¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónExiste cierto morbo en nuestra cultura. Ese que nos lleva a hacer una atracción turística y entretenida de algo que debería generarnos angustia y tristeza, como un cementerio. Pero, en buena hora que así ocurra. “Hacete amigo del dolor”, dice Diego Frenkel en su canción “Nada es igual”. Tal vez eso explica el hecho de que se organicen visitas guiadas y se explote tanto a los cementerios como verdaderos atractivos para locales y visitantes. Sin embargo, el caso del cementerio de Guaymallén va por otro lado. Este camposanto no es visitado por turistas o personas que busquen entretenerse, sino que, en realidad, lo visitan los familiares de quienes allí descansan y, sobre todo, personas que le rezan a la Niña y al Yoryi, dos jóvenes que murieron hace años y fueron enterrados en este establecimiento. Dicen que cumplen todas las peticiones.
Sus historias de vida están separadas y murieron de formas diferentes. Sin embargo, en el más allá parecen haberse puesto de acuerdo. Ambos se dedican a conceder los deseos de quienes los veneran. Es el tercer mausoleo el que se distingue entre el resto de los que adornan esta necrópolis. Hay flores, juguetes y un banco de mármol con la insignia: “Familia López de Gomara”. Alrededor, velas y placas de agradecimiento a “la Lopecita” (la Niña) terminan de conformar una escena espeluznante.
La Niña que, como se ha explicado, también se la identifica como la Lopecita, fue la hija de Justo López de Gomara, fundador del distrito de Villa Nueva, el más importante de Guaymallén. Murió en 1902, cuando tenía 17 años, de fiebre tifoidea. Sus devotos aseguran que los milagros concedidos datan de esa época. Los empleados del lugar aseguran haber encontrado ramos de novia, juguetes, llaves y dinero. De hecho, ese dinero se ha utilizado para construir el mausoleo que la Niña comparte con otros niños, de quienes se desconoce su identidad.
Continuando por los pasillos y caminos del lugar, un montón de juguetes desparramados en la base de una casita de ladrillos nos llama la atención. En lo alto, la casa exhibe la foto de un niño con guardapolvos. Es el Yoryi. Se trata de un pequeño, mucho más cercano en el tiempo que la Niña. Es que el joven fue enterrado en 1996. Además de juguetes, los objetos más diversos son depositados en su tumba, como patentes de vehículos.
En niño murió a los 5 años de edad. Sus vecinos aseguran que sufría de la violencia de sus padres, quienes, en una ocasión, tras golpearlo demasiado, creyeron haberlo matado. Lo metieron en una bolsa y lo lanzaron al canal Pescara, de gran caudal. Nadie sabe si realmente estaba sin vida o si terminó de morir ya en el agua, ahogado o golpeado por la turbulencia del agua. De cualquier manera, es una historia ominosa.
Los padres, cobardes, en un primer momento denunciaron la ausencia de su hijo en casa y hablaron de un secuestro. Sin embargo, la teoría no se sostenía demasiado y se vieron obligados a confesar, quedando presos. Desde su ingreso al cementerio, el Yoryi empezó con los milagros y a ganar devotos.
Esa es la historia de los niños milagrosos. Incluso, ha trascendido los límites provinciales. Es que argentinos de otras provincias también llegan al cementerio para hacerles sus pedidos al Yoryi y la Niña.
Fecha de Publicación: 03/07/2022
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