Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Historia Argentina del Crimen. Los secuestradores de cadáveres

Una noche de 1881 los Caballeros de la Noche concretan un delito histórico en el Cementerio de la Recoleta, no por el éxito, sino porque impuso un artículo insólito del Código Penal: penas a quien pida rescate por los muertos.

Fría noche en el Departamento Central de la Policía, invierno de 1881. El comisario de la tercera de Recoleta Pablo Tasso, uno de los halcones del jefe de policía del presidente Roca, Marcos Paz, enfrentaba a un silencioso Alfonso Kerchowen de Peñaranda. Ambos hombres se encontraban por segunda vez en noventa días. Ahora estaban por develar un caso que había tenido en vilo a la opinión pública desde el 27 de agosto, “extraordinario suceso, el primero en los anales criminales bonaerenses…que de quedar impune, habría causado espanto entre quienes, por su posición, está expuestos a estos ataques”, en las primeras líneas del diario La Nación, bajo el título “Los Caballeros de la Noche” “Y de qué trabaja, además de robar cadáveres”, lanzó ante la cara del belga, que atinó un “¿Qué está diciendo? ¡Soy pintor! ¿A qué viene esta infamia?” Y Tasso, secundado por el comisario Agustín Suffern, jugando a policía bueno y policía malo, o a Sherlock Holmes y Watson del Río de la Plata, responde, “¿Qué parte ha tomado en el secuestro del cadáver de la señora doña Inés de Dorrego el 24 de agosto? ¿No se acuerda? Yo lo puse en prisión por andar merodeando el cementerio de La Recoleta hace tres meses?” Alfonso tomó impulso, “Si usted ya me detuvo, ¿cómo es posible que no haya advertido que mi interés era robar un cadáver?” Acto seguido, Tasso le pegó una trompada.

Aquel mazazo ponía fin a una trama novelesca que se remontaba a la constitución de una extraña organización en las lejanías del Pueblo de Belgrano, Los Caballeros de la Noche. Integrada solamente por extranjeros parecía más que nada una secta inofensiva en la égida del estafador Kerchowen, hijo de un noble europeo con un largo historial de fraudes y detenciones, y llegado al país en 1879 “Calla siempre con quien tengas que callar y lo que tienes que callar. Misterio, secreto, silencio en todo, por todo y con todo” era el juramento infantil de los cófrades Vicente Morata, Florentino Muñiz, Francisco Moris, Patricio Abadie, Pablo Miguel Ángel, José Antonio Kadaur, Francisco Desalvo, Joaquín Barrientos y Daniel Expósito. Ellos planearon el audaz golpe contra los restos mortales de Doña Inés Indart e Igarzábal de Dorrego, cuñada de Manuel Dorrego, una multimillonaria terrateniente con 17 mil hectáreas en el norte de la provincia y quien cedió los terrenos para la actual estación de Flores. Los rumores aseguraban además que había donado un millón y medio de pesos para la iglesia de San José de Flores. Así que un rescate millonario les habrá parecido adecuado a los malhechores para la dama aristocrática fallecida el 29 de junio. En la noche entre el 24 y el 25 de agosto de 1881 Ángel, Morata, Expósito, Moris y Kerchowen, bandeados por un inclemente viento y la baja temperatura, se dedicaron tranquilos a violar el mausoleo de los Dorrego del cementerio de La Recoleta; tarea nada sencilla ya que el ataúd pesaba demasiado hecho de sólida madera de ébano y kilos de plata pura. Con gran esfuerzo lo sacaron de la bóveda y lo arrastraron poco más de cien metros, noche de luna brillante en La Recoleta, tirándolo de costado, cómo se pudo, en el estrecho espacio de la familia Requejo. Morata señalizó con una flor el botín precariamente oculto y marcharon exhaustos a tomar el tren de la estación pegada a la actual Casa Rosada. Antes dejaron la carta de rescate en la madrugada del Palacio Miró.

