¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Domingo 04 De Junio
Era invariable el final de los espectáculos del payaso más famoso de la Argentina de la Belle Époque, el inglés Frank Brown. Que había venido por una temporada desde Inglaterra, vía Brasil, en la presidencia de Avellaneda, y nunca más dejó de amar a la Argentina. Domingo Sarmiento lo talló como “el clown más espiritual y simpático que pueda imaginarse”, el presidente Pellegrini no se perdía función en la calle Esmeralda, a pesar de que Frank criticaba ceja levantada al regimen conservador, y Rubén Darío escribía poemas para que el payaso, desde el picadero, infle la carpa de bellas palabras. A todos. A los ricos de las mansiones cercanas, a los pobres chicos y chicas de la calle, a quienes el payaso ordenaba se les deje entrar gratis para maravillarse de las acrobacias y los leones. Ellos estaban en las primeras filas, sin dientes, esperando que con el último chiste, alguna parodia shakespereana, el último cuadro con olor a teatro argentino, Frank recorrería la pista con la soñada canasta, regalando chocolates y caramelos. ¡A mí, a mí Flon Bon! repetía el griterío que se acalló cuando las patotas de niños bien incendiaron el circo popular de Brown porque consideraban que afeaba la aristocrática Zona Norte. Algunas lágrimas se evaporan, las sonrisas de nuestros bisabuelos, jamás. ¡A mí, a mí Flon Bon!
A quien iban a llamar el “Rey de los Clown” había nacido en Brighton, Inglaterra, el 6 de septiembre de 1858. Hijo de Henry Brown, acróbata y payaso, y Sarah Woods, era Frank segunda generación de artistas circenses inspirados en Philip Astley, que inventaría el concepto moderno del circo de las funciones, acrobacias y domadores, y los hermanos franceses Hanlon Lee, que sumaron elementos del vaudeville a los rutinas. Trabajó gratis en importantes circos de las islas británicas, a fin aprender el arte, y a los 19 años tenía habilidades excepcionales de acróbata y clown. En Moscú triunfó en las alturas y en México probó los trajes del payaso, que en Brown era una continuación del bufo shakespereano, incluso imitando la vestimenta isabelina.
Brown había recorrido medio mundo cuando arribó la primera vez a Buenos Aires en 1879, al Teatro Politeama de avenida Corrientes y Paraná, pero sería en la visita de 1884 dentro de la uruguaya Compañía de los Hermanos Carlo donde el artista empezaría a ser el número uno en las preferencias de los argentinos, particularmente de los más niños. Y a tener un rival, Pepino el 88 de Pepe Podestá, que era un payaso más al uso criollo, y que agradaba más a los mayores, con sus picantes comentarios políticos. En medio de estos artistas, Frank y Pepe, y sus compañías, se gestaría la primera pieza nacional, el Juan Moreira.
La Gran Compañía Ecuestre Norteamericana de los Carlo presentaba a Brown como clown protagonista o “El sin rival Frank Brown, clown por Excellence”. Sin embargo el payaso no olvidaba sus fuentes de acróbata e intervenía en la Pirámide Humana y los que llamaba “El salto de las bayonetas”. Básicamente unos soldados disparándole al unísono hacia los pies, debiendo el payaso saltar a tiempo para esquivar los balazos. Recién un accidente en Montevideo en 1896 lo focalizaría en la risa.
En 1888 decide formar compañía propia recorriendo el país y contrata a los Hermanos Podestá. Mil anécdotas se suceden. Durante la Revolución del Parque de 1890 confortó a los dos bandos en pugna, y en un tour por la provincia de Buenos Aires, asistió a los combatientes radicales de 1893 repartiendo chocolates. En 1898 realizaría funciones en Rosario a beneficio para adquirir un buque de guerra. Era una figura tan popular que la revista satírica “El Mosquito” habitualmente lo caricaturizaba, sobre todo en los meses que ridiculizaba al Unicato del presidente Juárez Celman, y un periodista de la revista Caras y Caretas, que asistió a una función en 1899, escribió: “Imagínese el limbo hecho manicomio y tendrá una idea aproximada de aquella algazara, de aquel estrépito, de aquella gritería y de aquel manoteo general en seguimiento de los confites, en el aire cazados apenas salidos de las manos de Frank Brown. ¡Flan Bon! ¡Flan Bon!” Así lo llamaban los chicos, adoptando como nombre la fonética de su nombre británico”
Este primer pico de popularidad se oscurece trágicamente con la muerte de un hijo y la esposa Ketty, que fallece por las graves heridas en una prueba ecuestre. En este periodo de fines de siglo realiza un gira por África e India, trayendo elefantes y jirafas, aunque estuvo a punto de naufragar en la larga travesía. Se enamoraría perdidamente en Londres de una écuyer, amazona argentina, Rosita de La Plata, Rosalía Robba, pero debió esperarla una década porque ella se casaría antes con un Podestá, Antonio -Frank y Rosita es una de las grandes historias de amor del espectáculo nacional, con familias y compañias de circo enemistadas tal Montescos y Capuletos.
A su regreso a la Argentina realiza funciones gratuitas para humildes, de las pioneras que se recuerden en el ambiente artístico, y emprende acciones solidarias en hospitales. Para 1900 todos aman a Frank Brown. Rubén Darío dedica un poema, “Franck Brown (sic) como los Hanlon Lee/ sabe lo trágico de un paso/de payaso y es para mí/un buen jinete de Pegaso” y Rául González Tuñon regalaría luego, “Mirá, si yo pudiera suplantarte,Llenara el Hippodrome con mis ágiles muecas/-y con Shimmys y tangos y zamacuecas-/-al mismo tiempo haciendo por imitarte-/para hacer reír a un niño, que es tan noble misión,/haría de mi alma una matraca,/ de mi entusiasmo una faca,/ de mi poeta un clown,/y una serpentina de mi corazón” Joaquín V. González expresaría, “No dejaré de afirmar que el payaso artista cual Frank Brown es para los niños, viejos y adultos de los dos sexos y de todas las razas, una de las cosas más amables inventadas por el ingenio del hombre”. No todos amaban a Frank.
