El Canillita

Si hay un oficio que me gusta es el canillita. Hollywood nos hizo creer que los diarios salen 5 centavos y los venden en la calle niños pobres vestidos con ropa semi harapienta que usan una boina sucia de tela gris, que vociferan (linda palabra para significar “gritan”) los títulos más importantes, que siempre son sensacionalistas. Bueno, pero no. Así habrán sido los vendedores de diarios precarizados (e infantiles, un abogado laboralista se haría un festín con esta idea) de la Inglaterra de principios del siglo XX, como si hubieran salido directamente de un cuento de Dickens.

Pero el canillita, en realidad, es un tipo que a las 4 AM está a la intemperie (o metido en su cubo de metal llamado, muy generosamente, “kiosco”) esperando que el del reparto le traiga los diarios del día para luego acomodarlos (habitualmente recibió los suplementos y las revistas el día anterior) y armar, a mano, uno por uno, el diario que a cada cliente le gusta leer. Una vez que terminó eso, empieza la segunda parte del trabajo, la más física, la más pesada, que consiste en ir casa por casa, departamento por departamento, dejando los paquetes en el suelo si su aprecio por la estética es precario, haciendo un rollito y enganchándolos entre el picaporte y la pared si es un amante de las formas.

En época de diarios online y de posverdad y de fake news, el del canillita es, lamentablemente, un oficio que tiende a desaparecer. Desde acá va mi homenaje y mi agradecimiento por tantos domingos tirado en la cama, rodeado de suplementos y revistas, leyendo, de punta a punta, dos diarios distintos hasta las 5 PM. No sé si mi amor por la lectura, de hecho, no es una consecuencia del trabajo, impagable, de los amigos canillitas.