Un triste día de noviembre se bajaron las persianas tras 48 años de recopilar historias. El Canario fue una chopería de la capital entrerriana que estuvo ubicada en una esquina cercana a la Terminal de Ómnibus. Justo en la diagonal entre calle Echagüe y Alsina, el local supo albergar a amigos, solitarios y personas en busca de cervezas frescas. Tal vez, una de las imágenes más nostálgicas de su desaparición, fue la venta de las jarras donde servían las bebidas. Los precios osaron entre los 100 y 200 pesos, dependiendo del diseño de los vasos. Así, comenzó a marcarse el final de una etapa que tuvo como protagonista a la pizza, el fútbol y la calidez humana.
La noticia resonó fuerte entre los medios de comunicaciones locales y las redes sociales. Nadie quiso creerlo en primera instancia, hasta costó acostumbrarse a la idea. Sin embargo, nadie quiso quedarse sin aportar algún relato sobre su paso por el espacio que fue propiedad de los hermanos Amado. Inclusive, hubo quienes afirmaron que debían declararlo patrimonio de la ciudad por su vigencia a través del tiempo. Pero lo más doloroso fue ver la cara de Hugo, su dueño, al lado de los productos en venta. El hombre lo gestionaba solo desde 2014, tras una breve suspensión de la actividad comercial. Los motivos de la decisión definitiva fue la imposibilidad de pagar el alquiler y mantener abierto el negocio.
Una ausencia sentida
Los vecinos de la zona se pusieron muy tristes cuando llegó el momento de despedirse de El Canario. En este sentido, Marta, una mujer cercana al lugar, le confesó a El Once que lamentaba de corazón que Hugo no pudiese abrir más. Sucede que cuando su marido vivía, ambos frecuentaban el bar como si fuese su segundo hogar. Asimismo, recordó que cuando ella comenzó a vivir en su casa, hacía 41 años, el local abría a las 5 de la mañana y se servía el desayuno. De esa manera, la gente que arribaba de viaje de la terminal se acercaba allí para comenzar su día.
Por otro lado, la mujer profundizó acerca de los factores que llevaron el cierre de la chopería. Todo comenzó cuando Carlos, uno de los hermanos, falleció, y el otro hermano, apodado el Gordo, no quiso continuar más con el trabajo. Así que Hugo tomó las riendas del emprendimiento familiar y siguió luchando junto a su señora, que era la que cocinaba. Mientras que los hijos de la pareja se dedicaron a otras profesiones y con la pandemia, el hombre debía cuidarse porque estaba grande. Además, Marta resaltó que la gastronomía era inigualable porque la esposa se preocupaba mucho por la calidad y no dejaba que nadie metiera mano.
No se lo va a olvidar
El Canario fue sinónimo de tradición en la capital entrerriana. No hubo persona que no supiera de su existencia, incluso aquellos que nunca pusieron un pie en su interior. Su cartel blanco con letras rojas solía representar a una esquina en la que los años parecían no transcurrir. Nunca se destacó por extravagancias, sino que era más bien simple y cálido. Quienes fueron sus asiduos clientes afirmaron sentirse conmovidos por la culminación de su actividad comercial. Muchos de ellos eran taxistas o remiseros que paraban a comer algo o tomar una cerveza. Sin embargo, ninguno va a olvidar los partidos, el liso tirado, ni los palitos o maníes sobre la mesa.
Argentina, más específicamente de tierras litoraleñas. Nací en Entre Ríos y soy Comunicadora Social. Me especializo en la redacción en todas sus formas e intento crear imágenes mentales a través de las palabras. Melómana y apasionada de la semiótica por las miradas que nos aportan del mundo. La curiosidad siempre me mantiene en movimiento.