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Las torturas infantiles

La infancia no fue cosa sencilla tiempo atrás. Conocé las torturas por las que pasaron nuestros padres y abuelos de niños, en lo referente a la salud y a la educación.

Durante nuestra niñez experimentamos, lamentablemente, lo que podemos denominar “torturas infantiles”. Algunas relacionadas con el tratamiento de la salud y otras, del diario vivir. Era común que, ante episodios febriles, rápidamente se recomendara ingerir un purgante que podía ser muy intenso, como el “Aceite de Ricino”, de gusto asqueroso, o uno más suave como la “Limonada de Roger”, más aceptable. Uno u otro iban acompañados de estadía en cama de por lo menos, 24 horas.

 

Durante las épocas invernales, los resfríos intensos con participación pulmonar, requerían del auxilio de las cataplasmas, unas compresas de tela cubiertas con harina de mostaza caliente, que se colocaban en la parte anterior del tórax, habitualmente acompañadas de una sesión de ventosas en la espalda. Eran unos vasos de vidrio que provocaban la succión de los tejidos, a fin de lograr la “descongestión pulmonar”. Para fortalecer nuestro crecimiento, por las mañanas disfrutábamos tragar una cucharada sopera del inmundo “Aceite de hígado de bacalao”. Sencillamente inolvidable para quienes lo padecimos. Todas esas experiencias alcanzaban su punto más destacado con el tratamiento quirúrgico de “la carne crecida” como se denominaba el agrandamiento de las amígdalas. Inolvidable porque la operación duraba unos minutos que parecían horas y la realizaban sin anestesia. Esas experiencias vividas en Callao 19, sede del Cuerpo Médico Escolar, han dejado una huella muy profunda en nuestra memoria.

 

Otras torturas eran la prohibición de salir a jugar en horas de la tarde, ya que concurríamos a la escuela durante la mañana. O cuando en la escuela nos obligaban a escribir 500 veces: “No debo molestar en clase” o textos similares, como tarea para el hogar. En un grado menor, la prohibición de salir al recreo; eran 10 minutos que nos parecía una hora. Y en nuestro hogar, como consecuencia de conductas incorrectas, quedarse sin el postre o algo peor, irse a la cama sin comer, culminando con la amenaza de ser enviado a un Colegio Pupilo. Estas eran algunas de las “torturas” infantiles de las que fuimos víctimas en esa Argentina de ayer.             

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