¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Jueves 30 De Marzo
Alerta vigía de septiembre,
ternura de fiesta quinceañera,
se estrella el invierno entre sus flores,
cubriendo de rosa las veredas.
Mamerto Menapace
Contrastando con los dorados del otoño, los colores del invierno son opacos, grises y ponen en evidencia la desnudez de los árboles. Solo naranjas y toronjas se destacan en medio de la fronda perenne, firme en la copa, preparándose para dar lugar a los azahares. Estos, a fines de agosto, comienzan a perfumar plazas, patios de escuelas y algunos jardines espaciosos.
Ya en septiembre, asoman tímidamente los variados colores que, en pocas semanas, pintarán implacablemente todo el paisaje urbano, anunciando que muy pronto estará presente la primavera y lo cambiará todo.
Las veredas más anchas lucen para el deleite de quienes circulan por ellas una variedad de colores que exhiben, al principio, las “pezuñas de vaca”, imitadoras de orquídeas en blanco, rosado, fucsia y amarillo, pero que, en pocos días más, son acompañadas por los que reinan en el paisaje urbano y ganan en admiración: los lapachos.
Hijos de esta tierra y herederos de legados de tiempos coloniales, pueblan calles, plazas, avenidas y brindan un espectáculo imposible de ignorar. Abundan principalmente los rosados, pero también aparecen en menor escala, pero con idéntico porte y belleza, los amarillos. Muy pocos lapachos blancos se dejan ver en la ciudad, suelen encontrarse con más frecuencia en algunas quintas.
Es, sin duda, el lapacho el árbol que más admiran los santafesinos y que despierta en ellos un singular sentido de arraigo, de pertenencia a estas latitudes y a las historias que configuraron lo que hoy hace a la idiosincrasia de un pueblo que, además de los espejos de agua que lo rodean, se enorgullece de ostentar un decorado natural que le proveen los admirables ejemplares del arbolado público.
Cuenta la leyenda que el Dios de los guaraníes, cuando estaba dispuesta la separación de los hermanos Tupí y Guaraní, un día antes de la partida de Guaraní, les dijo: "Los dos son y serán siempre conquistadores de tierras, el símbolo de sus conquistas será que ustedes, al asentarse en una comunidad, marcaran con grandes árboles de distintos colores cuyo nombre será Tajy, 'las tierras conquistadas'". Y así Tupã Tenondete les entregó la semilla de estos fornidos árboles que había traído del "Yvaga", prometiendo que, si cultivaban las semillas, crecerían los árboles más grandes y ellos utilizarían la madera para todos utensilios que necesitaran: canoas, cubiertos, armas, flechas, casas. Desde que comenzó la conquista de los guaraníes, se puede disfrutar por todos los caminos los lapachos de diversos colores: blancos, amarillos y rosados. Desde ese tiempo, los guaraníes afirman que el lapacho siempre trae la fortaleza de Tupã a todo el pueblo, pues, al mirarlo y tocarlo, el árbol les transmite una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a esta tribu. Por esto los guaraníes lo llaman "El árbol de Yvaga", el árbol de Tupã Tenondete.
Por ser tan humilde y valeroso, tendrás diferentes colores y texturas y tu linaje será enorme.
Otra versión de la leyenda dice que el Dios hizo uno de los más bellos árboles que, en algunas regiones, da color incluso al invierno:
Vaya, con esta nota, el deseo de que cada uno pueda ser como el lapacho. Que, a pesar de las adversidades, sepamos florecer aún en los inviernos de la vida.
Fecha de Publicación: 11/06/2021
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