Una de las cosas que le voy a agradecer de por vida a mi editor de Ser Argentino es el día que me mandó un mail preguntándome si me interesaba hacerme cargo de la sección policiales. Como soy un kamikaze (además, de algo hay que vivir y las cuentas no se pagan solas), cuando me ofrecen laburo suelo decir que sí y después pienso si me conviene, si me gusta, si está bien pago. Primero digo que sí. Pero lo bueno estaba por venir, al ratito me respondió el mail haciéndome una aclaración: como esta página es federal y nos interesa la visión, la opinión y (por supuesto) la lectura de todos los argentinos. Me aclaró que era importante que busque noticias policiales del interior. Esas ocho palabras fueron mi caja de Pandora, mi ropero de Narnia, mi espejo de Alicia.
Descubrí un universo hermoso y desconcertante: los diarios de los pequeños pueblos del interior profundo de la Argentina, donde lo público y lo privado no tienen sus fronteras bien delimitadas, donde el robo de una oveja puede ser la noticia de la semana.
Esta semana, la noticia que me llamó la atención sucedió en Catamarca, más precisamente en la localidad de Recreo. No es el robo de una oveja, es un atraco un poco más grave. La cuestión es la siguiente: fuerzas policiales incautan ropa y calzado (no me termina de quedar claro si robado o trucho), mercadería valuada en más de dos millones de pesos. Una vez incautada la llevan a la seccional correspondiente, la clasifican, la detallan en las actas y la guardan en un calabozo del lugar. Aparentemente en estos lugares alejados es lo habitual.
Días más tarde, otros efectivos se disponen a hacer los procedimientos de rutina y advierten “que la llave no pertenecía a la cerradura del calabozo”. Acá me empiezo a preguntar ¿Qué llave? ¿Cómo que no pertenece? ¿De qué estamos hablando?. Acto seguido “proceden a romper el candado” (mismas preguntas que las de la oración anterior), “constatando que faltaba entre un 60% y un 70%” de lo incautado originalmente. En un rarísimo giro de la justicia estos efectivos que detectaron el faltante fueron a hacer la denuncia en el Juzgado de la quinta circunscripción de la zona. Esto también me llamó la atención ¿Cómo habrá sido la denuncia?¿ Se las habrá tomado un efectivo de otra seccional?
El mismo día se inició un sumario interno para determinar si hubo participación de alguien dentro de comisaría en el robo. Porque al no haber sido forzada la cerradura, todo indicaría que alguien dentro de la seccional estaba al tanto o había sido cómplice. Elemental, mi querido Watson.
Lo que me quedó dando vueltas de este caso es cómo es la seguridad dentro de una comisaría ¿Quién tiene la llave de un calabozo? ¿cualquier empleado del lugar tiene acceso al llavero? Yo creería que solo los altos cargo del destacamento tienen las llaves y les delegan el uso a sus subordinados. Además ¿Quién se puede llevar el más de la mitad de un cargamento de ropa de adentro de una comisaría sin ser detectado? ¿No hay cámaras?
En un reporte posterior lei que toda la cúpula de la Unidad Regional 2 había sido removida por este robo, pero que no se había podido determinar cómo se produjo. Sigo pensando y no encuentro explicación a que sucedan estas cosas dentro de los edificios que se supone son más seguros que la propia casa de uno. Me pregunto si esto pasa frente a las narices de la Policía. ¿Cómo funciona este país? ¿Cómo no estamos todos muertos?
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.