Es verdad, lo admito, no me rompí el mate para escribir el título. Pero me pareció un buen momento para homenajear a mi abuelo Ubaldo, quien solía usar esa frase y a mí, que era muy chico, me causaba mucha gracia. Después entendí lo que significaba de manera literal y creo que por eso –o quizás sea porque no tengo paciencia, no lo sé− nunca me gustó pescar. En fin, esta nota es policial, así que vamos a lo nuestro. El “pez” al que hace referencia el título (o podríamos decir el “pescado”), es un taxista de Tierra del Fuego.
El ñato fue a la comisaría y denunció que le habían robado. La verdad (acá algún lector fueguino quizás me pueda desasnar un poco), no imagino a Tierra del Fuego como una provincia muy violenta. Quizás por eso, frente a un hecho que en cualquier comisaría porteña hubiera sido tomado como un tema de todos los días, un robo más, algo inmediatamente ignorado, los policías del sur del país se pusieron a investigar. ¿Qué detectaron? Que nuestro amigo el taxista estaba mintiendo.
El conductor afirmaba que en horas de la tarde había recogido a dos pasajeros en la Margen Sur. Todo venía bien hasta que uno de ellos sacó un cuchillo e intentó robarle. Según el relato del chofer en ese momento él intentó escapar, pero fue atrapado por los dos hampones, otrora pasajeros, que como no podía ser de otro modo, le “propinaron una golpiza”.
Los policías se pusieron a hacer su trabajo y revisaron todas las cámaras de seguridad que había emplazadas a lo largo del trayecto recorrido por el chofer con sus pasajeros- ladrones. Para su sorpresa se encontraron con que justo en la bajada del puente en la que el taxista decía haber sido atacado había una cámara cuyas imágenes eran muy nítidas y cubrían perfectamente el punto. En esa cámara (¡hola Orwell!) lo que se veía a la hora indicada era que el taxista no llevaba pasajeros.
Como resultado de la mentira del señor conductor, las fuerzas policiales le iniciaron una causa por falsa denuncia, delito que tiene como castigo de mínima una multa y de máxima una pena de entre dos meses y un año de prisión. Seguramente el señor taxista, del que no sabemos el nombre, no pensó ni un segundo en que montar semejante farsa podía llevarlo a una situación peor que un robo. Porque, la verdad, tener una entrada policial por mentir es tragicómico para quien lo lee, pero no para quien lo padece. Imaginensé entrar a una comisaría siendo víctima y salir siendo culpable con la posibilidad de quedar preso, debe ser de las peores cosas que le pueden pasar a uno.
Cabe aclarar que se podría haber evitado el mal trago, como hemos dicho en esta sección más de una vez, hay una tendencia a pensar que si otro lo hace por qué no voy a poder yo. Bajo este lema todos los días somos testigos de avivadas y estafas sinfín, tantas que terminamos creyendo que son la ley con la cual hay que vivir. Pero no nos confundamos porque podemos terminar como el amigo taxista. Una mentira aparentemente inocente nos puede llevar a estar implicados en una causa judicial.
¿Por qué habrá mentido? ¿Querría cobrar algún seguro? ¿Qué lo llevó a hacer semejante tontería? Ni idea. Se lo tendrá que explicar a su abogado. Lo que sí, para la próxima va a tener muy presente que vivimos en una sociedad cada vez más controlada. Que tiene sus contras, pero que, a veces (quizás las menos), también alguno que otro pro. Como este. Sonría que lo estamos filmando.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.