La sangre los unía, eran hermanos. Pero también los unía la sangre de los demás. El gusto y la satisfacción de matar. La historia los recuerda, pero no como a muchos nos gustaría ser recordados. Este es el caso de los asesinos seriales que habitaron Mendoza hace más de un siglo.
Fueron dos de los cinco hijos que tuvo Teresa Paolantonio de Leonelli, quien enviudó muy joven. Marcos Mauricio y José María eran los mayores, y tuvieron que hacerse cargo de la economía familiar. Así, en la vivienda ubicada sobre calle Urquiza al 191 de Ciudad, los hermanos llevaron adelante, en primer lugar, un almacén con el que no les fue bien y debieron cerrar. Seguidamente, y como un guiño del destino, los Leonelli montaron, en ese mismo lugar, una funeraria. Algo tenían con la muerte. Y es que, se verá más adelante, ellos mismos generarían sus propios clientes.
El negocio marchaba muy bien. Como siempre se ha dicho, la funeraria es una buena opción ya que, al fin y al cabo, todos morimos. Por eso tuvieron mucha ganancia y fueron ganando respeto. Compraron una finca en Guaymallén. Eran una familia totalmente normal. Salvo por un pequeño detalle: eran unos auténticos asesinos seriales.
El grito delator
En la mañana del 20 de diciembre de 1916, desgarradores alaridos alertaron a los vecinos de calle Urquiza casi Salta, la casa de los Leonelli. Los hermanos Mauricio y José María habían citado a un comerciante sirio, Tufick Ladekani, para cambiar dinero. Cuando éste ingresó a la vivienda, uno de los hermanos, escondido y por detrás, le propinó un golpe con un garrote de hierro, pero sin demasiada puntería. Dejó con vida a la víctima y permitió que este emitirá aquellos gritos desesperados. A continuación, volvieron a golpearlo hasta acabar con su vida, ubicando al cadáver tendido en el sótano de la casa.
Esa es la escena que encontró la policía aquel día, constatando que también se había utilizado un alambre para estrangular al sirio. Hallaron también el dinero que, se supone, fue el móvil del asesinato. Los hermanos Leonelli mataban por plata.
Coleccionistas de cadáveres
Los hermanos tenían un hobbie un tanto cruento: coleccionaban personas muertas, sus propias víctimas. Ya con los asesinos detenidos, la policía continuó investigando el domicilio y encontró los cadáveres de Julián Azcona, un vendedor de cigarrillos cuya ausencia había sido denunciada previamente y de Juan M. Dávila, acreedor hipotecario.
Si bien no se encontraron los cuerpos, a los Leonelli se les atribuye la muerte de Francisco Petruolo y de Tomás Guajardo. Sumados a los cuerpos que se encontraron también en la finca de Guaymallén.
Al banquillo de los acusados
Los asesinos fueron a juicio en 1918 por los homicidios de Azcona, Dávila y Ladekani. José María fue condenado a 25 de prisión, mientras que Marcos Mauricio debió cumplir prisión perpetua. En 1923 fueron trasladados a la cárcel de Ushuaia. Marcos murió allí. A José María le dieron la libertad 20 años más tarde.
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