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Buenos Aires - - Lunes 04 De Diciembre

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Historia Argentina del Crimen. Qué puedo hacer si yo no me puedo asujetar

El infanticida y piromaníaco Cayetano Santos Godino, el Petiso Orejudo, quedó en la memoria popular como el gran cuco de generaciones. Retazos de voces, mitos y documentos, nos devuelven bestias entre bestias.

Lo peor de nosotros
Petiso Orejudo

Cuando una abuela veía que no queríamos tomar la sopa se venía el clásico: “Comé que te mando al Petiso”. O cuando las madres querían que sus hijos no se alejen en las plazas, reprendían, “Ojo que el Orejudo andá cerca”. Una leyenda negra del Buenos Aires del novecientos rebotó en las temerosas mentes de cada hogar por décadas, una que tenía grandes orejas y una mirada infantil perversa. Cayetano Santos Godino, o más bien el Petiso Orejudo, bizarro nombre si los hay para un infanticida y piromaníaco, era una deformidad, un criatura fallida, una imagen bestial de una ciudad que dejaba la aldea para convertirse en la urbe de los locos en Juan José de Soiza Reilly, o los criminales en Roberto Arlt. No sería más la de las puertas abiertas y las veredas tranquilas hace más de cien años. Esa pequeña vecindad sin salida al mar que modelaría la tragedia tanguera y las diferentes voces temerosas, las del “algo habrá hecho” Sujetos convertidos en cosas, como el horrible muñeco del Petiso en el Museo del Presidio de Ushuaia, que quedaron sepultados por palabras de otros, la ciencia, la policía, la justicia, de una sociedad que no quería mirar atrás, ni entender razones ni necesidades. Víctimas y victimarios de la Argentina que tiraba manteca al techo. “En los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza/ que se derrumba, oui/Hay Cadáveres”, de Néstor Perlongher.

El prontuario de Godino es impresionante aunque la ciudad ya había tenido a un asesino del calibre de Cayetano Grossi, un desalmado que mató a sus cinco hijos, fruto de violaciones a las hijastras, fusilado en 1900. Varios periodistas y funcionarios fueron los que inmediatamente tejieron en público conexiones entre ambos depravados, igual nombre de santo además, incluso hoy al Petiso se lo presenta como el primer asesino serial argentino, cuando en verdad el dudoso honor cabe a Grossi. Si bien a la época de higienismo y las teorías lombrosianas, también aún persistentes en los recientes de casos de gatillo fácil y el famoso “portación de cara” como índice de peligrosidad, faltaban décadas para las modernas ciencias criminalísticas y forenses, sería más bien el Petiso un asesino múltiple, hermanado macabramente por esta característica, y la edad temprana de los homicidios, a Carlos Robledo Puch, El Ángel de la Muerte.

“En el Archivo General de Tribunales dice oficialmente que Cayetano Santos Godino”, reconstruye Leonel Contreras, “mató a cuatro chicos: NN (marzo o abril de 1906, enterrada viva en un baldío de Río Janeiro y Yerbal, sólo algunos testimonios dispersos en los periódicos hablan de una niña desaparecida María Rosa); Arturo Laurora de 13 años (25 de enero de 1912 cerca de la actual plaza Garay; antes la misma familia Godino lo había denunciado y estuvo preso en la flamante Colonia de Menores de Marcos Paz, aseguran que allí aprendió la técnica de estrangular con el piolín del zapato); Reina Bonita Vainicoff de 5 años (7 de marzo de 1912, le incendió sus ropas mientras miraba una vidriera en la calle Entre Ríos 538; doble tragedia porque un auto atropelló al padre sastre cuando corría a asistir a la pequeña en llamas), y Jesualdo Giordano de 3 años (3 de diciembre de 1912, estrangulado con un piolín y rematado con un clavo en el cráneo en la Quinta de Moreno, hoy Instituto Bernasconi, de Parque Patricios. Vecinos aseguran haber visto su fantasma, orejas inconfundibles, por los alrededores). Además, tuvo otras víctimas que lograron sobrevivir: Miguel de Paoli de un año y nueve meses (28 de septiembre de 1904, golpeado y arrojado sobre unas espinas; Godino tenía ocho años y apenas había sobrevivido a las golpizas de un padre alcohólico y una madre desaprensiva, una enfermedad intestinal mal curada y la miseria galopante y analfabeta); Ana Neri de un año y seis meses (1905, golpeada en la cabeza con una piedra); Severino González Caló de un año y diez meses (9 de septiembre 1908, intento de ahogamiento en un bañadero de caballos); Julia Botte de un año y ocho meses (15 de septiembre de 1908, quemado en el párpado con un cigarrillo); Roberto Carmelo Russo de 2 años y 6 meses (8 de noviembre de 1912, intento estrangulamiento); Carmen Ghittoni de 3 años (16 de noviembre de 1912, golpeada); y Catalina Noelener de 5 años (20 de noviembre de 1912, golpeada) Asimismo se le imputan innumerables incendios (¿perverso homenaje a un padre que era farolero y, el progreso,  la electricidad, dejó en la calle?) que no tuvieron víctimas fatales”

