¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEl viento Zonda es una de las tradiciones mendocinas. Hablar del Zonda es hablar de Mendoza. Nos identifica tanto como el vino, la montaña, la tortita raspada y la siesta. Es parte de nuestra vida. Desde pequeños, se nos pone al tanto de este fenómeno y se nos explica por qué se produce y a qué se debe. Sin embargo, también existe una leyenda pagana que da vida a este viento, pero de la que poco se conoce. Acá te la contamos.
La leyenda tiene lugar en la época de los Huarpes, que fue el pueblo originario que habitó nuestras tierras en la etapa precolombina, y hasta que el mundo moderno se los permitió. Los Huarpes con los protagonistas de muchas leyendas, como la de La Niña Encantada. En este caso, el protagonista era una de los Huarpes más fuertes y ágiles que habitaron la precordillera mendocina. Su nombre era Gilanco, y era famoso por su destreza para moverse, correr, saltar y cazar. Sobre todo, en esta última actividad, Gilanco era un experto. Dicen que nunca tiró una flecha en falso o que no haya llegado a su objetivo. Flecha que lanzaba, animal que mataba. Aves, mamíferos, reptiles y peces. Todos eran víctima de Gilanco y su excelsa puntería.
Tan habilidoso era, que no sólo cazaba para comer, sino que también lo hacía por diversión. Se pasaba horas enteras en las cumbres de las montañas, lanzando flechas a los cóndores. También se trepaba a los árboles y, con mayor vista panorámica, mataba pumas y liebres. También, cuentan que esperaba a los atardeceres para que los peces subieran a la superficie y, así, verlos con claridad. Lanzaba un flechazo y atravesaba alguna trucha o pejerrey inocentes.
Lo que para GIlanco era una travesura, para la diosa Yastay era un crimen. Yastay era la divinidad encargada de proteger la fauna del lugar, y Gilanco era su máximo villano. Le advirtió en reiteradas oportunidades para que frenara con la práctica de matar por gusto, pero el indígena no le hizo caso. Por último, en tono de amenaza, la diosa le dijo a Gilanco que la mismísima Pachamama lo castigaría si seguía con su gusto por la muerte de los animales. Pero Gilanco hizo caso omiso y continuó.
Y con la Pachamama no se jode. Una tarde, en la que el huarpe miraba y calibraba su puntería para impactar con una flecha la cabeza de un puma, el cielo comenzó a cerrarse. Algunas nubes taparon el Sol y todo se volvió gris y oscuro. Para GIlanco era el comienzo de una simple tormenta, no le dio importancia, y lanzó la flecha. Ésta se frenó en la mitad de su trayectoria. Suspendida en el aire, la felcha quedó congelada. Gilanco no podía entenderlo, su asombro lo invadía. Pero, rápidamente, la flecha volvió a moverse. Sin embargo, no lo hacía por el impulso que él le había dado con el arco, sino que se movía producto de un fuerte viento que la hacía volar. Gilanco tuvo que aferrarse fuertemente al tronco de un árbol cercano. El polvo y la tierra le pegaban en el rostro y en su cuerpo. Volvió la cara contra el tronco y trató de refugiarse. Nunca había presenciado un fenómeno natural tan hostil. Comenzó a toser por el polvo que inhalaba, seco y áspero. La flecha y el puma habían desaparecido.
Al cabo de unas horas, el viento paró. La temperatura era sensiblemente menor. Sintió un poco de frío. Giró, luego de estar tanto tiempo pegado al árbol, y apareció Yastay. Le dijo que lo que acababa de pasar era la fuerza de la Pachamama, enojada con él por lo que había hecho.
Desde aquel momento, el viento Zonda sopla cada vez que alguien comete un acto cruel y de maldad con la tierra y la naturaleza.
Fecha de Publicación: 25/05/2021
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