¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“Nadie que -no sea un malvado- puede insinuar siquiera que yo haya encubierto o facilitado la venalidad en ningún momento a mí ya larga vida política y de funcionario, concepto en que incluye al señor ministro de guerra, el dignísimo general don Carlos Márquez” se defendía el debilitado presidente Ortiz, ante la cámara de legisladores nacionales el 24 de agosto de 1940. En esta instancia, casi inédita en la política argentina, de un Congreso reclamando la renuncia de un presidente, era la consecuencia de los turbulentos meses previos donde había estallado el escándalo por las ventas de tierras en El Palomar. Un negociado ruinoso para el Estado argentino, que poco pudo aclararse más tarde, la plata nunca se recuperó, y que se llevó puesto no solamente al régimen desfalleciente de uno enfermo Roberto Ortiz sino que se cobró la vida del diputado radical Víctor Guillot. También sacó carta de presentación la conclave de militares nacionalistas que impulsarían el golpe de estado de 1943, el fin de la Argentina Conservadora. Entre ellos, uno de los más ansiosos para el asalto al poder, Juan Domingo Perón.
Describir la Argentina en aquel momento es entrar en un juego de luces y sombras. Más bien sombras. Porque a pesar de algunas medidas positivas de los gobiernos conservadores de los 30, recordemos el Banco Central, la red caminera, los inicios del industrialismo argentino y la defensa de la soberanía ante los atropellos norteamericanos, la realidad social denotaba tremendas injusticias, con salarios de los trabajadores que representaban el valor mensual de un traje, o un vestido, y una política anacrónica, de entrega del patrimonio argentino a la corona inglesa.
Todo un sistema desquiciado amparado por el contubernio con los radicales de Marcelo T. de Alvear y los socialistas de Alfredo Palacios. Que tenía los agravantes de tremendos hechos de corrupción como la concesión eléctrica a CHADE en 1936, o los desfalcos del consejo deliberante porteño en la construcción de la avenida 9 de Julio. Pero nada de esto tendría la dimensión histórica de las ventas de terrenos aledaños al Colegio Militar en El Palomar, que se concretaron durante la presidencia Ortiz, pero que en realidad habían sido gestionadas durante la presidencia Justo.
Esta historia comienza en 1934 cuando las hermanas Pereira Iraola de Herrera Vegas deciden vender unos lotes que tenían en el conurbano. La negociación será bastante larga con el Estado argentino, que pretendía ampliar las instalaciones militares, ya que en un principio se habían ofrecido 0.20 pesos por metro cuadrado, el valor corriente, y las dueñas de las 222 hectáreas pujaban mucho más. Pasan algunos años hasta que dos intermediarios, Néstor Luis Casas y Jacinto Baldessare Torres, ofrecerían sus gestiones para acelerar el traspaso. A todo esto llevan el metro cuadrado a 1.10, encarecido respecto al valor de mercado, y se lo “ofrecen” al Ministerio de Guerra, en manos de Basilio Pertiné –abuelo de Inés Pertiné, primera dama argentina, esposa del presidente Fernando de la Rúa-. Compañero de carteras ministeriales del presidente fraudulento Justo era el futuro presidente, el radical Roberto M. Ortiz.
“Estando -en 1939 en Casa Rosada- me preguntó -el presidente Ortiz- un día qué era eso de la autorización de la ley de presupuesto para comprar tierras en Campo de Mayo, aprobada en tiempos de Justo”, comentaba Luis Barberis en el libro de Félix Luna sobre Ortiz, “el presidente no ignorado el asunto”, remarca el historiador, “el ministro de guerra me dijo que eso se necesita -comentó Ortiz a Barberis- pero a mí me huele mal. De todos modos decidió firmar la compra porque la cosa venía de la época anterior, pero lo llama a Jorge Santamarina -terrateniente amigo con el cual solía pasar días de campo-y le pidió que averiguara. Santamarina descubrió que efectivamente había cosas muy raras. Me llamó por teléfono para que le pidiera el expediente al general Márquez para revisarlo. Sólo miré y era un desastre lo de El Palomar, con precios de todo tipo”. Ortiz inmediatamente ordena una investigación pero era ya demasiado tarde.
Porque los círculos conservadores, ligados al proto fascista ex gobernador de la provincia de Buenos Aires Manuel Fresco, habían filtrado el caso al periodista más explosivo de esos años varios casos de corrupción notables, a modo de vendetta política. José Luis Torres, a quien debemos la denominación de la década infame a los 30, era un periodista y escritor tucumano muy ligado a los grupos nacionalistas, enemigo declarado tanto de las familias patricias como de los marxismos y los judíos. Y en un bar cercano de Tribunales se decidió por esa carpeta, que ya tenía un par de años, pero que iba a desatar un huracán en los venideros.
