¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
La sonrisa no se le iba nunca a Giovanni Galiffi. Un bigotito fino y una vigorosa cabeza itálica, trajes de los mejores sastres, porte de rico burgués, eran la carta de presentación en el hipódromo, en los salones aristocráticos, en los comités y en las redacciones. Muchos periodistas lo conocían a partir de mediados de los veinte yendo cada tanto a limpiar su buen nombre, detrás sus abogados y los funcionarios leales, afuera los matones. Galiffi o Chicho Grande reinaba en la época dorada de la mafia italiana en la Argentina, con operaciones desde Salta a Buenos Aires, y con casa matriz en la corrupta Rosario de los radicales antiyrigoyeneanos. Tanto quedó el Al Capone de Rosario en la memoria popular que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, H. Bustos Domecq, lo incluirían como personaje en los casos de Isidro Parodi en los cuarenta, y Leopoldo Torre Nilsson dedicaría una película con Alfredo Alcón en los setenta. Ya había muerto en Milán Galiffi en un bombardeo aliado y su mano negra manchaba aún a la sociedad argentina, que se enteró de su real existencia en las páginas de policiales con el secuestro y asesinato de Abel Ayerza en 1932. Y esa atención pública, como en el caso de Al Capone, cambió la mano del mafioso, que sería deportado al año siguiente pero sin llegar a condenarlo por los incontables muertos a sangre fría, secuestros, extorsiones, trata de blancas, arreglos de carreras y más crímenes. Sería desterrado por un tecnicismo en la carta de ciudadanía y, amparado el Estado de la Década Infame, en la inconstitucional Ley de Residencia. No muy lejos del encarcelamiento de su par norteamericano por evasión de impuestos y no por ser, como nuestro Galiffi, el Enemigo Público Número 1.
Retornemos a la central de policía porteña el 22 de mayo de 1933, cuando Galiffi decide entregarse voluntariamente, una vez más para limpiar su nombre, no solamente involucrado en el asesinato de Ayerza sino en el secuestro del acaudalado Marcelo Martín, y la muerte a balazos, en la puerta de la pensión rosarina, del periodista Silvio Alzogaray del diario Crítica –publicación popular de Natalio Botana que se convertiría a lo largo de la década en la principal investigadora de las ramificaciones mafiosas. “Contra Juan Galiffi, alias el Chicho Grande, ¡Jefe supremo de la Mafia! ¡Qué magnífica presidencia que me ha dado usted? Eh!”, se defendía presto porque el reporter aplicó un cross a la mandíbula en la primera pregunta, “Galiffi usted ordenó el asesinato de Alzogaray”, y completaba con un ademán teatral el temible capo, “y usted viene a que Juan Galiffi le cuente por qué mandó a matar al señor Alzagaray ¡Hum! ¡e sublime! Hágame el favor, siéntese, vamos a conversar despacito, eliminando hipótesi, dándole vuelta a la cosa hasta tocar el punto centralísimo de la cuestión. Siéntese e dígame ¿qué es la mafia, señor?....yo entiendo que la Mafia es una agrupación de ocho, diez, doce individuos de una misma nacionalidad (sicilianos, digamos) que se forma con fines clarísimos, para realizar una serie de hechos en beneficio de ellos”, decía con la impunidad de quien unos minutos antes enumeraba sus cuitas a diputados y comisarios interesados en su caso, digamos.
Aquel hombre sabía que se venía el ocaso, que el cóctel molotov de mezclar la omertá italiana con el hampa y la política criolla era altamente inestable, sin códigos ni silencios, y había empezado a transferir propiedades el año anterior, muchas a Salvador, hijo de su mujer –al padre supuestamente había matado Galiffi para casarse con Rosa Alfano, hija de un mafioso santafesino-, y a la hija Ágata, la famosa Flor de la Mafia; a quien mucho después la actriz Esther Goris dedicaría una novela. Aquel gángster en lunfardo, que tenía propiedades en San Juan y Santa Fe, caballos que competían en Buenos Aires –donde quiso ser asesinado en su propio stud por mafiosos de Avellaneda en 1928- y Montevideo, amigo de famosos como Carlos Gardel y el vicegobernador de Santa Fe a cargo del gobierno en 1920, el “Gaucho” Juan Cepeda –radical antipersonalista, estrecho colaborador de la presidencia fraudulenta de Justo, dos veces jefe de policía de Rosario-, Don Chicho, no podía explicar cómo había amasado una tremenda fortuna desde el humilde almacén de ramos generales de Gálvez, Santa Fe. Allí llegó Giovanni, nacido en Ravenusa, Sicilia, el 9 de diciembre de 1892, e ingresado al país el 9 de diciembre de 1910. Algunos biógrafos lo sitúan trabajando con el capo mafioso porteño Juan Di Feo de La Boca, él declaraba ejercer de peluquero, y en mayo de 1911 es detenido en Mercedes por hurto. Poco después se instala en Rosario pero un hermano en la cercana Gálvez, Carlos, lo lleva a instalarse en ese pueblo próspero y parece que desde las mesas del almacén, con puchero de gallina y tallarines caseros de almuerzo, tramó los primeros golpes en la zona, atracos menores y robo de viviendas, y llegó hasta Córdoba, apodado “Alonso”.
