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Historia Argentina del Crimen. El Verano del Descuartizador

En una Argentina crispada, un verano insoportable de 1955, apareció al primer femicida tristemente mediático, Jorge Burgos. Y los asesinos empezaron a ser considerados estrellas de tapa.

Lo peor de nosotros
Jorge Burgos 1955

Hubo un verano que cambió para siempre la relación de los argentinos y los crímenes. Hasta que Jorge Burgos descuartizó cruelmente por despecho a Alcira Methyger en febrero de 1955, la sociedad castigaba claramente en la calle y en privado a los asesinos, basta recordar el oprobio a los mafiosos que ajusticiaron a Abel Ayerza, o antes la saga de sangre del Petiso Orejudo. Pero en una realidad agrietada, las voces en bandos irreductibles, católicos contra peronistas, cabecitas negras contra oligarcas, y siguen las antinomias, cualquier hecho horrendo, incluso el más horrendo como una mujer que terminó con extremidades esparcidas desde Martín Coronado al Riachuelo, permitía ubicarse en una vereda. Y justificar lo injustificable. Aquel crimen en el carnaval del último año del régimen peronista, que inflamaría a escritores y tendría un inesperado coletazo en un libro de resonancia mundial, selló a varias generaciones que validaron el “por algo será”. Y otras que empezaron a endiosar a los violentos, al punto de que clanes o ángeles rubios llenan salas y copan encendidos millennial. Lamentablemente, no los últimos.

La morgue de la calle Viamonte se transformó en un espectáculo durante los primeros meses de 1955, con curiosos y periodistas que intentaban reconstruir un rompecabezas aparentemente imposible. Hubo que organizar cola para los que deseaban observar la muñeca rota -aún se la puede ver en el Museo de la Facultad de Medicina J.J. Naón- Todo el circo del horror había empezado una mañana del 19 de febrero de 1955 cuando un sacerdote a cuatrocientos metros de la estación de Hurlingham halla un torso envuelto en papel madera e hilo sisal. A los pocos días, aparece con el mismo envoltorio unas piernas en Villa Lugano, dentro de la ciudad de Buenos Aires, y un marinero suizo divisa en el Riachuelo bolsas manila, en las cuales se halló una cabeza femenina, en severo estado de descomposición. Alarmas se encienden en comisarias y redacciones antes la presencia de un posible Jack el Destripador criollo. El pánico corre en las casas, las mujeres son retenidas en los hogares, y los hombres insumen horas de charlas de café. Los medios amarillistas, varios de ellos capitaneados por el futuro empresario de Crónica Héctor Ricardo García, informaban con una truculencia desconocida para una sociedad pacata.

Por una cicatriz

Mientras esto pasaba en los hogares y cafeterías de la Buenos Aires convulsionada, los policías más famosos de la época, entre ellos Enrique Meneses, nuestro Sam Spade de carne y hueso, no podían unir las partes. Si bien una vez que se reunió el cuerpo  completo rápidamente se determinó que era una sola mujer, los medios forenses aún no poseían de registros centralizados de identidad. La clave para desbaratar el crimen perfecto fue la cicatriz en la clavícula. Porque solamente existían dos especialistas en el país de ese tipo de cirugía, osteosíntesis. Allí se consiguió determinar que se trataba de la salteña Alcira Methyger de 27 años, de profesión empleada doméstica, con domicilio Bernardo de Irigoyen al 1500, y quien sufrió un accidente en 1954 rompiéndose la clavícula.

Así que los sabuesos enfilaron a un hotel de San Telmo ya que vivía su hermana, Ana; un humilde complejo habitacional para varios provincianos recién arribados. No era el caso de Alcira, que con apenas 17 años se vino a Buenos Aires a tentar el destino. Seguramente deslumbrada por los ídolos del cine y el radioteatro, y las primeras conquistas de los trabajadores. Aunque el testimonio de Ana no la ayudó -ni la ayudaría-, la hermana aseguró que salía con “varios hombres”, sirvió para enlistar algunos sospechosos. Unos plausibles, como el ex novio Ramaroso, otros increíbles, como un carnicero de General Villegas. Esto se explica porque la prensa filtró la precisión quirúrgica de los cortes, aunque en los expedientes los médicos asentaron cierta impericia del femicida.

Entre los sospechosos surgía un Jorge Burgos de Barracas. Sí, ídem que el asesino serial de “El nombre de la rosa”, la aclamada novela de Umberto Eco de 1980, tan borgeana; un Jorge Luis Borges que gustaba pasear con su amores imposibles por Barracas y Constitución. Al igual que Alcira y Burgos. Ellos se conocían diez años atrás, cuando Methyger trabajó de doméstica en la casa de los padres de Burgos, avenida Montes de Oca al 200, y depende quién escriba sobrellevaban una relación, o era un caso de acoso por parte de Burgos. El hombre provenía de una familia acomodada y trabajaba de corredor de librería y en la editorial Peuser. Poseía un aspecto de típico ratón de biblioteca, con sus anteojos redondos, y los ojos achinados. Ella, apenas sabía leer y escribir, y provenía de la Argentina profunda.

