¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEste famoso caso policial quizás sea el que me toque un poco más de cerca porque mi mamá vivió su adolescencia en Olivos en la época en la que “El ángel de la muerte” dejó un tendal de muertos en la zona norte del conurbano bonaerense, a pocas cuadras de donde ella tomaba el colectivo y se juntaba con las amigas a tomar el té (como verán, tengo una visión un poco romántica de la adolescencia de mi madre, pero ese es otro tema).
Lo que siempre me llamó la atención es que junto a su cómplice Jorge Ibáñez hayan matado a tanta gente (Según los registros policiales tenían 11 asesinatos en su haber) en tan poco tiempo y en un radio tan pequeño, como si de alguna forma hubieran estado buscando que los atrapen. Otro dato escalofriante, que durante un tiempo llegó a darme miedo a mí que vivo lejos geográfica y cronológicamente del hecho, era que mataban por la espalda o mientras la víctima dormía. Además, claro, que de las 11 víctimas 2 fueron violadas previamente.
El primer crimen, y digo “primer” porque no estoy contando los robos que ya venía perpetrando desde tiempo antes, lo cometió en 1970 con 18 años. Se colaron con Ibañez en una vivienda detras de una casa de repuestos. Mientras el dueño, su esposa y una hija, dormían en su habitación. Robledo le pegó dos tiros al hombre, despertó a la mujer que trató de huir pero que también recibió dos disparos. Una vez que la vieron caer, Ibañez la violó mientras Robledo vaciaba la caja registradora. Ella sobrevivió y los denunció, su marido murió en el acto. A partir de allí se sucedieron los asesinatos cada vez con más saña y premeditación, pero siempre por la espalda.
El gordo Soriano, un escritor argentino que hemos olvidado un poco, de manera muy injusta, (quien no haya leído Triste, solitario y final, deje todo lo que está haciendo y hágalo ahora) escribió para el diario La opinión una crónica de los hechos que no tiene desperdicio. Una muestra: "Doce días después del primer golpe importante, Ibáñez y Robledo visitan "Enamour", una boite de Olivos. En el fondo hay un jardín que da al río. La noche es fresca cuando los dos hombres fuerzan una ventana y entran. Revisan minuciosamente y reúnen casi dos millones de pesos. Cuando se retiran, Robledo ve una puerta cerrada y la entorna para mirar adentro. Dos hombres -Pedro Mastronardi y Manuel Godoy- duermen el último sueño. Carlos Eduardo dispara varias veces sobre esos cuerpos. No hay un gemido. Cuando le preguntaron por qué los había matado, respondió: "¿Qué quería, que los despertara?".
Las víctimas se sucedían sin que la policía tuviera una pista que los llevara cerca de los culpables. Las autoridades adjudicaban los robos y las muertes a las guerrillas (específicamente se lo achacaban a Montoneros). La prensa de la época hablaba de un sindicato del crimen organizado. Pero la suerte no dura para siempre, justamente por buscarla es que Robledo terminaría preso. En agosto de 1971, choca de frente con un taxi. En el accidente muere Ibáñez, Robledo sale ileso y al poco tiempo tiene un cómplice nuevo: Héctor Somoza. Sigue su raid delictivo pero ya no es lo mismo, empieza a pensar que Somoza le trae mala suerte porque ya no recauda el dinero de antaño. Entonces, en medio de un robo, decide matarlo para recuperar su buena racha. Para que no reconozcan el cuerpo lo desfigura y le borra las huellas dactilares con un soplete, al escapar de la escena del crimen no se da cuenta que Somoza tenía el documento encima. La policía lo identifica, empieza a buscar entre sus amistades y de repente todos los cabos sueltos se anudan: encontraron al asesino de Vicente López, al ángel negro.
Hannah Harendt acuñó el término “banalidad del mal” para tratar de explicar los crímenes del nazismo. Si hubiera vivido en Olivos como mi mamá, probablemente hubiera usado el concepto para “El ángel de la muerte”.
Fecha de Publicación: 14/06/2018
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