Por esos años Brown tenía un triunfo arrollador en el Coliseo Brown, en las actuales Marcelo T. de Alvear y Cerrito, una estructura para 3000 que permitió en la pista simular un lago y navegar un vaporcito. Así que para el Centenario, el payaso quiso homenajear con su arte al país que lo había acogido y transformado en ídolo. El empresario Brown reunió inversores, consiguió el apoyo de la Municipalidad de Buenos Aires, y abrió un sala mayor en la avenida Córdoba y Florida, hoy el Liceo Naval. El implacable Ezequiel Martínez Estrada detalla “La cabeza de Goliat” qué pasó en 1910, en una Buenos Aires que no era una fiesta, “El circo de Frank Brown no sólo atentaba contra la arquitectura, sino que metía al cocoliche en la epopeya. Los jóvenes se pusieron de acuerdo con los bisabuelos y lo quemaron. Frank Brown había repartido caramelos a los mismos enemigos de esta vez, los había hecho cabalgar en su asno blanco por la pista, había hecho piruetas para ellos, como un padre en su casa, y ése era el pago. Las llamas destruían con el sentido alevoso de una demolición. A Frank Brown lo quemaron vivo por hereje: le quemaron el circo, que era como quemarlo a él en efigie" -algo parecido a lo que pasó con el popular payador Gabino Ezeiza y su circo en Rosario en 1893- Los principales diarios de la ciudad apenas criticaron el suceso. El diario La Prensa titula la noticia: “Caso de Justicia popular. Incendio de la carpa de Frank Brown…-se atribuye esa obra-…a la juventud universitaria, indignada por la construcción, impropia en el corazón de la zona aristocrática de una gran capital” Al payaso y empresario del espectáculo llevó un lustro de miserias y sacrificios pagar las deudas, en parte salvaddo con el gran atractivo de la acróbata Loretta Darthés, una de la novias de Carlos Gardel. Con Gardel trabajaría Brown en el debut cinematográfico del Zorzal, “Flor de Durazno” (1917).
Justo en el año de la única aparición del clown en el cine, Brown se repone erigiendo en al actual Obelisco el “Hipodromme Circus”, de diseño similar al que le habían incendiado, y da la primera función el 5 de mayo de 1917. Se destacaban las dos estatuas colocadas en lo alto y el cartel inmenso, el mantra de Brown, “Aquí se aprende a reír”. Cuando el artista no usaba la sala, la alquilaba para peleas de boxeo, exposiciones y cualquier otro espectáculo. En 1924 se retiraría con un simple saludo de fin de año, “Al pueblo argentino, después de divertiros durante cuarenta años ‘I wish you all a happy new year’” (”Les deseo a todos un feliz año nuevo”)”
Pasaría los restantes años de su vida en la monotonía de una casa humilde de Colegiales, acompañado de Rosa y un perro fiel, Jim, envuelto en recuerdos, lentamente en la calma del olvido. El diario “La Nación”, a raíz de su fallecimiento el 9 de abril de 1943, expresó: “Fuera con el triple salto mortal, fuera con la pantomima acuática, nadie se cansaba de estar frente a Frank Brown, nadie resistía su influjo que era un hechizo de gracia. Llegó hasta la parodia de “Hamlet”, y acaso muchos ignoran que este intérprete cultor de un arte aparentemente trivial aunque él lo elevó sobre la potencia de sus hombros y en la frescura de su cerebro, era un hombre de alta cultura clásica inglesa que recitaba a Shakespeare con un temblor melancólico, como si lo velara la vaga tristeza de no haber sido un gran trágico”, el mismo diario que silenció la “travesura” de la destrucción del circo de Brown en 1910.
Frank Brown repetiría una y otra vez, “cuando me hallo ante los millares de ojitos encantados de los niños, con sus manos ansiosamente extendidas solicitándome los para ellos maravillosos chocolates y muñecos que les traigo en mi canasta, tiemblo de emoción, de alegría infinita. Y es porque si en ese instante ellos son felices, yo me considero el hombre más feliz de la Tierra”, y estimaba que en su carrera había producido 27.400.00 risas y 35.820.000 sonrisas. Alto Producto Bruto Argentino del ángel de la cara pintada, Frank, recordado en la pieza de 2013 de Orlando Cajamarca, “Carpa Quemada”, representada por el Grupo Catalinas de La Boca, donde un Brown exclama esperanzador, “¡Alto! ¡Hasta aquí llegamos y basta de imaginar que aún estamos chamuscados! ¡A zurcir la carpa, arreglen el vestuario y reparen los decorados, que nos vamos de gira para olvidar lo que aquí ha pasado!”. Puro Teatro.
Fuentes: Cuneo, D. Frank Brown. Buenos Aires: Editorial Nova. 1965; Miyochi, E. M. Frank Brown, el que nos enseñó a reír en revista Historias de la Ciudad, Nº 1, sept. 1999; De Masi, O. Frank Brown, el payaso más popular de Buenos Aires en Gacetamercantil.com; Agüero Mielhuerry, E. Tuinstra, E. Frank Brown, señor payaso en Diarioeltiempo.com.ar
Imágenes: El Historiador - Felipe Pigna / Historia hoy
Fecha de Publicación: 09/04/2022
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