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El pueblo en donde las hamacas se mueven solas.

¿Por qué nos interesan tanto los fenómenos paranormales?

Estoy enamorado de Firmat, en Santa Fe, el pueblo en el que las hamacas se mueven solas. Si no me diera tanto miedo, me iría a vivir ahí: a la plaza misma. Acamparía al lado de las hamacas y me pasaría el resto de mi vida mirando cómo se mueven. Lo más probable, y quizás sea ese el motivo por el cual no emprendo tan drástico cambio de vida, es que me vería terriblemente decepcionado al confirmar que las hamacas no se mueven nada y que todo fue un armado para que lo pase el noticiero de Canal Nueve cuando se queda sin material (cosa que sucede, aproximadamente, una vez por año). Sería como volver a descubrir el secreto de Papá Noel, el Ratón Pérez y los Reyes Magos. Y no estoy para pasar por desengaños tan grandes una vez más. 

¿Por qué nos interesan tanto los fenómenos paranormales? La respuesta más básica y más sencilla, que de alguna manera ya la dio Aristóteles, es que lo que nos interesa es lo que no podemos explicar. Y creo que dos milenios más tarde la respuesta sigue siendo válida. Cuando en la vida nos cruzamos con algo inexplicable, inmediatamente nos atrae. Sean las hamacas con voluntad propia, el chupacabras, la luz mala o la Llorona de la ruta. En un primer momento nos da miedo, claro, (es una de las primeras reacciones a lo inexplicable), pero después, si podemos vencerlo, lo que sobreviene es la admiración, el interés, la intriga. Queremos saber más y más sobre el fenómeno, queremos volver a ser esos chicos que se meten a escondidas en las casas abandonadas de nuestros barrios para saber los secretos que esconden, aunque nos de tanto miedo  el lugar y el posible castigo si algún adulto nos descubre, claro. ¡Qué recuerdos! Entrar por el parque a las casonas con pisos de madera que envidiaría cualquier local de decoración vintage , las fotos llenas de polvo y los escenarios imaginarios que con mis amigos asumíamos como reales. "Acá seguro mataron a alguien y su alma baja las escaleras a la noche" "No, seguro la casa está embrujada y por eso los dueños se fueron corriendo y se dejaron sus pertenencias". Cortázar, acá estoy. 

Pero volvamos. No por nada uno de los géneros más valorados por la crítica y el público del cine es el de terror. Con solo hacer un zapping (¿se le sigue diciendo así?) por las plataformas de producciones audiovisuales más famosas del momento, como Netflix, HBO, Amazon Prime, Flow,  podemos observar esto que les digo. No dejan de aparecer nuevas historias cuyas tramas misteriosas y terroríficas no nos dejan dormir bien a la noche pero que,  al mismo tiempo, nos fascinan.  Y esa fascinación radica, de nuevo, en que muchos guionistas saben exprimir al máximo esa seducción por lo que no entendemos. Ese lado oscuro desconocido que nos hace señas para que nos acerquemos aunque sepamos que nos vamos a hacer encima del miedo. Y ese inexplicable puede ser una casa siniestra, un fantasma, una sombra y, muchas veces, ni siquiera tiene cuerpo y es solo una sensación (el género "terror psicológico" está muy de moda y es tremendo). 

De todas formas, no siempre entiendo ese magetismo que sentimos por lo que no tiene explicación lógica: yo tampoco soy capaz de explicarme cómo funciona un fax y no por eso me iría a filmar a un locutorio (¿seguirá habiendo fax en los locutorios? ¿Sigue habiendo locutorios?). Evidentemente, las hamacas tienen algo especial. La verdad, yo nunca vi una hamaca que se mueva sola, pero que las hay, las hay.

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