Petiso Orejudo

Una rápida mirada al prontuario denotará algunos patrones, hijos de inmigrantes tan marginados como Cayetano, viviendo en los barrios populosos, Monserrat, Balvanera, Almagro, Constitución, Boedo, y una flagrante anomalía. Cualquiera observaría que el asesinato de Arturo Laurora no encaja en el perfil del Petiso. Todas sus víctimas eran menores de cinco años, totalmente indefensos ante un enclenque enfermizo como Godino, y que en los últimos crímenes engañaba con caramelos de chocolate. Pero el comisario José Gregorio Rossi, jefe del novísimo Departamento de Investigaciones de la Policía, y que ya sabía de monstruos porque había encarcelado al otro Cayetano, Grossi, deseaba cerrar el caso apresuradamente y endilgó éste crimen a Godino. Uno que el mismo Cayetano, sin golpizas brutales en la Alcaldía ni submarinos en tanques inmundos, declaró que no tuvo nada que ver. De acuerdo a María Moreno es más probable que Laurora haya terminado ultimado en esa triste habitación de la calle Pavón, cara tapada por una bombacha, en medio de una oscura red de trata de menores para la prostitución. No olvidemos que la progresista Buenos Aires era la Reina de la Trata de Personas en el novecientos. Pero la prensa y la gente bien pensante quería sangre, “la sociedad no puede imaginarse nunca agravio semejante. La bestia no puede ser juzgada por la ley. Los reptiles se pisan. Y aun después de muertos, no pueden siquiera observarse. Dan asco”, en el diario La Tribuna del 5 de diciembre de 1912.  Godino, el Petiso Orejudo, cruel asesino, marginado entre los marginados, fue la suma de todos las males de la Argentina de la Ley de Residencia y Defensa Social. Había que estudiarlo a la fuerza.

“Porque acá están todos locos y yo no soy loco”

El Petiso Orejudo fue objeto de los adelantos de la ciencia en los sucesivos pasos por las instituciones mentales y presidarias. Uno de los últimos fue en el campo de la cirugía estética, cuando los sabios consideraban que la fuente de maldad estaba en sus enormes orejas (sic), y lo sometieron en los treinta a una cruenta y fallida operación, que le trajo severas complicaciones en el cautiverio de Tierra del Fuego. Antes la naciente psiquiatría argentina, con el legendario doctor Domingo Cabred a la cabeza, el fundador de la colonia lujanense Open Door, desmenuzó la cabeza de afuera hacia adentro del múltiple asesino en el Hospicio de las Mercedes -actual Hospital Borda-, empezando a contabilizar las 27 feas cicatrices en la cabeza que Cayetano señalaba a mamá Lucía como autora material.  Un trabajo documentado de dos años que se vio interrumpido en 1915 cuando se dictó sentencia y envió al criminal a un presidio común, harta la Justicia que se considerara inimputable a un hombre que había intentado envenenar a varios compañeros del loquero y ajusticiaba a los perros de Cabred.

“Confiesa con verdadera fruición que se divertía matando a los caballos y en probar la sensación del hierro que según dice retuerce las carnes….el recuerdo de estos espectáculos lo excita… en medio de este desastre moral, un solo y débil sentimiento de afectividad hacia la madre, de temor hacia el bastón y los cachetazo del hermano… es inexacto que Godino sea un invertido más. Nunca ha tenido contacto normales ni anormales -Laurora había sido violado- Únicamente su degeneración es motivada por el alcohol y otros vicios que debilitan cada vez más su sistema nervioso -jamás se pudo comprobar que padeciera de alcoholismo-. Es un epiléptico incurable que sería digno ser conservado en un manicomio criminal a perpetuidad, por peligrosísimo”, acotaba el  doctor Cabred mientras administraba dosis elevadas de morfina a sus pacientes y los obligaba a trabajar para mantener al manicomio y su propia existencia -el Estado pagaba diariamente diez centavos por alienado, que el doctor guardaba para sí.

