¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
“Sonaron cuatro tiros y sobre la vereda/ Caía Cruz Medina blandiendo su puñal./ Pronto saltó la bronca, cayó la policía,/ Y en un charco de sangre al malevo encontró,/ Herido mortalmente, rebelde en su agonía,/…. Déjenme, no más, que muera, y de esto nadie se asombre,/ Que el hombre para ser hombre, no debe ser batidor” era el suceso de las Típicas de 1955, en particular la de Alfredo de Angelis. De este tango “Sangre maleva” pocos sabrían que reproducía casi escena a escena un asesinato mafioso en los bajos fondos de Sarandí. Uno que había cometido Juan Ruggiero, alias “Ruggierito”, casi treinta años antes. Matón, compadrito, proxeneta y jefe del crimen en Avellaneda creciendo bajo la sombra de la política y la aristocracia oligárgica. Hombre fuerte de Alberto Barceló, barón del conurbano conservador, protector del fraude y del delito, quien en un acto de 1933 escuchó “Barceló, no; Ruggierito, sí” Unos días después Ruggiero era ajusticiado de un balazo en la nuca.
¿Quién mató a Ruggierito? Es una de las preguntas que se hacía el comisario Esteban Habiague, quien llegó ser inspector comisario en una época donde decían, “nadie en Avellaneda termina en -el penal de- Sierra Chica” Eran los salvajes años treinta para lo que antes se conocía como Barracas al Sur, a partir de 1906 Avellaneda por el gobernador Ugarte, y que fue el feudo de Barceló casi hasta su muerte en 1946. Con una población calculada en 293.182 habitantes en 1929, Avellaneda era una populosa barriada proletaria, en explosiva expansión industrial, y frontera abierta a los hechos delictivos, en parte por las prohibiciones al juego y la prostitución que campeaban en la Capital Federal.
Corrupción y fraudes que se trasladaron cruzando el Riachuelo, con lugares ominosos como El Farol Rojo de la Isla Maciel, prostíbulo donde la alta burguesía nacional y los políticos asistían con asiduidad, a menos de veinte minutos de la Casa Rosada. Allí se proyectó la primera película pornográfica del mundo, en una casilla a una cuadra de una escuela. Esta es una cabal postal de la corrupta pero que “hace” intendencia Barceló, que diseccionó Beatriz Guido en la novela “Fin de fiesta” (1958), al igual que a su ladero, Ruggierito.
Nada tiene que envidiarle Buenos Aires o Avellaneda a la ciudad de Chicago, destacaba Nicola Siri en un artículo de Caras y Caretas de 1936, “Como en las grandes ciudades americanas aquí las bandas rivales rubricaron con sangre sus odios y rencillas ensangrentado, ensangrentando las calles, ultimando a jefes y capos en aviesadas emboscadas…nada debíamos de admirarnos de lo que pasaba en el país del norte, puesto que en las puertas de Buenos Aires se organizaban matanzas de hombres integrantes de bandas rivales que operaban en la Capital y en la temible Avellaneda”. Y establece las diferencias bien gauchas: “allá tronaban las ametralladoras; aquí las calibre 45 o el criollo puñal se sepultaba certero en el cuerpo sentenciado por La Ley del hampa”. Este fue el caldo de cultivo de Juan Ruggiero nacido en la “orilla más peligrosa y turbulenta, indiscutiblemente”, calificaría Juan José Sebrelli.
“Cafischo del café con leche, los rufianes criollos, en un comienzo se conformaban con explotar a una sola mujer y luego terminaban formando bandas dedicadas a robarse mutuamente las mujeres, a los vez que explotaban el juego clandestino: el Gallego Julio y Ruggerito serían los más famosos”, seguía Sebrelli la descripción de estos peligrosos hampones que crecieron con el dinero y el amparo de los partidos políticos. Julio “Gallego” Valea, puntero de Barracas de los radicales pero que vivía a todo lujo con dos mujeres en el Hotel Castelar, mortal enemigo de Ruggiero, y que acabaría con un disparo por la espalda en 1929. Presumiblemente del Gordo Carranza, un temible tirador de Ruggiero. En ese instante el Sur era todo de Ruggerito, lo que implicaba desde los negocios ilícitos a las prebendas del estado.
