El valor de las instituciones

Varias de las noticias que leo últimamente, por no decir todas, me entristecen, pero esta me hizo mella en el corazón. Quizás sea la famosa gota que rebalsa el vaso, no lo sé. Es posible. La noticia es la siguiente: una mujer de 37 años mató a su pareja de 38 estrangulándolo con un cordón porque acosaba sexualmente a su hija de 14. Inmediatamente después se entregó a la policía. ¿Por qué me entristeció? Por muchos motivos. Primero, por la edad, tanto de la víctima como de la victimaria. En especial de la victimaria. Una mujer muy joven que va a dejar sin madre (o con una madre presa, que es casi lo mismo) a una nena de 14 años. Segundo, por el calvario de la pobre nena, que primero tiene que soportar que un hijo de puta la acose sexualmente cuando todavía es una preadolescente y después a una madre que va a cargar toda su vida con un homicidio. Tercero, por la victimaria en sí: que se haya entregado ni bien sucedió el hecho demuestra a las claras que no es una asesina, que estaba desesperada y nadie (en especial el Estado) pudo contener la situación. 

En el expediente del caso se nota que Soledad (así se llama la mujer que mató a su pareja), no tenía la intención de asesinar a nadie, mucho menos de hacer justicia por mano propia. La mujer contó en la comisaría, apenas se entregó, que la violencia de parte de su marido Cristian Senra era constante. Desde hacía años no la dejaba trabajar, la culpaba de engañarlo y prácticamente no la dejaba salir de la casa que compartían. Contó que no se animaba a denunciarlo porque él la amenazaba con hacerle daño a sus hijos. Tenía miedo que la justicia no actuara a tiempo y no pudiera proteger a su familia. 

Esta situación dió un giro macabro cuando Senra se obsesionó con su hija menor, diciéndole que ya estaba lista para tener relaciones y que él tenía que ser su “primer hombre”. Soledad declaró en el expediente que esa noche le dijo que jamás iba a permitir que tocara a su hija. A partir de ese momento, los golpes y abusos hacia ella fueron en aumento y casi constantes. Ella soportó todo con tal de que su pareja no tocara a la menor. 

La noche del 2 de septiembre tienen una pelea y ella le dice que lo va a dejar, él hace caso omiso, está borracho. Las obliga a ambas a subir a su camioneta, para en un descampado e intenta abusar de la menor. Soledad, desesperada saca el cordón de su campera y lo estrangula hasta matarlo. En su testimonio cuenta que no quiso matarlo, solo intentó defender a su hija del abusador. No me cabe duda que así fue y me entristece que haya tenido que llegar a esa instancia para que la justicia intervenga.  

Su defensa está intentando por todos los medios liberarla de culpa y cargo pidiendo que encuadren su accionar en la figura de “Legítima defensa de terceros”, establecida en el artículo 34 del Código Penal. 

Pero, quiero hacer un paréntesis, para contar que quizás lo que más me entristece de todo es haber leído a un montón de gente opinando que algunos crímenes son justificados. Lo cual me parece terrible porque, como ya mencioné en estas mismas columnas, las sociedades que aplican el ojo por ojo se quedan ciegas. Para eso están las instituciones, para eso hay gente que le dedica su vida a legislar y aplicar lo legislado. Porque creo que justificar el crimen es una forma de abrirle la puerta al siniestro “algo habrá hecho”, si ante el acoso de una hija podemos matar, no va a tardar mucho el momento en el que también avalemos matar si nos roban el celular.

La justicia por mano propia, como la pena de muerte, no admite gradaciones. Nunca está bien. Ni siquiera en este caso, en el que la victimaria es tan víctima como el muerto.