Hasta el día de hoy existen personas que se siguen persignando al pasar por los terrenos donde existieron enormes gallineros y cría de ganado. El terror está latente. Es que nunca se supo qué pasó con el vampiro, entonces temen que un día vuelva a aparecer.
Hace casi 50 años años surgió un hecho aún inexplicable en el distrito de Los Barriales, departamento de San Martín, a 50 kilómetros al este de la Ciudad de Mendoza. Un hecho que trascendió las fronteras del departamento, que se extendió por toda la provincia y que interesó a algunos medios nacionales. Gracias más al boca en boca que a la documentación, la leyenda aún perdura en la memoria colectiva.
Todo empezó en el invierno de 1972, en Los Barriales, cuando en diferentes casas comenzaron a aparecer muertas, y en circunferencia, las gallinas. La característica que presentaban eran dos orificios en el cogote y que estaban secas, sin una sola gota de sangre, aunque sin signos de violencia. Luego siguió el turno de los conejos y hasta de los patos, que presentaban idéntico final. A los perros bravos no se los escuchaba ladrar, y se iban a esconder en lugares lejanos a los gallineros. Pero la ira del vampiro se extendió hasta Palmira, pasó por Giagnoni y llegó hasta el sur de Mendoza, sin respetar gallineros ni conejeras.
El popular diario Mendoza, ya desaparecido, brindó una amplia cobertura de los acontecimientos, y era común que se agotara bien temprano en toda la zona este. Es que la gente estaba ávida por conocer información acerca del vampiro. La teoría más fuerte era que se trataba de una especie de gato gigante o de un puma que había llegado hasta esa parte de la provincia. Nada probado.
Patrullas
Se organizaban patrullas vecinales para recorrer los campos y dar con la criatura, se oficiaba misa en la parroquia para expulsar al diablo que merodeaba por Barriales, en las noches las escopetas permanecían cerca de la cama, por si acaso, y las puertas tenían tranca doble y una ristra de ajos. Las sospechas del lugar que albergaba al vampiro se orientaban hacia el “pantano”, una extensión de enormes pastizales ubicada detrás del cementerio de Barriales.
En ese invierno de 1972, solo se respiraba el temor. Las tertulias del Club Social y Deportivo Los Barriales brillaban por su ausencia, y en las noches solo se observaba un par de bicicletas, a lo sumo, que se marchaban temprano. No había luz tampoco en la escuela Gervasio Posadas ni en el centro Cultural Merceditas de San Martín. En Barriales todo era oscuridad. Tampoco pasos en la pirámide blanca de la plaza González.
Avistamento
Una noche, un vecino que tenía un campo fumaba sentado en un surco, a la luz de las estrellas. De repente, creyó ver un bulto con una cola gruesa, cerca del gallinero, tomó el revólver, le apuntó, pero, al pisar una rama seca, el ruido alertó al bulto, que huyó campo adentro. González corrió al destacamento, y le comentó el hecho al sargento Rufino Arregui, quien tuvo otras teorías. Al cabo de varias horas de conversación, no han llegaron a ninguna parte. Fue lo más cerca que se estuvo del vampiro.
Cuentan que el cuidador del cementerio cumplió con la tarea de revisar las tumbas durante varias noches seguidas, consumido por el miedo de lo que podía llegar a encontrarse, aunque nunca halló nada. Algunos decían que era un zorro grande, una comadreja, un hurón, un gato montés, un perro salvaje, un lechuzo bodeguero. Otros juraban que era un hombre, con garras y colmillos. Pero nadie explicaba el por qué de los animales que aparecían secos de sangre.
Misterio olvidado
Con la llegada del verano, tan misteriosamente como apareció, cesaron las andanzas del vampiro. Nadie supo bien por qué, pero el corresponsal del diario Mendoza, unos días antes, informó de un hecho que luego fue negado por la policía: un extraño velatorio en un campo de Rivadavia. Se decía que era una misa negra, para exorcizar a un poseído: el hijo de un renombrado bodeguero de la zona.
Argentino, mendocino. Licenciado en Comunicación Social y Locutor. Emisor de mensajes, en cualquiera de sus formas. Poseedor de uno de los grandes privilegios de la vida: trabajar de lo que me apasiona. Lo que me gusta del mensaje escrito es el arte de la imaginación que genera en el lector. Te invito a mis aventuras.