¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónAl comienzo del siglo XX, el temor a las infecciones era muy grande y había razón justificada para ello. En esa época no existían los antibióticos y el control de las infecciones no era fácil ya que la vida estaba en juego. La concientización de desinfectar todos los sitios sospechosos, favorecieron el empleo de la acaroína, a fin “de destruir” todo foco existente.
La acaroína se empleaba en solución acuosa y transformada en un líquido de aspecto lechoso, de olor muy penetrante, distinguible a la distancia. Si emplear un desodorante, es imponer un olor sobre otro, la acaroína era el gran triunfador. Se utilizaba en todas partes. La conocí cuando los cloaquistas venían a mi casa a limpiar rejillas y cloacas. El rociado con acaroína era el sello de calidad. Traducía un trabajo realizado y “desinfectado”. La acaroína se veía y se olía. No había dudas. Era un compuesto fenólico, de olor muy penetrante y duradero.
Los trenes que llegaban a la estación “Once”, salían barridos y “desinfectados” con chorros de acaroína. Igualmente, los tranvías que iniciaban su recorrido, estaban impregnados por las emanaciones de la acaroína recién usada. Era como un cartel anunciando que la limpieza se había realizado, culminando con la “desinfección”.
Eran épocas en las que la tuberculosis era la enfermedad infecciosa dominante, y nadie olvidaba su empleo. En la escuela, los salones de clase y por supuesto los baños, habían sido “desinfectados” antes de nuestra llegada. Todas las rejillas de los patios y baños, eran rociadas con acaroína como corolario de toda acción de limpieza. Era como la firma de un documento: trabajo realizado y desinfectado, en esa Argentina de ayer.
Fecha de Publicación: 26/12/2019
“La Grafología”: el conocimiento de la Personalidad por medio de la escritura manuscrita
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