Nuestra historia se sitúa en el Valle de Punilla, en Córdoba. Allí fue donde se construyó un edificio enorme que tuvo diferentes funciones a lo largo del tiempo. Se levantó alrededor del 1900, para combatir una enfermedad terrible que no paraba de avanzar. Era una afección en los pulmones que necesitaba aire serrano para ser combatida: la tuberculosis. Este sanatorio, en sus comienzos, se dedicaría al tratamiento de la temida epidemia. Sin embargo, luego pasó a funcionar como hospital neuropsiquiátrico. Se sabe que hasta fue centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico-militar.
Se trata de un predio muy grande, que cuenta con un total de 400 hectáreas y muchos pabellones. Estos edificios fueron, sin dudas, testigos de las peores historias. Si esas paredes hablaran, no creo que podríamos soportar lo que tendrían para decir. Por supuesto que hoy en día, sus pasillos son cuna de miles de mitos y leyendas. No tanto por su pasado contra la mortal enfermedad. Lo que más misterio y temor genera en quienes habitan la zona es el recuerdo de que funcionaba allí “el manicomio del Valle de Punilla”. Las espantosas historias de que se realizaban tratamientos violentos y crueles a sus pacientes no dejaron de multiplicarse.
Ayer y hoy
Hoy en día, se utiliza solo una parte del predio. Esto, podríamos sospechar, no hace nada por disminuir las sospechas que se puedan tener acerca del edificio. Alberga el Hospital de Salud Mental y distintas áreas del Gobierno provincial. Entre estos se encuentran nada más y nada menos que el CE.PRO.COR, Centro de Excelencias en Productos y Procesos del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Córdoba, y otros entes. Sin embargo, lo que resta es tierra de nadie (y nadie quiere que sea suya). La parte abandonada es la escenografía perfecta para una película de terror. Paredes con manchas deformes de humedad, con inscripciones de graffitis cubiertas por otros graffitis más, puertas que rechinan, se astillan y se azotan (tal vez, aún si no hay viento). Lo más impactante son sus ventanas, que tienen los vidrios rotos, miles de telarañas y una sombría oscuridad. Además, gran parte del edificio se encuentra habitado por personas sin hogar, que viven en condiciones inhumanas, indignas. Esto es así ya que el Estado no les garantiza los derechos básicos, y no se puede decir que no los han visto, pues el edificio es una propiedad estatal. Se trata de negligencia, descuido y abandono, no del sitio sino de la gente que se ha visto obligada a habitarlo. Los vecinos del Valle lo llaman el “aguantadero”, por buenas razones: nadie debería aguantar vivir en un lugar así. Y en torno a él rondan historias de narcotráfico, violaciones y delincuencia.
Historias
No podríamos decir que son pocos los episodios terroríficos, ilegales o traumáticos que este lugar aloja. Lo inundan las supersticiones y las confesiones paranormales. Entre este tipo de vivencias se encuentra la que tuvo Emanuel. Él es un camarógrafo común y corriente que en ese momento estaba intentando realizar un documental sobre la historia del lugar, quizás con la pretensión de encontrar algo, o tal vez con la idea de aclarar las sospechas. Confesó en su testimonio que no pudo terminar de grabar porque comenzaron a volar piedras y objetos por los aires en medio de la producción. Emanuel sostiene que fueron los habitantes del predio, en un intento por ser racional. No obstante, en verdad algunos piensan que los autores del suceso no fueron otros que fantasmas.
La historia de una foto es el último episodio paranormal conocido. Una familia que había ido a visitar el lugar tomó una fotografía donde se podía divisar la presencia fantasmagórica de una mujer. Esta foto circuló por las redes y fue furor.