El Colectivo

El colectivo suele integrar la lista de los “inventos argentinos” (junto con el dulce de leche, el by pass y la birome) que pululan por todos lados cuando se habla de la inventiva nacional. Y es, sin dudas, el que más me gusta, por varios motivos. Primero, no puedo creer que a nadie se le haya ocurrido antes, y esos son los mejores inventos, los que, de tan simples, pareciera imposible que no hayan sido inventados. A fin de cuentas, vamos: es un auto grande que hace un recorrido fijo y que cobra pequeñas cantidades a cualquiera que quiera subir y bajar en cualquier punto del recorrido. No entiendo cómo los romanos no tenían colectivo. De hecho, para mí tenían y acá encanutamos las pruebas para decir que lo inventamos nosotros.

En segundo lugar, es uno de mis inventos favoritos porque hace virtud de la falencia: no tenemos un mango, no podemos tomar un taxi: no hay problema. Juntémonos todos los que vamos para el mismo lugar, pongamos unas monedas cada uno y listo. Es como una vaquita organizada, institucionalizada, en la que el que se encarga de juntar la guita es, cuándo no, el dueño del bondi.

Y, por último, me encanta el colectivo por la idea de bien común que predica, de socialismo, de “si nos organizamos viajamos todos”. La unión hace la fuerza, pero a veces los argentinos parecemos olvidarnos de eso… Y ahí está el colectivo para refrescarnos la memoria.