Situación muy común los últimos días de febrero: una legión de pibes que por diversos motivos no cumplieron los requisitos necesarios para pasar de año se dirigen, algunos más confiados, otros más dudosos (la mayoría con sueño y calor y ansiedad), a rendir en el famoso y siniestro turno de marzo.
Recuerdo mi adolescencia plagada de amigos que tenían que dedicarle preciosas horas de las vacaciones a preparar las materias. Que, en su mayoría, alegaban haber dejado para marzo por culpa del docente. El argentino es un poco así: la culpa siempre es de otro. La autocrítica no es nuestro fuerte.
Pero en La Banda, Santiago del Estero, las cosas se fueron un poco del cauce. Un alumno de secundario, uno como tantos de los que acabo de describir, se presentó a rendir Historia y le fue mal. Se fue a su casa y volvió a la escuela con guantes, la cara tapada y la mochila cargada con petardos y un tramontina. Al llegar al colegio, hizo explotar uno de los petardos y sacó el cuchillo para atacar a la profesora que lo había bochado. La vicedirectora de primaria se interpuso entre la profesora y el chico (no nos olvidemos de que es un chico, tiene 14 años) y resultó herida en el brazo y en la oreja. Unos trabajadores que estaban haciendo mantenimiento del edificio lograron atajarlo para que la cosa no se complicara todavía más.
La escena es terrible por donde se la mire. En primer lugar, lo obvio: la indefensión de los profesores frente a este tipo de situaciones (que por lo general son protagonizadas por padres y no por alumnos). Pero, en segundo lugar, y es lo que me gustaría reflexionar: ¿qué le pasa por la cabeza a un pibe de 14 años para reaccionar así? ¿Qué ejemplos tiene en la casa? ¿Qué pensaba que podría pasar si volvía diciendo que le había ido mal? ¿Qué se estaba jugando en esa mesa de examen?
La fiscal que tomó el caso habló con varios docentes de la escuela y todos le dijeron lo mismo: no era un pibe conflictivo. Y nunca, hasta este episodio, había tenido una actitud intimidante para con sus compañeros ni para con los profesores y autoridades. ¿Cómo se le caga la vida de esta manera a un pibe para que, de repente, reaccione así?
En la confesión que hizo una vez detenido, el chico dijo que venía planeando matar a la profesora de Historia hacía varios días. Sí, dijo matar, no dijo asustar o lastimar. Dijo matar. Llegó al colegio, fue al baño porque estaba nervioso. Salió del baño, tiró unos petardos en el patio de recreo para generar una distracción, y se acercó a la profesora. justo salió la Vicedirectora y se interpuso para que las cosas no se complicaran. Pero, como ya sabemos, se complicó. Después de todo esto, reconoció que se sintió mal. Que sabía que lo que había hecho estaba mal y que se arrepentía.
En un momento en el que por enésima vez se discute la edad de imputabilidad de los menores (aunque Unicef no se cansa de decir que está comprobado que no solo no soluciona el problema sino que lo agrava porque es un pasaje seguro a una adultez más violenta aún) me gustaría que pensemos en que ningún pibe nace atacante de profesores. Hay que analizar bien lo que pasa en la casa, pero sobre todo hay que reflexionar acerca del mensaje que damos como sociedad, cuando más que nunca pregonamos que el que no tiene éxito no sirve para nada. Cuidemos a los pibes. Son lo más importante que tenemos.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.