Las crónicas de la época hablan de un levantamiento indígena armado. Un malón de indios Pilagá atacando al pueblo de Las Lomitas, asaltando a la población con armas de fuego, e incluso, asesinando a una mujer cristiana. La verdadera historia dista bastante de esa crónica escrita por el “hombre blanco”. La verdad de los hechos, cuenta cómo cientos de familias Pilagá fueron víctimas del primer crimen de lesa humanidad en la Argentina.
La verdad dice que en 1947, cientos de pilagá trabajaban en el ingenio azucarero San Martín del tabacal. Propiedad de los Patrón Costa. La comunidad una y otra vez era explotada y estafada por el ingenio. No se sabe bien porqué, pero tuvieron la mala idea de juntarse en La Bomba, cerca de Las Lomitas y del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional. Quizá su idea era solo escuchar al sanador conocido como Tonkiet. Para sanar, precisamente. Para encontrar algún alivio. El hombre les leía La Biblia y les transmitía la palabra de Dios. Aparentemente, de vocación política el hombre no tenía nada.
Pero alguien vió un peligro en esta congregación. Seguramente, habrá sido el comandante del escuadrón de Gendarmería. La cosa es que, entre los gendarmes y funcionarios de la Dirección de Protección al Aborígen, trataron de desalojarlos. Los pilagá se negaron. Nadie vio venir esa negativa, muchos la calificaron como un atentado al orden establecido. Los uniformados pensaron que no se podía dejar la situación así, que era obligatorio hacer algo y cuando digo algo hablo de un castigo ejemplificador.
Primero, el Presidente Perón envió 3 vagones de ferrocarril cargados con carpas, ropas y alimentos. Bueno de arranque, de los 3, llegaron 2 y la comida estaba en mal estado. El resultado fueron muchas muertes por intoxicación. Algunos sobrevivientes sugieren que la comida, en realidad, provino de los almacenes de Las Lomitas y que estaban envenenados, a propósito, con Gamexane, un poderoso veneno para ratas.
Aparentemente, la cantidad de muertos por intoxicación no fue la deseada. De una manera atroz los gendarmes esperaban diezmar a los pilará sin tener que mover un dedo, no les salió como querían y eso los llevó a hacer cosas peores. El 10 de octubre, tropas de Gendarmería atacaron a la multitud con fusiles y ametralladoras. Una verdadera masacre, que continuó con una persecución por el monte,una persecución que se extendió durante semanas. Las mujeres capturadas, eran violadas. Los hombres y los niños, ejecutados. Algunos pocos pilagá se salvaron. Por fortuna o por la mano de ese Dios del que iban a escuchar con Tonkiet, se los reubicó en colonias aborígenes y se los sometió a trabajar como peones. Seguramente, de la zafra. El mismo lugar del que trataban de escapar cuando escuchaban a su sanador leer la Biblia.
En 2005, la Federación Pilagá inició una demanda civil contra el Estado Nacional, por delitos de lesa humanidad. Este tipo de delitos son imprescriptibles por lo que las denuncias se pueden presentar en cualquier momento. Fue en el Juzgado Federal de Formosa en donde inició una causa. De la investigación surge que se encontraron 27 cadáveres compatibles con el hecho. En 2015, la Cámara Federal de Formosa ratificó el procesamiento del único implicado en el hecho que aún estaba vivo, un gendarme del que no trascendió el nombre. Otro había muerto años antes y no llegó a ser juzgado.
En julio de 2019 el juez federal Fernando Carbajal sentenció que la Masacre de Rincón Bomba constituye un delito de lesa humanidad, ordenando medidas reparatorias. Medidas como fijar la fecha de la masacre en el calendario escolar y construir un monumento recordatorio, inversiones en obras que determinen los pilagá y becas estudiantiles.
Imagen: ANred
Su larga y exitosa trayectoria como creativo publicitario le dio un conocimiento muy profundo acerca de las conductas y motivaciones de la gente, base de su tarea como Secretario de Redacción de Ser Argentino.