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Maté a mi mujer

Cuando le preguntaron cuánto hacía que la había asesinado, respondió que no se acordaba.

El domingo pasado, en San Francisco, Córdoba (localidad de donde es oriundo Federico Falco, un escritor que les recomiendo muy enfáticamente) todo transcurría con normalidad en la comisaría de la zona. Los oficiales de guardia, maldiciendo al destino por tener que laburar un domingo a la mañana, contaban los movimientos del segundero mientras se mandaban al buche, una tras otra, todo tipo de facturas. A eso de las once entró un ñato. Parecía mal dormido, un poco sucio, se lo notaba nervioso, pero ninguno de los oficiales se imaginó lo que estaba a punto de pasar. “Maté a mi mujer” fue lo primero que dijo. 

Por las dudas, no sea cosa que la situación se pusiera tensa, el sospechoso por auto denuncia, un cordobés de 52 años llamado Jesus Campos, quedó detenido. Le preguntaron dónde estaba el cadáver. “En casa”, respondió. Le pidieron que les de la dirección exacta, no titubeó ni un segundo en indicarles que quedaba en Larrea 2129. Dos de los agentes de guardia agarraron lo necesario y encararon hacia la salida para confirmar lo que acababan de escuchar. “Esperen”, les dijo el sospechoso. “Tomen las llaves”. Cuando el agente se acercó a agarrarlas escuchó “es la plateada, la más grande. No me rompan la puerta por favor. La cambié hace cuatro meses. Todavía no terminé de pagarla”.

Los agentes le hicieron caso y usaron la llave. El hombre no les había mentido. En el dormitorio, sobre la cama matrimonial, se encontraron con lo que hasta hace unos días era una mujer de unos 50 años. Estaba en un estado de descomposición bastante avanzado. La autopsia arrojó que el deceso de la mujer se había producido, aproximadamente, el jueves de esa semana. Es decir, el hombre había matado a su mujer (por motivos que nunca se supieron) y convivió tres días con el cadáver. Más tarde, cuando le preguntaron a Campos, que esperaba en el calabozo, cuánto hacía que la había asesinado les respondió que no se acordaba. Si bien ya sabían por un informe preliminar de los peritos que la muerte se había dado por asfixia, cuando fueron a tomarle declaración estaban obligados a preguntarles cómo la había matado. También respondió que no se acordaba. Fue acusado de homicidio calificado agravado por el vínculo. 

Los vecinos describieron al matrimonio como una pareja tranquila y amable. Jesus era remisero, pero a nadie le pareció raro que durante esos tres días el auto estuviera parado en la puerta de la casa, tampoco escucharon nada inusual. No hubo gritos, ni peleas. Si no se hubiera entregado a la justicia quién sabe cuánto tiempo más hubiera pasado hasta que alguien se diera cuenta del suceso. Los agentes, que terminaron el domingo atragantados con la medialuna después de semejante caso, no pudieron dar una explicación racional del asesinato. Una de las líneas de investigación que surgieron después de recolectar todas las pruebas en el domicilio sugieren que todo fue parte de un pacto suicida que salió mal. 

En la segunda  investigación de la escena del crimen, que se hizo el lunes al mediodía, encontraron en el baño un cuchillo con rastros de sangre ya seca. El hallazgo los confundió, porque la mujer no presentaba ningún corte. ¿Habría otro cadáver? Informados los agentes sobre el asunto, volvieron a interrogar al detenido que afirmó, muy convencido, que no había habido más asesinatos. En esta ocasión, una psicóloga estaba presenciando el interrogatorio. A ella se le ocurrió pedirle al sospechoso que le mostrara las muñecas. Mientras daba vuelta el brazo para mostrarle a la psicologa, confesó que había pensado en ahorcarse pero que finalmente desistió. En la mano izquierda, un pequeño corte ya estaba prácticamente cicatrizado.

 

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