¿Y que decía esa carpeta? Uno de los mayores fraudes históricos al Estado nacional. Álvaro Abós lo explica de manera magistral, “el decreto 26,641 de 1939 aprueba la compra de los terrenos. El 24 de abril de 1939 se firman simultáneamente tres escrituras en el Banco Central, pero en el orden inverso al Código Civil y al sentido común. Primero, los gestores venden al estado de las tierras de El Palomar, de las que ni siquiera eran dueños, en 2500000 pesos. En la escritura siguiente, compran las hermanas Pereira Iraola esas mismas tierras por 1500000, y en la tercera escritura levantan las hipotecas pendientes. Sin desembolsar nada, los gestores obtuvieron una ganancia de 1 millón de pesos -en títulos-, una suma inmensa en ese entonces”, cuándo un salario promedio rondaba los 70 pesos. Claro que para que este decreto se firmara hubo que acordar auxilio financiero, ampliando el presupuesto, con el Congreso de la Nación. Los primeros complotados fueron el presidente de la Comisión de Hacienda de Diputados, Guillot, y el mismísimo titular la cámara, el conservador Juan Káiser. Éste último, luego indultado por Perón, recibiría 137,000 pesos mientras que Guillot obtendría 15,000, según la Comisión Investigadora cuya voz cantante era el diputado Palacios. Más de medio millón de pesos irían a Baldessare Torres. Y unos 35,000 pesos a una misteriosa Ana Gómez. En este punto entra la historia de amor y honor, ponele.
“¿Qué es lo que quiere, que después tenga que pegarme un tiro yo por no haber cumplido con mi deber?”, refutó Palacios al diputado radical José Tamborini, que notaba la desesperación suicida de Guillot. Este enterriano Guillot, que navegaba entre la literatura y la política, congresista desde 1926, había sido uno de los yrigoyenistas que acompañaron al féretro del líder radical en 1933, en abierto desafío al régimen de Justo. Más tarde participaría de la rebelión cívica de Paso de los Libres, Corrientes, con la consecuencia de terminar en el Penal de Ushuaia en 1935. “Paralelo 55” es un extraordinario relato, no tanto sobre la dura detención junto a los líderes radicales como Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón o José Luis Cantilo, sino de la naturaleza salvaje de la Patagonia.
“Feliz quien, como Ulises, ha hecho un bello viaje” cerrada ese libro con ninguna crítica al autoritarismo de los militares conservadores, ni de la clase agroexportadora, lo que posibilitó que se pudiera reinsertar en la política, con una diputación en 1936. Curiosamente esta es la frase que subrayó en rojo, antes de pegarse el tiro el 23 de agosto de 1940, a poco de comparecer en el Palacio Legislativo. Las crónicas de la época hablan de una voz nerviosa de Guillot ante las duras acusaciones de conservadores y socialistas, muchos que luego se comprobaría también estaban complotados en el negocio de El Palomar.
Vivía Guillot con su mujer e hijos en la calle Cangallo -hoy Perón- al 2600. Allí sería velado. Y tal vez allí se acercó Ana Gómez. El gran amor de Guillot. Según cuentan Abós y Luna por fuentes orales, el diputado radical había seducido a una de sus alumnas de literatura, que encima era hija de un íntimo amigo. Que no se llamaba Ana Gómez sino que Montenegro y que al parecer también tenía sus relaciones con Palacios. Para agregarle un condimento más a esta trama novelesca, Guillot de acuerdo a Helvio Botana, hijo de Natalio Botana, amigo del radical, “el hombre más honrado y noble del mundo”, decía del entrerriano; recibió la coima como un favor a su correligionario santafecino Guillermo Bertotto. El congresista Guillot lo único que hizo fue abrir una cuenta, y recibió en contraprestación un dinero, que usó solamente para "cubrir las deudas de su amante" (sic). Botana afirma que con su suicidio lo que estaría encubriendo sería el adulterio, “imperdonable para su moral estricta” (doble sic). Antes del tiro del final, Guillot pasó sus últimos momentos en la quinta del fundador del diario Crítica en Don Torcuato, y grabó un mensaje de despedida en un disco de Carlos Gardel, que recién 25 años después pudo ser entregado a su hijo.
Fueron meses intensos que rodean los debates parlamentarios, con marchas callejeras de un lado y del otro, con intentos que no prosperaron de que las investigaciones continúen, y arriben a la misma fuente, o sea la presidencia Justo. Cinco años después los principales implicados recibieron penas menores de cinco años que no se cumplieron porque la mayoría habían fugado al Uruguay. Bertotto fue absuelto judicialmente por falta de pruebas. La investigación fue quedando a fojas cero y el presidente Perón termino de insultar a todos en 1947. Varios de estos militares implicados en El Palomar luego serían los coroneles que apoyarían el ascenso de Perón a partir de 1943, “la oficialidad contempló con asombro como bajo la superficie de la profesionalidad implantada después de 1930 había florecido la corrupción que salpicaba dos generales de la nación y hacía sospechoso al propio presidente de la República” sostiene Roberto Ferrero. “El tiempo es como un bolsillo en donde siempre debe guardarse algo. He guardado en él lo mío, sin pretender que mañana sea valorado como áurea pepita lo que no pasa de ser un simple guijarro”, escribía Guillot en “Paralelo 55”. No más pepitas, ni guijarros sacados de los bolsillos del Pueblo.
Fuentes: Luna, F. Ortiz. Reportaje a la Argentina Opulenta. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 1986; Abós, A. Delitos ejemplares. Historias de la corrupción argentina. 1810-1997. Buenos Aires: Norma. 1999; Ferrero, R. A. Del fraude a la soberanía popular. Buenos Aires: La Bastilla. 1976
Imagen: Freepik
Fecha de Publicación: 28/07/2023
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