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¿Quién se acuerda del cigarrero ambulante?

Este mini emprendimiento comenzó en la primera década del siglo XX y persistió hasta avanzada la década de 1960.

El cigarrero ambulante empleaba un puesto móvil para la venta de cigarrillos, que armaba en aquellos lugares de la ciudad bien concurridos, con mucho movimiento. El puesto de venta difería según estuviera o no discapacitado. En el primer caso, usaba un mueble vitrina de dos compartimientos con ruedas para facilitar su desplazamiento. Se ubicaba cerca de las esquinas y atendía la venta sentado en una silla. Vestido con traje y sombrero o gorra, vendía cigarrillos de distintas marcas, destacándose la que auspiciaba ese puesto de venta. También vendía cigarros, fueran toscanos o caburés, como se denominaba a los medios toscanos. El envase de toscanos estaba abierto porque se vendían por unidades.

La mercadería estaba a la vista, protegida por las puertas vitrina de vidrio transparente. Un segundo compartimiento ubicado en la mitad inferior se utilizaba para guardar la mercadería. Con la compra de un atado de cigarrillos, se obsequiaba una carterita conteniendo 12 fósforos de papel. Las cajitas costaban 5 o 10 centavos y contenían 45 o 90 fósforos marca “Ranchera”. También se vendían fósforos de cera marca “Victoria”.

Cumplido el horario de trabajo, el mueble quedaba cerrado y amarrado junto con la silla a un árbol o era transportado a un portal cercano, donde se guarecía hasta el día siguiente. Los vendedores sin discapacidad empleaban un puesto de trabajo más sencillo, consistente en un cajón de madera que se ubicaba sobre un caballete o una mesa tijera, muy fácil de transportar. Este mini emprendimiento comenzó en la primera década del siglo XX y persistió hasta avanzada la década de 1960, en ese Buenos Aires de ayer.

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