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El conventillo en el tango

Estas viviendas y las escenas típicas entre sus habitantes quedaron plasmadas en las estrofas del tango.

Los conventillos eran casas populares con muchas habitaciones, que alojaron a múltiples familias integradas en su mayoría por inmigrantes y su descendencia, colmando y superando la capacidad permitida para cada habitación. La llegada del Siglo XX, se asoció con el arribo al país de enormes oleadas de inmigrantes, época caracterizada por una carencia desproporcionada de habitaciones. Esta situación motivó la construcción de enormes casas colectivas con 30 a 40 habitaciones, mal ventiladas y con déficit de servicios sanitarios. La ciudad creció con estas características y el tango incluyó en sus estrofas, escenas típicas del conventillo. Fueron varias las denominaciones con las que se conoció a esta particular casa habitación: yotivenco, el vesre de conventillo; convento y convoy. En “Uno y uno”, tango de Julio Pollero y Lorenzo Traverso, 1929, así se lo señala: “¿Donde están aquellos briyos / y de vento aquel  pacoy, / que diqueabas, poligriyo, / con las minas del convoy”.

 

Es posible encontrar breves descripciones del conventillo en algunos versos que contribuyen a brindar el conocimiento de como eran en su interior. Enrique Santos Discépolo, con la colaboración posterior de Virgilio y Homero Expósito nos dejaron “Fangal”, 1954, donde dice: “Yo la vi que se venía en falsa escuadra, / se ladeaba, ¡se ladeaba por el borde del fangal!../ ¡Pobre mina que nació en un conventillo / con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral”. La puerta de calle del conventillo no existía o no se cerraba. Siempre permitía el paso, entrando o saliendo. De una o dos plantas, albergaba un conjunto muy heterogéneo de inquilinos, que cumplían un horario amplio de trabajo. Antoniio Scatasso y Pascual Contursi compusieron en 1927 “Ventanita  de arrabal”, que refleja esta situación: “En el barrio Caferata / en un viejo conventillo, / con los pisos de ladrillo, / minga de puerta cancel,/ donde van los organitos / su lamento rezongando,/ está la piba esperando/ que pase el muchacho aquél”. La vida en el conventillo era miserable, inhumana, perversa, ya que se aunaban situaciones diversas que confluían para brindar una vida difícil, pródiga en estrecheces y dificultades económicas. La vida en el convento conducía a destinos inciertos. Celedonio Flores y José Ricardo escribieron en 1921 “Margot”: “Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada, / que has nacido en la miseria de un convento de arrabal.../ Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada, / la manera de sentarte, de mirar, de estar parada / o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal / ...y tu vieja ¡pobre vieja! Lava toda la semana / pa´poder parar la olla con pobreza franciscana, / en el triste conventillo alumbrado a kerosén”. Otras veces, un grupo de muchachos alquilaban una habitación que funcionaba como refugio temporario, el bulín, para encontrarse y compartir mate y comida, techo y música, buscando una compañía que ayudara a vivir, superando los contratiempos surgidos en la vida diaria. Era un confesionario compartido para desengaños y alegría. Así lo conocimos en “El bulín de la calle Ayacucho”, 1925, de Celedonio Flores y José Servidio: “El bulín de la calle Ayacucho / que en mis tiempos de rana alquilaba, / el  bulín que la barra buscaba / pa caer por la noche a timbear.../ cotorrito mistongo, tirado / en el fondo de aquel conventillo, / sin alfombras, sin lujo y sin brillo, / ¡cuántos días felices pasé, / al calor del querer de una piba / que fue mía, mimosa y sincera...”.

 

Las condiciones de vida que se desarrollaban en el conventillo, diferían con lo que acontecía en una vivienda común. La cantidad de personas que lo habitaban, las distintas nacionalidades, las diferentes costumbres y hábitos así como la convivencia armónica o no, eran todos los factores básicos, propios del conventillo. Así quedó reflejado en “Oro muerto”, 1926, de Juan Raggi y Julio Navarrine: “El conventillo luce su traje de etiqueta / las paicas van llegando, dispuestas a mostrar/ que hay pilchas domingueras, que hay porte y hay silueta, / a los garabos reos deseosos de tanguear. / La orquesta mistonguera, musita un tango fulo, / los reos se desgranan buscando, entre el montón, / la princesita rosa de ensortijado rulo   / que espera a su Romeo como una bendición”. Nacer y vivir en el conventillo era una etapa a superar, cambiando de vida en la primera oportunidad. El cambio de vida, motivaado por la atracción que ejercían “las luces del centro”, modificaban el rumbo, particularmente en las jóvenes quinceañeras que vislumbraban el camino de su salvación. Pascual Contursi y Augusto Gentile escribieron en 1919 “Flor de fango”: “Mina que te manyo de hace rato, / perdoname si te bato / de que yo te vi nacer.../ Tu cuna fue un conventillo / alumbrado a querosén / Justo a los catorce abriles / te entregaste a las farras, / las delicias del gotán.../ Te gustaban las alhajas, / los vestidos a la moda / y las farras de champán”. El conventillo fue artífice de una etapa fundamental en el crecimiento y desarrollo de ese Buenos Aires de ayer.

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