos humanos de los católicos con determinados programas, películas o revistas del “mercado del diablo” en programas como “No toca botón” de Alberto Olmedo. Adianchi. Presionaron con fuerza y recursos al endeble gobierno alfonsinista y consiguieron que se prohíba y se procese a varios editores y distribuidores. O que las razzias contra boliches o puntos de encuentro gay, en vez de disminuir, hayan aumentado en 1984, en los meses previos a la conformación de la Comunidad Homosexual Argentina. Asimismo la prostitución fue duramente castigada con los mismos edictos de los setenta, sin modificar. A todo ello, la revista Sex Humor se preguntaba “¿Qué es más corrupto, una película o 30 mil desaparecidos”
El Destape lo hizo
Juan José Sebreli en “Buenos Aires, ciudad en crisis” anotaba la emergencia de un fenómeno que colaboró en desmontar las mentalidades medievales. El Destape logró que el sexo sea un buena palabra acompañando el triunfo de los talleres de sexología, y la masificación de las enseñanzas y técnicas allí impartidas. “Grupos terapéuticos, talleres de sexualidad, revistas y libros mostraron las virtudes del autoerotismo gozoso y sin culpa, además valorado medio de exploración de sensaciones corporales”, detallaba el filósofo, mientras las librerías ponían en la lista de los más vendidos a las publicaciones de sexología, el boom del sexo, como luego en los noventa vendrían las de autoayuda. En palabras de Milanesio, “mientras el destape en los medios promovió y naturalizó la búsqueda del placer heterosexual, la sexología la legitimó y encauzó”. Se multiplicaron los talleres y cursos de sexología, los profesionales viajaban a Estados Unidos para perfeccionarse ya que aquí seguía enseñándose el sexo ligado a la reproducción, y los especialistas, y de los otros, empezaron a opinar a mansalva en micrófonos. Y a derribar mitos, particularmente en la sexualidad femenina. Lerer, quizá de las más prestigiosas, y autora de best seller de divulgación sexual, comentaba, “una de las tareas de nuestro trabajo es dar permiso y desculpabilizar, lo que habla de los pocos permisos y las grandes culpas que nos caracterizan” Una idea central que impusieron los flamantes sexólogos, pese la inicial resistencia de los médicos y los insultos, a Lerer gritaban “tortillera” en la calle por hablar de la masturbación femenina (sic), es que el placer es un derecho y una elección. Y a pesar de que aún se restringían a los heterosexuales, este hilo influyó a las nuevas camadas multicolores. El Destape lo hizo. O como decía el grafiti en la esquina de mi casa en Boedo, “El placer es revolucionario”
Fuentes: Milanesio, N. El Destape. La cultura sexual después de la dictadura. Buenos Aires: Siglo XXI. 2021; Seoane, M. El amor en la Argentina. Sexo, moral y política en el siglo XX. Buenos Aires: Planeta. 2007; Benítez, M.M. Symms, E. La Iglesia en el confesionario en revista El Porteño. Año IV. Nro. 40. Abril 1985. Buenos Aires.
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.