A fines de la Segunda Guerra Mundial, a varios oficiales alemanes condecorados se les vino la tarde encima. Como muchos de sus camaradas acusados de crímenes de guerra, Erich Priebke, huyó clandestinamente desde su Alemania natal a la Argentina, más precisamente a Río Negro, en 1948. Y no era para menos con el historial que llevaba debajo de su camisa verde este nazi. Había sido miembro de la SS y responsable del fusilamiento de 335 ciudadanos italianos. No había escapatoria para una persona así en ningún país europeo, pero sí en Argentina. Auxiliado por una compleja red de colaboradores que iban desde el Vaticano hasta la Dirección Nacional de Migraciones, Erich se radicó en San Carlos de Bariloche. Obviamente, y como en las mejores películas, lo hizo usando una falsa identidad.
La ventaja de ser invisible
Una regla no escrita entre los nazis exiliados en Argentina era “pasar desapercibido”. Por ejemplo, Adolf Eichmann, principal ejecutor del Holocausto, había llegado a la Argentina en 1950 con una falsa identidad. Durante todos esos años no se mostró y vivió bajo estrictas medidas de seguridad. No participaba de actividades sociales ni hacía nada que pudiera exponerse. Lamentablemente para Eichmann, esta regla no le sirvió de mucho, ya que un comando del Mossad lo descubrió y lo llevó de regreso a Haifa para juzgarlo. Lo que delató fue su propio hijo, al que se le soltó un poco la lengua con una jovencita con la que tuvo un romance. Tanta mala suerte tuvo, que el padre de la chica era un sobreviviente de los campos de concentración que no dudo en pasar la información cuando las investigaciones del Mossad llegaron a nuestras tierra.
Erich Priebke, a diferencia de su camarada, ni siquiera lo intentó. Desde el principio estuvo decidido a hacerse notar en aquella ciudad de Río Negro.
La elección de ser visibles
Aprovechando una amnistía del gobierno de Juan Domingo Perón para quienes hubieran entrado al país con identidades falsas, Erich recuperó su nombre en 1950. A partir de ese momento comenzó a hacerse notar. Primero, al frente de famosos establecimientos, como el Hotel Bellavista, donde llegó a ser encargado. Más tarde abriendo una fiambrería especializada en delicatessen en el corazón del barrio alemán de Bariloche. Y, por último, integrando la Comisión Directiva del prestigioso Colegio Alemán de la ciudad rionegrina.
En esta ciudad Priebke vivió sin alias ni camuflaje. No era un secreto que había sido un oficial de la Gestapo y lo dejaba claro en sus participaciones en el Colegio Primo Capraro. Se dice que era un miembro muy activo del consejo y que tenía influencia directa en decisiones tales como qué profesores iban a dar clase , o cuáles iban a ser los contenidos.
Para darse una idea, el colegio era manejado por simpatizantes del regimen nacionalista que veain con buenos ojos festejar el cumpleaños de Hitler y su ascenso al poder.
La muerte y un último deseo
Esa visibilidad popular hizo que un criminal de guerra se convirtiera en un ciudadano ilustre de Bariloche (Río Negro). Y sí, estas cosas pasan solo en Argentina. En consecuencia, su identidad fue desenmascarada y rápidamente vinieron por él. En marzo de 1998, el Tribunal Supremo de Italia condenó a Erich Priebke a cadena perpetua hasta su muerte, ocurrida el 11 de octubre de 2013. En el juicio no se mostró arrepentido, hablaba poco y nunca dudaba. Repetía lo que todo oficial decía en esos casos, que estaba cumpliendo órdenes.
El último pedido de Erich fue que sus restos fueran enterrados en Bariloche, la ciudad que lo había transformado en uno de sus ciudadanos destacados. El pedido le fue negado y sus restos hoy se encuentran en un cementerio abandonado en las afueras de Roma.
Madrynense y argentina. Lic. en RRPP (UP), especializada en Comunicación e Identidad Corporativa (UNIR) y docente universitaria. Apasionada por la comunicación en todas sus expresiones, porque como dice Paul Watzlawick “Todo Comunica”… las palabras, las reacciones y nuestro cuerpo. Mi desafío profesional es cuidar de “ese todo”, aportando mis conocimientos y gestionando las herramientas necesarias para que las comunicaciones fluyan como las olas del mar.