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La dactilógrafa

En tres meses aprendían a escribir con los diez dedos y sin mirar el teclado.

La dactilógrafa se encargaba de mecanografiar documentos. Esa posición administrativa se alcanzaba luego de aprobar la escuela primaria y el curso de dactilografía dictado por una institución privada, como las “Academias Pitman”, una de las más jerarquizada. Después de un estudio de aproximadamente tres meses se lograba el título de dactilógrafa al tacto: escribía con los 10 dedos y no miraba el teclado. Ese empleo le permitía disponer de una posición laboral superior comparado con las obreras. La máquina de escribir fue el instrumento clave e indispensable en el período comprendido entre 1918 y 1939, que catapultó la especialidad de mecanografía como el conocimiento básico e indispensable para el desempeño de las labores de escritorio. Proveniente de un barrio cualquiera de la ciudad, esta trabajadora mejoraba su imagen y su “status”, obteniendo ventajas entre sus vecinas que desempeñaban tareas manuales en las fábricas. Con buena apariencia, vestidas correctamente y con un peinado de peluquería, las dactilógrafas constituyeron una fuerza laboral productiva, de importancia creciente. El agregado de la taquigrafía permitió el ascenso de las más capaces a la categoría de secretarias, puesto envidiado y deseado, el principal objetivo a lograr. Era requisito fundamental que la dactilógrafa fuera mayor de edad y soltera, situaciones que facilitaban su gestión, ya que, en caso contrario, eran necesarios el consentimiento del padre o del marido. Este trabajo, motivado por causas de necesidad económica como consecuencia de ingresos masculinos insuficientes, orfandad o viudez, tuvo una amplia difusión alcanzando su pico máximo en la década del 40. La ocupación de dactilógrafa fue una actividad destacada entre las tareas laborales femeninas en el Buenos Aires de ayer.
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