“Hice todo eso que ya saben”

 “Cuando estaba con ella me sentía realmente como un niño (…) Ella lo comprendió así y enseguida me perdió todo respeto y me trató como a un ser inferior, consciente de la influencia que tuvo siempre sobre mí”, escribió muchos años después el abogado de Burgos en “Yo no maté a Alcira”, un best seller de kioscos, que solventó deudas. Lo cierto es que viajando Burgos a Mar del Plata a principios de marzo de 1955, algunos dicen oprimido por la culpa, otros para atar un “cabo suelto”, una amiga de Alcira, confesó a la policía que lo detuvo apenas bajó del andén, lo mismo que dijo a la revista Primera Plana al salir en 1965, “"Yo amaba a Alcira, la amaba como tal vez nadie pueda hacerlo. La había conocido varios años atrás a ese desgraciado 17 de febrero de 1955. Primero, nos hicimos amigos. Más tarde, novios. Alcira no era para mí una aventura (…). Un día, revisando uno de los libros que yo le prestaba, descubrí una carta. Estaba dirigida a un hombre. Comprendí que entre ambos existía una relación muy íntima. Fue una dura sorpresa para mí. Al día siguiente teníamos que encontrarnos en el departamento. Le enrostré su mal proceder. Ella reaccionó violentamente. Nos ofuscamos, me agredió físicamente y yo perdí toda noción de lo que estaba sucediendo. Alcira me mordió una mano. Para tratar de zafarme la tomé violentamente del cuello. Sentí que se desmayaba. Pasaron diez, veinte minutos y Alcira seguía inmóvil. No tenía pulso ni respiración. Entonces me di cuenta que estaba muerta. Fue una circunstancia horrorosa. Creí enloquecer. Tenía que hacer desaparecer el cadáver y entonces hice todo eso que ya saben", en la cita de Agustina Larrea. Y lo que hizo fue salvajemente cortar a Alcira en pedazos en la bañera de los padres, motivado por el primer litro de whisky que se tomó en la vida, drenarla tal cual aprendió en la profusa bibliografía que poseía sobre crímenes -una perla, entre ellos, uno de los favoritos de Borges, “El asesinato considerado como una de las bellas artes” de Thomas de Quincey- y en días sucesivas emprender una travesía del terror por Buenos Aires. Cuando los vecinos lo reconocieron en la reconstrucción del crimen, unos días más tarde, estuvieron a punto de lincharlo, salvado por el corpachón Meneses. Mientras otros lo vivaban en la acera de la Penitenciaria Nacional, en la actual Plaza Las Heras de Palermo, con cartelones “Debe ser absuelto”, y mezclaban cánticos contra el peronismo.

Los dos Argentinas despedazadas por un asesino

“Comenzaron a llegar a la redacción de Ahora cartas de lectores que se identificaban con uno u otro. Para algunos, Alcira Methyger, doméstica, provinciana, había sido engañada por un joven culto y de buenos medios económicos. Jorge Burgos representaba, para esos lectores, el prototipo del seductor irresponsable, del rico que, tras divertirse con una "morochita", la había asesinado y, sin la menor piedad, luego la había despedazado”, recuerda Álvaro Abós pero agrega, “Otros lectores, en cambio, simpatizaban con Burgos: Alcira era una arribista que había embaucado a un buen muchacho, tímido, apocado, culto, al que la pasión perdió. Dando por descontado que el crimen de Burgos había sido preterintencional (no deseado), como alegaba el asesino, muchos lectores lo veían más cómo víctima que como verdugo”. Fue tanto el impacto que hubo más de un reencuentro de madre e hijas, varias que no se veían por décadas, con tal de dar prueba de vida en comisarías de todo el país. La histeria había ganado como nunca a la ciudadanía. También en el imaginario de los escritores y periodistas como el policía, escritor y guionista Plácido Donato en “Memorias de un comisario” (1995) -que ya había usado la trama en un policial de tevé de canal 9 en 1976-, Luis Gusmán en “Cuerpo velado” (1978) y Álvaro Abós en su novela “Restos humanos” (1991), por citar.

En la realidad, que siempre es más extraña que la ficción, de la condena máxima de 25 años por “homicidio simple”, Burgos obtuvo veinte por la atenuante que el descuartizamiento no se consideró un acto de crueldad (sic) sino un manera de cubrir el hecho delictuoso (sic y sic) Y por buena conducta, luego que el reo se transformó en pastor en un penal de La Pampa, salió en diez años. Para ese momento Alcira estaba sepultada en el polvo de las noticias; en verdad casi inmediatamente por la grave situación política que acabaría con el derrocamiento del presidente Perón en septiembre de 1955. Volvió Burgos al mismo departamento del crimen en Barracas, casi aislado, hablando muy poco con vecinos, no permitiendo que nadie entrara a la bañera, ensimismado en el lustrado de muebles antiguos hasta su muerte en 2006. Reflejando un rostro común y ordinario. Temible.

Anticipo de los cuerpos desmembrados por los bombardeos a la Plaza de Mayo en junio de 1955, que intentaron asesinar el presidente Perón y derivaron en la muerte de un número aún no precisado de civiles, incluído un micro escolar, el crimen de Burgos se transformó en el primer femicidio argentino que tuvo una repercusión inusitada. Lamentablemente, no el último.  

 

Fuentes: Abós, A. Al pie de la letra. Buenos Aires: Alfaguara. 2011 y “Burgos: el descuartizador de Constitución” en lanacion.com.ar; Sinay, J. Aguirre, O. ¡Extra! Antología de la crónica policial en la Argentina. Buenos Aires: Editorial Del Nuevo Extremo, 2017; Larrea, A. Hallazgos macabros en pleno carnaval y una mujer asesinada: la tenebrosa historia de Burgos, "el descuartizador de Barracas" en infobae.com

Imagen: Infobae

Fecha de Publicación: 23/10/2022

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