Al mediodía siguiente a la hija de Doña Inés, Felisa, estaba por darle un soponcio en el palacete del espectacular mirador, en la actual Plaza Lavalle -ironías del destino, el fusilador de Dorrego en 1828. Una criada entrega una carta que empezaba con el bizarro, “Respetable señora y familia: al pasar la vista por estas líneas, es posible que sus sentidos desfallezcan; empero este es un mal que no tiene remedio, porque nos encontramos impulsados por fuerza extraña a proceder como lo hacemos”. A continuación, bajo amenaza de “ultrajar y arrojar al viento” los restos de la madre, se solicitaba el rescate, dos millones de viejos pesos, un 80 mil patacones en la nueva conversión impulsada por Carlos Pellegrini, acompañado de precisas instrucciones de cómo hacer la transacción. En latín, dos inscripciones alrededor de una lechuza, “Lo establecido es obligación. Someterse, obedecer. Vencer” y “Lo establecido es obligatorio. Nadie podrá ofenderme impunemente”. Tanta alharaca y puesta teatral motivó que los sobrinos Felipe y Manuel Lavallol convenzan a Doña Felisa de las chapucerías de los delincuentes y vayan con los comisarios Suffern y Tasso. Fueron familiares y un batallón de policías al cementerio y no tardaron, siguiendo el resto del pesado recinto final de Doña Inés, en encontrar el botín. Ahora empezaba la caza de Los Caballeros de la Noche.

Policías en acción

Buenos Aires no habla de otra cosa que del robo del cadáver de Doña Inés Dorrego de su suntuosa bóveda de Recoleta”, aparecía en el diario La Prensa el 27 de agosto de 1881, y luego realizaba una pormenorizada crónica de lo que podría resultar la primera persecución, y el primer megaoperativo, de la moderna policía federal, totalmente documentado. El 26 de agosto de 1881 apareció un mozo de cordel, José Bossi, los changarines de la época, a buscar el paquete en un cofre, en verdad papel madera. Quince policías camuflados más Tasso disfrazado de vendedor de pollos al grito “¡Pullu e gallina!”, “El señor Taso tiene la habilidad de remedar a los napolitanos del vulgo…tenía el aspecto más de un bandido que el de gente honrada”, encomiaba La Prensa, perseguían a Bossi, tal vez no de una manera adecuada porque un vigilante detuvo a un policía encubierto pensando que quería asaltar al mozo. Bossi en la Estación Central del Ferrocarril del Norte -actuales Alem y Mitre- entregó el cofre a Antonio Perri, que compró boletos para Belgrano. El jefe de policía en persona, Paz, detuvo al inocente Bossi, era un cuestión de Estado. Suffern y sus muchachos inundaron los vagones, ataviados en ropas de pobres y escondidos sus mostachos, pero el pelirrojo fue descubierto por Perri, “Usted es el comisario Suffern, ¿por qué se disfrazó de guarda?” (sic) Aprietes de por medio en el vagón reservado y confiesa que solamente lo habían contratado para arrojar el cofre a la altura del arroyo Maldonado, actual Hipódromo de Palermo. Allí esperaban Kerchowen y Morata, que vieron cómo el tren aminoraba la marcha, y saltaban tres hombres en rauda carrera hacia ellos. Sospecharon, claro, y pidieron al cochero que los acompañaba que salga disparado del paraje. Suffern y Tasso iba a pie pero rápidamente requisaron el caballo de un tambero y un carro de una partera, y se largaron en una de policías en acción a tracción animal, sin helicópteros ni “Natalia, Natalia” por radios. A pulmón llegaron a Barrancas de Belgrano, ya avisados los vigilantes de las quintas de la zona, y detuvieron al belga y turco en las inmediaciones de las actuales Cabildo y Juramento. En ese instante, la familia de Doña Inés restituía los restos a la bóveda Dorrego. En días sucesivos fueron cayendo los otros integrantes de Los Caballeros de los Noche, menos Expósito, autor material del crimen, que jamás pudo ser arrestado.

Días sucesivos los principales diarios bajaron el pánico inspirado en los misteriosos Caballeros de la Noche, aclarando que solamente se habían reunido para este “execrable” golpe, no significaban ningún peligro a “quienes, por su posición, están expuestos a estos ataques” ni a nadie, y que de los involucrados, solamente el fotógrafo Muñiz tenía antecedentes menores en un caso de falsificación de billetes en 1877  -y quizá quien más sabía de Doña Inés porque su familia en la miseria recibió la caridad de los Dorrego en varias oportunidades. En persona el presidente Roca pasó a la noche del 27 de agosto a felicitar a los comisarios y fuerzas de seguridad en el sede cercana a Plaza de Mayo, y charló brevemente con los magullados y torturados criminales, acompañado claro por el edecán Gramajo, el del famoso revuelto.