Esta es la historia de Don Casimiro Iturralde y Francisca Guzmán. Eran las cabezas de una familia típica de la época, en la que todos formaban parte del gran negocio familiar. Casimiro y Francisca tenían 4 hijos. Una noche se fueron a dormir, pero la desesperación y el miedo los despertaron y los arrinconaron. El matrimonio no pudo sobrevivir al crimen de cuatro maleantes que buscaban dinero. Los niños se salvaron, y gran parte de lo que se sabe en esta historia es relato de ellos.
Corría el año 1899. Casimiro llevaba ya varios años con su bodega de calle Las Cañas, en Guaymallén, a 5 kilómetros de la Ciudad de Mendoza. Era una distancia considerable, teniendo en cuenta la época. El tema es que su bodega, con finca y viñedos incluidos, andaba realmente muy bien. De hecho, en aquellos días, Don Casimiro debió viajar a Buenos Aires a cobrar un dinero en concepto de pago de un vino que había vendido hacia aquella parte del país. Dicen que se trajo 500 pesos, una suma muy grande en esos tiempos.
Al llegar a su casa, el hombre decidió guardar el efectivo en una lata y esconderla. Pasaron los días, pero, Don Casimiro, pecando de inocente y faltándole discreción, debió cambiar de lugar la lata de dinero porque le estorbaba donde la había escondido en primera instancia, y lo hizo delante de sus empleados, confiando en ellos. Mal hecho. Entre sus empleados estaba Don Tapia, un chileno envidioso que, al ver el nuevo escondite de la lata, empezó a cranear un robo.
Esto es un asalto
Pasó otro puñado de días. Una noche, cuando los Iturralde dormían, un grupo de 4 hombres (con Tapia entre ellos) saltó el alambrado de calle Las Cañas, corrió a través de los viñedos y llegó hasta la casa. Ingresaron y comenzaron a buscar la lata con el dinero, seguros de dónde estaba, porque Tapia lo había visto. Sin embargo, al parecer, Don Casimiro había tenido un rapto de lucidez y la lata ya no estaba en ese lugar. Desesperados, los hombres entraron violentamente a la habitación de los Iturralde, preguntando a los gritos por el paradero del dinero. Mucho antes de poder escuchar una respuesta, comenzaron a golpear violenta y cruentamente en las cabezas al matrimonio. Al cabo de unos minutos, Don Casimiro y Francisca eran dos cadáveres desfigurados a golpes, cuya sangre adornaba hasta el techo. Los malvivientes tomaron algunas pertenencias de poca monta y huyeron.
El hallazgo de los muertos
Al otro día, temprano en la mañana, uno de los empleados de la bodega llegó para cumplir con su jornada laboral, pero le extrañó que Don Casimiro no estuviera entre las hileras. Fue hasta la casa y encontró la puerta abierta. Al ver que estaba todo revuelto, ingreso, precavido. Hasta que entró a la habitación de su patrón y se encontró con el horror.
Tras la denuncia en la policía, ésta inició la investigación. El comisario recordó que Iturralde había denunciado el robo de un caballo algunos días atrás. Y, en ese entonces, Don Tapia resultaba ser el sospechoso principal. Así, ante un segundo robo y crimen incluido, fue en busca del chileno. Al llegar a su casa, encontraron algunas pertenencias de los Iturralde, por lo que lo arrestaron. Sin embargo, Tapia juraba no haber cometido los asesinatos, y apuntó el nombre de otro hombre, quien habría dado los golpes de gracia. La policía arrestó a este último y la justicia les dio prisión perpetua a ambos.
Así quedó marcada la sociedad mendocina de finales del siglo XIX. Una época tranquila, pero no estaba exenta de ladrones y asesinos.
Argentino, mendocino. Licenciado en Comunicación Social y Locutor. Emisor de mensajes, en cualquiera de sus formas. Poseedor de uno de los grandes privilegios de la vida: trabajar de lo que me apasiona. Lo que me gusta del mensaje escrito es el arte de la imaginación que genera en el lector. Te invito a mis aventuras.