“Se corrobora el carácter consciente de sus impulsos anormales en sus mismos enunciados: desproporcionados entre los actos homicidas y el propósito de masturbarse, excitado por el recuerdo de las escenas de crueldad, o de divertirse con el espectáculo de los bomberos apagando el incendio” fue otro informe que sirvió de justificativo para que el juez Ramos Mejía revea la primera sentencia, que confinaba de por vida al Petiso a un manicomio; aunque tuvo más que ver la indignación y presión de la prensa y los funcionarios del régimen oligárquico, que mentían sobre los hechos con goce sádico, filtrando detalles sexuales que nunca existieron,  o le inventaban nuevas víctimas como un tal Lautaro de 4 años, en un lance por si se decretaba el fusilamiento, pese a la minoría de edad de Cayetano.

No era necesario porque el Petiso Orejudo a Cabred ya había delatado sus deseos en 1913 y autocondenado de por vida:

“Cabred y Esteves: ¿Es un muchacho desgraciado o feliz?

Godino: Feliz

….

C y E: ¿No sabe usted lo que es remordimiento?

G: No, señores.

E y G: ¿Siente tristeza o pena por la muerte de los niños Giordano, Laurora y Reina Bonita?

G: No, señores.

E y G: ¿Piensa Usted que tiene derecho matar niños?

G: No soy el único, otros también lo hacen.

….

E y G: ¿Piensa que será castigado por su delito?

G: He oído decir que me condenaran a veinte años de cárcel y que si no fuera menor me pegarían un tiro.

E y G: ¿Se animaría Usted a matar algunos niños idiotas del hospicio?

G: Sí, señores.

….

E y G: ¿Dónde le gusta más a Usted vivir? ¿en este asilo o en la cárcel?

G: En la cárcel

E y G: ¿Por qué?

G: Porque acá están todos locos y yo no soy loco”

El penado 90

Pasaría siete años en el Penitenciaria Nacional, que se levantaba en la actual Plaza Las Heras en Palermo, las fuentes señalan una conducta ejemplar, y le trasladan en diciembre de 1922 al penal más austral del mundo, solamente destino de los condenados por la justicia federal y los peores asesinos. “Los refundidos de la tierra” son llamados los presos allí como el famoso 55, el anarquista Simón Radowitzky; o los radicales como Ricardo Rojas que llegan luego de 1933, aunque “los faraones” viven en pabellones VIP alejados de los peligrosos reos. Uno de ellos Cayetano, el penado 90. Que en sus escasos tiempos libres, si no está trabajando forzadamente en las duras condiciones del Sur o escribiendo a sus hermanas -inútilmente, no recibe respuestas y la familia Godino abandona el país en los veinte-, pone las energías en un antiguo y renovado vicio: la tortura de animales. Las gaviotas eras sus preferidas, cayó con las plumas en la masa, y fue nuevamente golpeado, la costumbre ordenada por la justicia para que recordara que era el Petiso Orejudo, pero tuvo la pésima idea en 1933 de quebrar el espinazo de dos gatitos adorados por los rudos compañeros. Nueva paliza, una mancha más en el cuerpo que recibió cientos de puñetazos, apenas sobrevive, y probablemente las terribles lesiones acumuladas ocasionaron la muerte de Cayetano Santos Godino el 15 de noviembre de 1944.

Petiso Orejudo tumba

Nunca nadie sabrá a ciencia cierta a cuántos agredió o asesinó Cayetano. Lo que sí se sabe es que al gobernador Pedro Godoy se le ocurrió cierto día, para divertir a un pueblo olvidado y triste, armar una banda de música con los presos. A Cayetano tocó el bombo. Y ahora viajamos a la ficción de Juan Diego Incardona en el cuento “La cárcel del fin del mundo” (Interzona): “Cuando pasamos los músicos, todo el mundo señalaba a Cayetano, por ser uno de los presos más famosos. Paradójicamente, era el favorito de los chicos, que lo saludaban eufóricos,  subidos a los hombros de sus padres para verlo mejor.  El Oreja parecía contento. Tocaba el bombo con fuerza y gracia… -con- una mueca extraña, que no había visto antes… Y es que tantos chicos en el público lo estarían volviendo loco. Era como servir un banquete a un muerto de hambre”. O como Godino repetía, “Qué puedo hacer si yo no me puedo asujetar”. Fiera entre corderos y fieras.

 

Fuentes: Moreno, M. El Petiso Orejudo. Buenos Aires: Página 12. 2018 (1994); Contreras, L. La leyenda del Petiso Orejudo. Buenos Aires: Ediciones Turísticas. 2003; Barrantes, G. Coviello, V. Buenos Aires es leyenda 2. Mitos urbanos de una ciudad misteriosa. Buenos Aires: Planeta. 2006.

Imagen: AGN / Télam

Fecha de Publicación: 25/01/2022

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