Para el hijo de un carpintero napolitano con nueve bocas que no comían a diario, que se alimentaba de niño Juan en la olla popular de Barceló -la primera en Argentina en 1914- y custodio de un prostíbulo miserable en Dock Sud, el padrinazgo de Barceló lo llevó a jefe de comité, a metros de los influyentes figroríficos ingleses, y empresario legal -las primeras empresas de colectivos en la zona fueran suyas, como así también las acciones del Banco de Avellaneda- y de lo otro, concentrando el juego, la violencia política y los prostíbulos. Semejante poder, que incluso había sorteado la torturadora y fusiladora dictadura de Uriburu en 1930 -el 11 de junio de 1931 de un disparo al corazón murió el comisario puesto por el golpe, en pleno centro de Avellaneda-, empezó a poner nerviosos a sus jefes. En particular porque el pueblo acudía en masa a la casa del mafioso en Belgrano 924 a pedir favores. Uno de ellos, un viejo amigo que venía sin escalas de Europa, muy famoso artista, y a quien salvó de un lío de polleras en 1915. Se llamaba Carlos Gardel.
“El 21 de Octubre de 1933 el capo de Avellaneda había estado en el hipódromo de La Plata con varios amigos. Al regreso de las carreras llegó su casa de Avellaneda donde se cambió de traje y luego tomó su auto para ir en busca de una amiga en la calle Dorrego, de Crucecita; lo acompañaba el chofer y Héctor Moretti hermano de los tristemente célebres pistoleros Moretti. Una vez llegados a Crucecita Ruggerito y Moretti penetraron en la casa de la amiga del primero y al poco rato regresaron en compañía de la misma. Cuando el “pequeño gigante” se disponía a subir al auto nuevamente un hombre que había estado apostado hasta entonces se le acerca y con toda la sangre fría extrae una pistola 45 se le acerca a escasos centímetros de la nuca de Ruggero y hace un disparo, tan solo un mortal disparo. La víctima cae con la cabeza destrozada por una bala dum dum. El agresor no le ha tirado al cuerpo porque sabe que una malla de acero lo hacía invulnerable”, dice la crónica rescatada por la investigadora Ana Victoria Cecchi. Nadie pudo saber luego quien fue el responsable pero queda el testimonio de la amada Elisa Vecino, “cerró los ojos -Ruggiero-…Ví que don Alberto Barceló entraba en la sala. Después, perdí el conocimiento” Para la prensa nacional de la época fue la víctima un dirigente conservador, menos para el valiente Crítica que no titubeó en calificar a Ruggiero de asesino.
Al día siguiente Avellaneda se vistió de luto. Los pobres lo tomaron como ejemplo de redención social. Y cubrieron el féretro con la bandera argentina, que la policía -¿o Barceló?- retiró antes de la llegada al cementerio. Hubo diversos oradores en representación de instituciones políticas y sociales más “una gran masa de gente laboriosa del pueblo que demostraba su dolor sin reato”. Se trata de un sepelio distinguido con “mujeres que llevaban flores, además de numerosas coronas, testimonio de amistad y pesar que llenaban la Capilla Ardiente” y “hombres, en fin que figuran en las más distintivas actividades de esta ciudad, de la capital y pueblos vecinos”. Siguió una investigación que la policía federal quiso cerrar más de una vez, apareció el auto en La Boca que supuestamente se había utilizado en el crimen de Ruggiero, repleto de sangre. Barceló nunca despejó las dudas y su estrella empezó a languidecer. En la campaña presidencial de 1945, Juan Perón arengó a 50 mil frente al palacio en Avellaneda del político conservador, para Don Alberto: “Soñamos con un futuro”.
Fuentes: Abós, A. Delitos ejemplares. Historia de la corrupción argentina. Buenos Aires: Norma. 1999; Pignatelli, A. Ruggierito: Política sucia en tiempos violentos en revista Todo es Historia Nro. 456 Julio 2005. Buenos Aires; Siri, E. N. “Al igual que los Gángsters de Chicago las bandas porteñas dirimen a balazos la supremacía en el juego”, Caras y Caretas, 21 de Marzo de 1936, Buenos Aires, pp. 170-176.
Imágenes: Télam
Fecha de Publicación: 14/12/2022
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