Los argentinos también tuvimos a nuestro Robin Hood. Se llamó Segundo David Peralta y fue más conocido por su sobrenombre : “Mate Cosido”, con “s”, porque viene de coser. Tenía un tajo que le atravesaba toda la cabeza (el juego de palabras con la palabra “mate” me parece hermoso). Nació en Tucumán en 1897 y se lo vio por última vez en Chaco en 1940. Se dice que empezó su carrera delictiva por culpa de una mujer. En su juventud Peralta salía con una joven que también era pretendida por un policía que le inventó un delito para llevarlo preso y sacarlo del medio. No estuvo mucho demorado, pero el incidente lo llevó a dejar a su novia y empezar a robar de verdad.
Quienes lo conocieron afirman que era una persona culta y humilde. Beneficiario de una muy buena educación, era generoso y muy querido. Decíamos que se trata del Robin Hood argentino porque sus atracos (siempre planificados al detalle) eran contra empresas muy poderosas (por lo general extranjeras) y sus botines repartidos con los que más lo necesitaban. Su lema era “hay que devolverle al pueblo lo que le están robando”, lo que lo acercó a los grupos anarquistas que iban llegando a nuestro país en esos años. Qué bien nos haría un personaje como este en nuestros días, ¿no?
Su carrera delictiva incluyó robos a firmas como Bunge & Borne, Dreyfus, Clayton y La Forestal. Estas empresas empezaron a aportar dinero a la Gendarmería para que acabaran cuanto antes con los robos de los que sufrían constantemente sus cobradores y recaudadores. Mate cosido se disfrazaba de peón y utilizaba documentos falsos para llevar a cabo sus golpes. En el camino ayudaba enfermos y repartía plata, lo que hacía que se ganara el favor de muchos que luego le pasaban información o lo ayudaban a escapar.
Intensamente buscado por las autoridades, usó diferentes identidades falsas, algunas de las confirmadas son Julio del Prado, Manuel Bertolatti, José Amaya y Julio Blanco. Su proceder sin violencia lo ayudaba a escabullirse: evitaba la violencia tanto como era posible, y nunca tuvo un enfrentamiento armado con la policía. No era por miedo, era por estrategia y por valores,consideraba que los efectivos policiales eran empleados de un Estado que los usaba para mantener las injusticias. Ellos no tenían la culpa.
La caída de Mate Cosido
Los últimos días de 1939, secuestró al estanciero Jacinto Berzón. Acordó las condiciones del rescate con sus familiares, les exigió 50 mil pesos que debían entregar el 7 de enero de 1940. Les dejó instrucciones precisas, a su señal tirarían el dinero por la ventana del tren un poco antes de la estación Villa Berthet, en Chaco. Algo salió mal con la logística y Mate Cosido no se percató de que lo estaban esperando. Julio Centurión, uno de los cómplices que estaba encargado de vigilar a Berzón, lo delató con las fuerzas armadas. Pero la traición no terminó ahí, no solo dió información a la ley, también liberó al estanciero y dejó a Peralta seguir adelante con el plan sabiendo que su destino estaba sellado.
Una partida de gendarmes emboscó a Peralta en un tiroteo a la orilla de las vías. Producto de la balacera termina con un proyectil en la cadera. Malherido, logró escapar gracias al coraje de sus compañeros. Luego de esto, no volvió a aparecer en público y nunca se encontró su cadáver. Mate Cosido ya tenía todos los ingredientes para transformarse en mito.
Si a alguien se le despertó la curiosidad por conocer un poco más la historia de este personaje hay una película documental (Mate Cosido, el bandolero fantasma) con Víctor Laplace en el papel del bandido.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.