¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEsta leyenda sorprende porque, según los vecinos de Lavalle, el Mandinga se presentó para ayudar a un hombre pobre y desgraciado. Teniendo en cuenta que el Mandinga no es nada más, ni nada menos, que el mismísimo diablo, sorprende la actitud generosa y amistosa. La vida del hombre ayudado terminó bien, pero, como era de esperar, hubo muertes que lamentar.
El departamento de Lavalle se ubica 40 kilómetros al norte de la Ciudad de Mendoza. Tiene una pequeña villa cabecera y, el resto, es el conocido “Secano Lavallino”, desierto puro. Hasta allí llegó un día el menor de dos hermanos que vivían cerca de la plaza. El mayor gozaba de un buen pasar económico y de una familia conformada. En cambio, el menor, era pobre y estaba soltero. Una sospechosa anciana le recomendó ir a lo más profundo del desierto, en una noche sin luna, para encontrarse con el Mandinga. Decía que éste lo ayudaría.
Allá fue el hombre. No fue difícil ubicar al Mandinga. Éste se identificaba, a la distancia, con una antorcha. Al estar cerca de él, el hermano menor advirtió que vestía un traje verde, tenía barba larga, era flaco y alto. Sin embargo, su impronta era positiva y amable. Palabras más, palabras menos, el Mandinga le ofreció al joven un trato.
Durante los siguientes 7 años, el hombre tendría todo el dinero que quisiera. Cada vez que metiere su mano en el bolsillo, sacaría el dinero que él quisiera. Pero, a cambio, debía vestirse con el traje verde del Mandinga, dejarse la barba larga como él, no bañarse, no cambiarse, no alterar su apariencia ni un solo día de los siguientes 7 años. El hombre aceptó.
Compró fincas, tierras, casas y vehículos. De pronto tenía amigos y familia. Incluso, encontró una mujer que se enamoró de él, aunque tampoco le fue tan fácil como creía. Es que, un día, llegó a la casa de una familia donde vivían 3 hermanas. El padre de ellas salió a recibir al hombre que, para esa altura, ya era famoso por su fortuna. El padre le ofreció a sus tres hijas. Las dos mayores no quisieron saber nada con el hombre porque tenía apariencia pordiosera. No obstante, la menor accedió.
Así pasaron los 7 años. Entonces, un día, el hombre volvió al desierto. Allí lo esperaba el Mandinga con la antorcha en la mano. La noche sin luna hacía una ambientación perfecta para la reunión. Una vez más, el Mandinga se mostraba alegre y empático. El hombre agradeció la ayuda, le devolvió las vestimentas, se cortó la barba y se marchó.
Ya con buena apariencia, el hombre se casó con la menor de las hermanas y fueron felices. Sin embargo, las hermanas de la novia no soportaron la envidia que las invadía. El novio pordiosero y apestoso de su hermana se había convertido en un galán millonario. Al día siguiente de la noche de bodas, ambas aparecieron muertas. Una se había ahogado y la otra, ahorcado.
El Mandinga se llevó lo que quería, dos almas inocentes. Esto refuerza su leyenda. El diablo es vivo, sube al desierto lavallino para encontrar a inocente que lo ayude y le sirva de cómplice para ensuciar y llevarse dos almas pulcras.
Fecha de Publicación: 15/06/2021
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