El amor no correspondido entre dos jóvenes de dos tribus cuya relación era ya irreconciliable dio origen a una bella flor de pétalos anaranjados que, con su brillo, conjuga con el verde paisaje cordillerano de las provincias patagónicas: la mutisia.
La historia se remonta muy atrás en el tiempo, cuando el hombre blanco aún no había llegado a estas tierras y las comunidades originarias tenían disputas entre sí que se saldaban con violentos enfrentamientos.
En algún punto de la Cordillera de Los Andes, dos tribus mapuches enemigas tenían mucho rencor una por la otra. Pero el hijo del cacique de una de ellas y la hija del líder de la tribu antagónica no comprendían esto. A pesar de los enfrentamientos y las luchas que parecía que nunca iban a finalizar, ellos se enamoraron uno del otro, dejando de lado los odios entre sus padres. Mientras los guerreros luchaban, ellos se las ingeniaban para poder encontrarse en secreto, dado que la profunda rivalidad no dejaba margen para que pudieran verse a la vista de todos.
Sin embargo, todo cambió una noche. En esa ocasión, una vieja machi se asustó al escuchar el graznido de un chimango que rompió con la tranquilidad cordillerana. Ella se asustó porque, cuando el ave emitía su sonido, era un mal presagio. Ante esto, la hechicera miró a su alrededor y escuchó un ruido que la llevó a investigar de qué se trataba: grande fue su sorpresa cuando vio a la hija del cacique huyendo en secreto junto al hijo del enemigo, por lo que consideró que a eso se refería el chimango al graznar.
Tomando la acción de la joven como una traición, consideró que debería ser duramente castigada, pero antes de dar aviso al cacique decidió consultar a una deidad de su devoción si era correcto acusarla. Esta coincidió con ella, por lo que la machi fue rápidamente a dar aviso al líder de la tribu. Fue en ese momento que el chimango volvió a emitir un graznido, presagiando más hechos terribles para esa noche.
Lleno de ira por el escape de la muchacha junto al hijo del cacique de la tribu antagónica, el cacique ordenó su búsqueda para recibir su merecido castigo, ya que no compartir el odio por el enemigo era considerado un delito muy grave. Fue así que, tras una trabajosa persecución, los guerreros capturaron a los enamorados que, en presencia de toda la tribu, fueron juzgados y condenados a muerte.
Con la sentencia ya confirmada, el chimango echó al aire un tercer graznido intentando interrumpir la consumación de la condena, pero, a diferencia de las dos ocasiones anteriores, esta vez nadie lo escuchó.
La muchacha y el joven fueron atados a un poste, juntos: su ejecución fue llevada a cabo por toda la comunidad, que con lanzas y machetes les dieron una cruel muerte a los enamorados.
La mañana siguiente, tras la condena, mayúscula fue la sorpresa de la tribu. ¿Por qué? Porque, en el mismo lugar en donde se les había dado la cruel ejecución a los hijos de los caciques, habían nacido unas flores que nunca habían visto hasta ese día: tenía hojas verdes con forma de lanza y grandes flores circulares anaranjadas.
“¡Quiñilhue!”, exclamaron los primeros mapuches que llegaron a verlas. Desde ese día, se conoce con ese nombre a la flor que produce una enredadera y que emula al abrazo de los dos jóvenes masacrados.
Con mucha vergüenza y arrepentimiento, la tribu, además de admirar la belleza de esa nueva flor, comenzó a venerarla, llamándola quiñilhue -el nombre que gritaron los primeros en avistarla-, pero años después fue llamada mutisia por el hombre blanco.
Es así como, con el amparo del padre mayor -Futa Chao, como le llaman los mapuches al creador-, las almas de los enamorados se amarán por siempre.
Licenciado en Comunicación Social. Nacido y criado en Chubut, actualmente alejado del pago. Siempre que puedo, hablo de la Patagonia. Tengo buena memoria –para cosas bastante intrascendentes, pero buena memoria en fin–. Le meto ganas a lo que hago, porque sin pasión no vale la pena.