Ágata Cruz Galiffi
Durante los primeros veinte afiata a la organización criminal, rodeándose de lugartenientes como Santiago Bue –que mató con un puñal a un hombre en 1927 pero el vicegobernador Cepeda conmutó la pena (sic) y salió bajo fianza en 1928-, Carlos Cacciato, Juan Michelini - fue quien asesinó al periodista Alzogaray en 1932 junto a Felipe Campeone-, Luis Corrado, Juan Avena y Gerlando Vinciguerra, dando pistas que no solamente reclutaba personal entre los italianos sino que abría la puertas de la mafia a cualquiera que podía secuestrar, extorsionar y matar. Como señala Osvaldo Aguirre demostró una notable habilidad en entender las reglas de juego locales y, en caso de que la investigación policial apuntara en su contra, jugar la amistad de los jefes policiales de Buenos Aires, Miguel Viancarlos, y Rosario, Félix de la Fuente.
En 1928 el triunfo de los yrigoyenistas en Santa Fe deja sin respaldo político a Galiffi, que empezaba a coordinar asaltos y delitos federales, como la falsificación de moneda, en Uruguay y Brasil. En ese instante deja de lado los negocios iniciales, que se concentraban en el tráfico de mercaderías en los mercados de Abasto de las principales ciudades, varios puesteros serían acribillados por no colaborar con los mafiosos, y concentra esfuerzos en infiltrarse en comités políticos y oficinas públicas, “yo conozco a muchos mafiosos en Rosario. Pero no soy solo yo quien lo conoce y los trata”, revelando al diario Crítica los vínculos con la política, y sobre todo, en planificar secuestros extorsivos. El dinero empezaba a escasear en las calles, la mishiadura anunciaba el fin de fiesta del modelo agroexportador y el cabaret alvearista, y los ricos sacaban el dinero de los bancos bajo los nubarrones del Crack del 29.
Luego de acusar de una vendetta política de los demócratas progresistas de Lisandro de la Torre, en particular a quien “se verá derrotado una ve mase”, Enzo Bordabehere –asesinado en el Senado de la Nación en 1935-, pasa Galiffi a despotricar a sus antiguos aliados, en particular a los hermanos abogados Amato, hijos dilectos rosarinos, quienes hábilmente se irían quedando con la fortuna del mafioso caído en desgracia. “Me quieren aplastar. Destruirme. No han podido ver a Juan Galiffi que haya subido alto. Que tenga dinero. Que viva en sociedad. ¡Hay que destruirlo! ¡hay que vengarse!...yo no tenía ninguna necesidad de ser Jefe de la Mafia…un secuestro…unos pesos…un peligro…¿para qué?...ellos saben que por las buenas a Juan Galiffi, todo…pero de guapo, no. De guapo vamo a vere”, acotaba al cada vez más intimidado reporter antes de salir con libertad condicional a la casa porteña de Pringles al 1200, una lujosa fábrica de muebles. Y allí planificar parte de la vendetta con el ahorcamiento de Francisco Marrone, alias Chicho Chico, un advenedizo siciliano que pretendía a los tiros quedarse con su reinado, y hecho que recién se conocería en 1938. Cabe consignar el dato de película que Marrone y Galiffi, junto a los Amato, estaban unidos por lazos de sangre, matrimonios y herencias, tal cual la mafia italiana.
Mientras Galiffi se instala en un lujoso departamento de Pocitos, Montevideo, intimado por la policía porteña, y continúa con el yo no fui, en Buenos Aires empiezan a caer todos los implicados del asesinato de Ayerza, y en Rosario se promueve la quita de ciudadanía a 32 mafiosos, Chicho Grande el primero de la lista –y quince comunistas (sic)- Fue también su deportación el resultado de una extensa batalla judicial, empezando con los traidores Amato, y que continuó en el Uruguay, cuando el 1 de diciembre de 1933 la Alta Corte uruguaya resuelve que “Galiffi es un sujeto sospechoso, resultando su alejamiento del país, una solución deseable de higiene social (sic)” Partiría el 15 de diciembre con destino a Italia pero en 1934 ingresa al país por Brasil y vuelve a Rosario, donde esta vez el Poder Ejecutivo ordena su expulsión inmediata en marzo de 1935, algo que se retrasó unos días porque los jueces deseaban saber sobre Marrone. Galiffi dijo que lo vio paseando por Santa Fe cuando sabía perfectamente que Chicho Chico estaba enterrado hace un par de años en un campo de Castelar, por orden suya. Pero el principal problema que tenía Chicho Grande, más que la justicia y policía argentina, Giovanni contaba con un millón de amigos, era que se agotaba la fortuna que amasó este siciliano, el único que se hizo la América en Argentina recreando los códigos mafiosos.
Derrotado Galiffi emprende el regreso a la península italiana, algunos hablan cobijado por el dictador Benito Mussolini en Génova, otros mencionan que manejaba una mafia en Marsella y que extendía los tentáculos al Río de la Plata, o fantaseaban que se había cambiado el rostro y vivía en Rosario moviendo los hilos del hampa, lo cierto es que desde febrero de 1939 se encontraba preso en Milán por adulteración de documentos y falsificación de dólares. Y que su nombre falso era Victorio Cassaro, un carbonero siciliano radicado en Rosario, un recuerdo de la segunda patria de Chicho Grande. Murió Juan Galiffi de un paro cardíaco en su cama, solo, en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial sobre Milán, el 30 de julio de 1943. Del poderoso mafioso, del Enemigo Público Nro. 1 que aterrorizó un país, y que gustaba amenazar a las víctimas de extorsiones con el “bomba o bala”, un pálido y patético reflejo.
Fuentes: Zinni, H. N. La mafia en la Argentina. Rosario: Editorial AMALEVI. 1975; Aguirre, O. Historias de la Mafia. Buenos Aires: Norma. 2010; Caimari, L. La ciudad y el crimen. Delito y vida cotidiana en Buenos Aires 1880-1940. Buenos Aires: Sudamericana. 2009.
Imagen: Radio Cantilo / Infobae
Fecha de Publicación: 05/03/2022
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