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Ir a la secciónBuenos Aires - - Sábado 28 De Enero
Si escuchamos la palabra “gualicho”, inmediatamente pensamos en un maleficio o un “embrujo”. El origen del término, sin embargo, tiene un sentido bastante diferente. Para los pueblos originarios, el gualicho también tenía algo de maligno, pero algo aún más aterrador.
También nombrado como walichú, hualicho o gualitxo, se trata de una creencia muy presente entre los pueblos ranquel, pampa, mapuche y tehuelche. No se sabe a ciencia cierta de cuál de estas culturas es originario, pero probablemente tenga elementos de varias de ellas, ya que su nombre es de origen mapuche, aunque tiene componentes propios de las creencias tehuelches. ¿Querés saber qué dice la leyenda?
El gualicho es la forma en la que estos pueblos personificaban al causante de todos sus males y desgracias. Es un espíritu maligno que busca provocar daño en todas las formas posibles. Según cuenta la leyenda, habría nacido en las tierras de Tandil, y desde allí habría vagado hasta llegar a la Patagonia. Su aura perversa está ligada al entorno natural, por lo que se lo asocia con lugares específicos: algún árbol añoso, alguna piedra, cuevas y sendas. Es por esto que hay que andar con mucho cuidado por algunos lugares, para no sufrir las consecuencias de su fuerza poderosa.
Al parecer, es imposible escapar de su vigilancia: todos estamos a merced del gualicho. Se presenta de distintas formas, a veces más crueles, otras más traviesas. Incluso en ocasiones llega disfrazado de amor. El gualicho puede tomar la forma de una pelea violenta, de un accidente provocado por un simple descuido o de un engualichamiento de amor. Detrás de este último, sin embargo, siempre hay alguien que lo solicita, y dicen que es lo más difícil de superar.
Existen formas de protegerse de la fuerza del gualicho: parece que la clave es tenerlo contento. A través de algunos tributos, es posible aplacar su espíritu y lograr una convivencia al menos tolerable. Por ejemplo, cuando transitamos sus caminos, es necesario hacerlo en silencio y mostrando un profundo respeto. También sirve dejar ofrendas al borde de la senda. En muchos casos se trata de bolsitas hechas con las telas de la propia vestimenta, en las que se colocan pequeñas piedras, llamadas llancas. Además, en especial durante la noche, hay que mostrar respeto absoluto a este espíritu: no hay que cantar ni tener actitudes molestas y es necesario sacarse el sombrero dentro de las casas. Los pueblos originarios llegaban a realizar también rituales y sacrificios para hacer tributo al gualicho, como danzas y matanzas ceremoniales de animales.
Dicen también que existe otra forma efectiva para ahuyentarlo: el coraje. Montado sobre un caballo, el jinete debe arremeter contra el espíritu invisible a los gritos y realizando movimientos amenazantes. Una vez que siente que ya no queda temor en su ser, es que ha logrado vencer al espíritu maligno.
Como pasó con muchos aspectos de las culturas originarias, la llegada de los españoles a América modificó el concepto de gualicho que tenían los mapuches y los tehuelches. Desde una postura siempre etnocéntrica, asociaron la imagen del gualicho con una que para ellos ya era familiar: el diablo, o alguna fuerza diabólica. Es por este motivo que Gualicho pasó a ser uno de los nombres de Satán.
Posteriormente, su significado siguió mutando y hoy un gualicho no es una personificación o un espíritu, sino un acto de magia negra. Un embrujo, un hechizo. De allí viene la expresión “hacer un gualicho” o “engualichar” que todos conocemos. Conserva, de todas maneras, el componente maligno que da origen a esta leyenda.
Imágen: freepik
Fecha de Publicación: 10/07/2021
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