En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocida como Cerro Tronador, a unos 30 kilómetros de la hoy ciudad turística de Bariloche, en Río Negro, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre seria una deformación positiva para la denomicación actual de esta comarca.
Quintral era el hijo del cacique de la tribu. Por su valentía y fortaleza, era admirado por las jóvenes pero una de ellas, además, sentía un profundo amor por él: Amancay, era su nombre, pero su condición humilde le impedía que el joven se fijara en ella, ni siquiera imaginar esa posibilidad. Sin embargo, y por el contrario, Quintral sentía que se le inflamaba el corazón cada vez que la veía y estaba cerca. Sabía que su padre, el cacique, jamás aceptaría que él la desposara.
Un día, varios integrantes de la tribu se enfermaron y murieron a causa de ello: la epidemia se extendió rápidamente y Quintral, también, cayó en ella. Los sanos, los que no habían sido contagiados aún, empezaron a irse de la comunidad para alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente.
Quintral, enfermo con fiebre y delirio, no dejaba de pronunciar el nombre de la muchacha de piel morena: Amancay, Amancay. Su padre le consultó al consejero y este le contó el secreto y profundo amor de ambos jóvenes; tras ese conocimiento y viendo el mal estado de su hijo, encomendó a sus mejores guerreros a buscar a la muchacha. Porque ni siquiera todos los esfuerzos de los brujos por mejorarlo fueron útiles.
Amancay ya estaba enterada del estado de su amado, y es por eso que consultó a una machi (una hechicera), quien le contó el secreto para que Quintral se recupere: debía preparar una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Lolol Mahuida. Sin embargo, la hechicera le advirtió de los peligros que corría su vida si lo realizaba. Aun así, el amor de Amancay por Quintral era tan fuerte que comenzó la subida.
No fue sencillo, puso todo su esfuerzo para encontrarla. Por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontró la bella flor pero no se percató de algo: un gran cóndor la observaba desde las alturas, como controlando cada paso y acción que realizaba.
Feliz de lograr su cometido, al pie de una bella cascada, vio cómo el animal se posó ante ella y le exigió abandonar la flor amarilla: Amancay primero pidió disculpas por tomar esa flor que pertenecía a los dioses, y le explicó la situación de su querido Quintral. Sin embargo, el cóndor no daba el brazo a torcer y le propuso que dejara su corazón. Ella aceptó, ya que si no tenía a quien amar, ¿Por qué seguiría teniéndolo?. La joven se arrodilló y sintió cómo el pico del ave abría su pecho buscando su corazón: ella seguía pronunciando el nombre de su amado.
Así fue que el imponente animal emprendió vuelo hacia su morada, con el corazón de la enamorada entre sus garras. A su paso, gotas rojas teñían el camino y las flores. Una vez que llegó a su destino, el cóndor suplicó que le permitieran llevar la cura a Quintral y, además, que el sacrificio de la muchacha de piel morena no fuese olvidado. Ambas peticiones fueron concedidas.
De cada gota de sangre nació una flor amarilla con gotas rojas en sus pétalos, convirtiéndose en un símbolo del amor incondicional. Desde ese día, se dice que quien regala una flor de Amancay a un ser querido, realiza, simbólicamente, la entrega de su corazón.
Licenciado en Comunicación Social. Nacido y criado en Chubut, actualmente alejado del pago. Siempre que puedo, hablo de la Patagonia. Tengo buena memoria –para cosas bastante intrascendentes, pero buena memoria en fin–. Le meto ganas a lo que hago, porque sin pasión no vale la pena.