¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“Papi, ¿ya pasó el castillo?”, le preguntaba de niña a mi papá en cada viaje que hacíamos a Mar del Plata. Es que, en esa ruta donde todo era bastante parecido —con sus vacas, sus caballos, sus estaciones de servicio, los pueblitos bajos y silenciosos que, de tanto en tanto, interrumpían el paisaje, y ese horizonte llano e interminable de campo y de verde—, el castillo era la joya escondida, esperando a ser descubierta por mí cada vez que partíamos con rumbo a unas nuevas vacaciones de verano.
Mi mamá alguna vez había mencionado que aquel castillo que se llevaba toda mi expectativa y mi atención era el “castillo de Felicitas”. Pero no fue hasta varios años más tarde que descubrí la historia de amor y de tragedia que le había ocurrido a esa mujer.
La estancia La Raquel está ubicada al costado de la Ruta 2, en el kilómetro 168, a la altura de la localidad de Castelli. Esa construcción, que hace que todos indefectiblemente giremos nuestras cabezas hacia la derecha cada vez que emprendemos un viaje a la Costa Atlántica, se comenzó a construir en 1894 y fue finalizada tres años más tarde, cuando se terminó de levantar su torre. Ubicado a la vera del río Salado y con una superficie de 80 hectáreas, el “castillo de Felicitas” posee un estilo francés, con paredes color salmón, tejas y la gran torre.
La estancia fue testigo de la vida ampulosa de la burguesía porteña de mediados del siglo XIX, además de haber sido uno de los escenarios de la historia de Felicitas Guerrero; una historia breve pero intensa, digna de una novela romántica.
Dicen que era tan bella como incontrolable. Rebelde y talentosa, tenía 15 años cuando su padre arregló su casamiento con Martín de Alzaga, un amigo suyo con mucho dinero, que era el dueño de varias estancias de la zona. Aunque tenía 40 años más que Felicitas, quien en esos tiempos era conocida como “la joya de los salones porteños”, ella finalmente terminó aceptando el matrimonio, no sin presentar antes sus protestas.
Sin embargo, la historia cuenta que, poco a poco, fue encariñándose con su marido. Tuvieron dos hijos, pero los dos nacieron destinados a vivir una corta vida: uno falleció al nacer y el otro a los pocos años, debido a que contrajo fiebre amarilla. Finalmente, para terminar de llenar de tristeza del corazón de Felicitas, murió su marido en 1870.
Con algo más de 20 años, Felicitas quedó viuda, millonaria y desolada.
Pero el amor tenía guardada una nueva oportunidad para ella. Una noche, mientras viajaba en carruaje hacia la estancia La Postrera, la sorprendió una gran tormenta que la dejó varada en el camino. Como salido de una película, un hombre vino a su rescate montado a caballo: se trataba de Samuel Sáenz Valiente, un joven que era propietario de una estancia de la zona y la invitó a quedarse en su casa hasta que las condiciones mejoraran.
Joven, hermosa y rica: sin dudas, no faltaban candidatos de la aristocracia de Buenos Aires con intenciones de conquistar a Felicitas. Sin embargo, ese encuentro fortuito con Sáenz Valiente dejó fuera de juego a todos los demás hombres que la pretendían. Al cabo de unos meses, los planes de casamiento ya estaban en la agenda y no todos estuvieron contentos con la noticia.
Belleza, dinero, talento y personalidad. Todo parecía augurar para Felicitas una vida llena de aventuras, amor y emociones. Sin embargo, el destino continuaría cambiando los planes; esta vez, de manera definitiva.
Sucedió el 29 enero de 1872. Felicitas recién llegaba de Buenos Aires a La Postrera, donde inauguraría un puente sobre el río Salado y, además, anunciaría su próximo matrimonio con Sáenz Valiente. Pero había alguien que no estaba conforme con esta decisión: se trataba de Enrique Ocampo, un hombre a quien conocía desde la adolescencia y que había pretendido su mano desde antes de que se casara con De Alzaga.
Cuando llegó a la estancia, Ocampo la esperaba para charlar con ella. Al principio Felicitas se rehusó, pero luego, ante la insistencia del candidato, dispuso de unos momentos para hablar con él, mientras los invitados esperaban en los jardines. Se reunieron en el escritorio y los testigos contaron que tuvieron una discusión breve pero intensa.
"¡O te casás conmigo o no te casás con nadie!", dicen las crónicas que le gritó Ocampo, antes de desenfundar un arma. Cuando Felicitas descubrió las intenciones de Ocampo, intentó escapar y dio media vuelta para comenzar a correr, pero el hombre le disparó por la espalda y, posteriormente, se suicidó.
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Felicitas murió al día siguiente. Sin embargo, la misma bala que terminó con su vida fue la que dio comienzo a su leyenda, que nos cuenta de su belleza infinita, de su historia llena de amor y tragedia, e incluso hasta de su fantasma, pero ese será material para una nueva nota.
Respecto a su enorme fortuna, esta quedó en manos de sus padres. Con el paso del tiempo y de las herencias, algunas de las estancias que eran propiedad de Felicitas se convirtieron en las actuales localidades de Pinamar, Cariló o Valeria del Mar.
En lo personal, aún espío por la ventanilla del auto lo que logro ver del castillo cada vez que tomo la Ruta 2, porque la historia de Felicitas tiene ese encanto del que es difícil escapar.
Imágenes: Estancia La Raquel
Fecha de Publicación: 24/10/2022
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