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Subir al robot y conquistar el mundo… o Paraná

Los paranaenses crecimos jugando en el robot del Patito Sirirí al punto de hacer berrinches si no nos llevaban a visitarlo los domingos.

Llegar hasta el lugar significaba ir corriendo a formar una fila para poder escalarlo. Padres y madres sentados tomando mate a los costados y vigilando que nadie se escapara. El nombre del parque es Carmelo Cabrera, aunque todos lo conocemos como el Patito Sirirí. Esto se debe a su estatua central y emblemática. Esta combina al pato sirirí, una especia autóctona entrerriana, con los dibujos del Pato Lucas y el Pato Donald. Pero volvamos al centro de este relato: el robot. Incrustado en la arena, con el tamaño de un mutante al lado de nuestros cuerpos chiquititos. Sus dos extensos brazos nos llamaban a deslizarnos por su interior y a terminar con la cola en el suelo.

A jugar se ha dicho

Amarillo, rojo, celeste… ¿Tal vez naranja? De cuerpo cuadrado, con barreras de hierro que nos protegían de las alturas. Uf, que coraje había que tener para subir y no marearse en el trayecto. La aventura comenzaba dando pasos por su escalera y, a partir de ahí, decidir nuestro destino. Podíamos tirarnos por los toboganes o continuar hasta llegar hasta la cabeza. Allí, toda la ciudad estaba a nuestros pies. Éramos los dueños del universo por un ratito y los mayores conquistadores de Paraná. Mientras lo hacíamos, les agitábamos las manos a nuestras familias para que visualizaran tremenda hazaña. La cual llevábamos a cabo de la mano de nuestros hermanos, primos y amigos de la infancia.

También podía suceder que ganáramos algún compañero de batalla durante la travesía. Pequeñas amistades que parecían durar una eternidad, pero que se esfumaban cuando el sol caía. Hoy no podemos pasar por sus alrededores sin sentir a la nostalgia jugando por dentro. Desde aquellos tiempos, nuestras estaturas aumentaron un poco. Por lo que ya no se lo ve tan inmenso, ni temeroso. Lo que sí, todavía no podemos determinar si es un robot o un super pato robot. Es que su pico nos confunde y nos hace volar la imaginación.

Una réplica sacada de una foto

La historia del robot del Patito Sirirí es muy particular. El juego infantil fue originalmente inventado en Estados Unidos y su nombre es “Giganta”. Estaba instalado en la ciudad de Leavenworth, Kansas, y fue removido por su peligrosidad. En la capital entrerriana, la obra fue resultado del capricho de un hombre y del trabajo de un grupo de ferroviarios. Para lograrlo, solamente se valieron de una foto casera que se había tomado durante un viaje.

Su construcción fue ordenada en 1978 por el entonces intendente interventor de la ciudad, el Coronel Carlos Aguilar. Allí, le encargó al trabajador Adelqui Macorig que realizara una réplica de lo que había visto en Norteamérica. Los medios y recursos para hacerlo eran escasos. Sin embargo, el hombre emprendió el proyecto junto a sus compañeros de taller y pudieron recrearlo de todas maneras. La fabricación conllevó un año y fue emplazada en 1981, convirtiéndose en el símbolo inigualable que representa para los paranaenses.

Un dato extra es que el juego no se encuentra solamente en Paraná. Por el contrario, cuenta con varias imitaciones en diversas localidades argentinas, fundamentalmente de la Patagonia. Aunque la nuestra tiene su toque especial: el pico de pato. Una forma distinta de identificar al pueblo y de representar al sirirí como figura turística de Entre Ríos.

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